El legendario alero, uno de los 50 mejores jugadores de la historia NBA, cerró su carrera en Manresa hace dos décadas como parte de su proceso de desintoxicación de la droga
En ocasiones, la respuesta obvia es la errónea. Sólo así se explica que, en enero de 1990, el presidente del Bàsquet Manresa –entonces TDK- contestase afirmativamente a la pregunta: ¿Quieres fichar a un jugador de 37 años, que lleva dos retirado y que está en la última fase de un proceso de rehabilitación de su drogodependencia? La cuestión, en todo caso, tenía truco. Porque el jugador no era precisamente un cualquiera, sino George Gervin, uno de los 50 mejores jugadores de la NBA y quizá el baloncestista más espectacular –con permiso de Julius Erving- anterior a Michael Jordan.
UNA FUNDACIÓN PARA LA ESPERANZA
A pesar de su larga carrera en la NBA –los sueldos en los 70 no eran los actuales-, otro de los motivos que encontró Gervin para firmar por el TDK Manresa fue obtener algún ingreso, toda vez que su adicción también había fagocitado sus ahorros. De regreso a EE.UU., con lo que ganó en Manresa y con la ayuda de algunos jugadores –el legendario David Robinson entre ellos- Iceman creó en 1991 el 'George Gervin Youth Center', una organización que ayuda a jóvenes marginales –desempleados, drogadictos o víctimas de abusos sexuales o físicos-, de Texas. Actualmente, la organización presta ayuda social a más de 1.400 jóvenes y sus familias, a través de centros educativos, programas de tutelaje y servicio de empleo.
Precisamente el Doctor J y Air fueron alfa y omega de la carrera del alero (Detroit, 1952) en el baloncesto profesional de EE.UU. Iceman Gervin -su sobrenombre viene tanto de su sangre fría en la cancha como de la hierática expresión de su rostro- inició su carrera en los legendarios Virginia Squires de la ABA, formando dupla con Julius Erving. Pronto dejó la franquicia para ingresar en los San Antonio Spurs. En una docena de productivos años en San Antonio, Gervin fue otras tantas veces All Star, cuatro veces máximo anotador de la NBA y un jugador emblemático en los años 70 y primeros 80 –su finger roll, la manera en que acariciaba el balón cuando realizaba una bandeja, sigue siendo legendario-, los años de la transición del dominio de los Celtics en los 60 y la llegada de Jordan a la Liga, en 1984. Gervin abandonó los Spurs en 1985 para firmar por los Bulls, que le querían como tutor del mítico 23. Una severa lesión de Michael y ciertos problemas personales de Gervin –después se sabría que era toxicómano- hicieron que la dupla de pasado y futuro apenas formase junta una decena de partidos. Venido a menos por –se decía- la edad y las lesiones, Gervin se retiró de la NBA en la primavera de 1986, no sin ser testigo antes de la exhibición de Michael Jordan en el Boston Garden, el día que hizo que Larry Bird exclamara: "Esta noche, Dios se ha disfrazado de jugador de baloncesto".
Iceman, lejos de EE.UU. encontró acomodo en el curso 86-87 en el Banco di Roma italiano. Sus números no fueron malos, pero nunca pareció encontrarse a gusto. El alero, de 201 de estatura y apenas 84 kilos de peso, desapareció de la luz pública durante un par de años, en los que se sumió en el agujero negro de la droga. Al fin, en abril de 1989, admitió públicamente su problema. "He decepcionado a los fans y a mi ciudad, pero estoy en el camino de recuperarme –afirmó-. Me esperan mejores días".
Al poco, Gervin ingresó en un centro de rehabilitación. A pesar de sus 37 años, conforme recobraba la salud, el ansia de baloncesto volvía a correr por sus venas, y probó suerte en la CBA, una antigua liga menor de EE.UU. Pero Iceman necesitaba un reto mayor, mejor. Y también meter distancia con su antiguo entorno, que le había conducido a la drogadicción.
