Juanito Blaugrana.
No va más. Este mercado veraniego de esperanzas y desengaños, convertido en lodazal de ansiedad por obra de las infames cuitas pasadas y presentes de una Directiva grotesca, ha terminado para el Barça. Es la hora del pragmatismo, de olvidar lo que pudo haber sido y no fue, y de recordar que, como dijo Séneca, vencer sin peligro es ganar sin gloria. Ni un segundo más de Cuadrado, Reus o Hummels debe ocupar las inquietas mentes del barcelonismo, puesto que un club decidido a operar en un permanente estado de emergencia suele resultar mucho más capaz de fabricar pesadillas que de cumplir sueños. Alea jacta est.
Sin entrar en la discusión sobre precios ni en el pantanoso terreno del fútbol-ficción, cabe afirmar que la prometida renovación de la plantilla culé se ha llevado a cabo con notable éxito. El reproche a los mercachifles que abochornan al aficionado culé no tiene su origen en este particular, sino en casi todo lo demás, incluidas las malas decisiones que han obligado al Barça a fichar todo de golpe y sin solución de continuidad. Sin embargo, el drama ha tenido un final aceptable. En el camino de regreso de las nubes a la hierba, se ve con claridad que una rotación en la portería entre Bravo, Ter Stegen y Masip constituye un armazón lo bastante sólido como para empezar a construir sobre él.
También se otea que la presencia de ocho defensas en plantilla, diez si contamos como alternativa a Mascherano y fingimos con todas nuestras fuerzas que Dani Alves sigue siendo un jugador de fútbol, es algo inédito desde el equipo del triplete. Una vez comprobado en la competición que Mathieu da la cara de sobra, la incógnita de Vermaelen y el estrambote de Douglas pesan un poco menos en los corazones. Con esa cantidad de jugadores disponibles en la zaga, basta con que cinco o seis de ellos rindan a un nivel aceptable para evitar las charangas de los últimos tiempos.
Tampoco es asunto baladí la consolidación del medio campo con el advenimiento de Rakitic, un pelotero sensacional con una insólita voluntad para ejercer como pañal del defensivamente innoble Alves. Asimismo, la asunción de un Rafinha en decidido proceso de maduración como pespunte para cualquier descosido abre un nuevo carril, atractivo por inexplorado. Pero si hay una línea en lo que el Barça se ha colocado con una mano de cartas como para desplumar al más pintado es en la delantera.
Aplazada la resolución al enigma de si Deulofeu recibirá música de viento o rendidas reverencias en el