Mientras tanto, al otro lado del Atlántico, el Bàsquet Manresa buscaba un hombre que reflotara a un equipo que, irremisiblemente, se dirigía al descenso de categoría.
La casualidad se aunó con la necesidad: un año antes, un hermano de Gervin, Derrick, había jugado en España –en Córdoba, en Primera B-, y recomendó a George que probara suerte en la ACB. Iceman, camino de los 37 años, cogió un avión y se plantó en Barcelona. Corría el mes de enero de 1990. Y Manresa recibió al que debía ser su héroe.
Los ratones del Vell Congost
En lo estrictamente deportivo, el cambio fue brutal. Acostumbrado a las grandes arenas de EE.UU. –Boston Garden, Forum de Inglewood, Madison Square Garden-, Gervin se sorprende al comprobar las reducidas dimensiones del modesto Vell Congost manresano. También le sorprenden un par de ratones –como recuerda su ex compañero Joan Peñarroya en Solobasket.com- que eran habituales de los vestuarios del TDK. Frío como el hielo, Gervin acepta su nueva realidad. Sus compañeros –De La Cruz, Jordi Creus, el propio Peñarroya, el recordado Pep Pujolràs- no pudieron evitar el escepticismo inicial al verle resolplar, exhausto, tras una sencilla rueda de calentamiento. Su debut fue decepcionante, y le costó coger la forma. El equipo seguía perdiendo. Y muchos se preguntaban si la arriesgada apuesta del TDK era la adecuada para salvar al equipo.
Pero poco a poco Gervin fue cogiendo ritmo. Acabó la temporada regular promediando 25 puntos y en un estado de forma excepcional. Afortunadamente para un Manresa que se vio obligado a jugarse la permanencia en un play off al mejor de cinco encuentros ante el Tenerife.
Los aficionados del Bages todavía recuerdan los cuatro últimos encuentros de Gervin en Manresa, que fueron los cuatro últimos de su vida profesional. El Tenerife, alertado por el rendimiento de Iceman, ajustó su defensa de forma que, en ocasiones, hasta tres hombres se encargaban de marcarle. Pero fue inútil. Daba igual que fuera un ex drogadicto, daba igual que ya hubiese cumplido 38 años: Gervin había recuperado su finger roll, su elegancia, su temple de hielo sobre el parquet.
En el primer partido de la serie por evitar el descenso, los 39 tantos de Gervin fueron fundamentales para que el Manresa doblegara al Tenerife por un apuradísimo 84-83. En el segundo, Iceman se fue hasta los 33 puntos, pero no pudo evitar la derrota por 87-91 ante los canarios, que recuperaban el factor campo. En una situación límite, el TDK viajó a Santa Cruz, y Gervin se echó el equipo a la espalda. Devolvió la ventaja de campo a los del Bages al cerrar la victoria manresana por 83-85, anotando 43 puntos: uno más que el resto del equipo. Dos días después, Gervin se retiraba del baloncesto sumando 31 puntos y dando el triunfo –y la permanencia- al TDK, que venció al Tenerife por 83-88. En la serie final, Iceman había anotado 146 puntos -36,5 por noche-. O lo que es lo mismo: el 42% de todo lo que sumó el Manresa en la serie que cerró el curso 89-90.
Tras el partido, Gervin estaba satisfecho. No sólo había logrado la permanencia de su equipo, sino que había vuelto a sentirse baloncestista, lo que certificaba que había exterminado a sus fantasmas, aquéllos ante los que tuvo que doblegarse en público apenas un año antes, mientras buscaba regresar a su propia vida. Ya era un héroe; no por haber vencido a sus rivales, sino por haber derrotado a sus demonios.
Y aquella misma noche, en el vestuario de un equipo de la ACB que había conseguido la permanencia en el último suspiro, el Hombre de hielo sonrió.
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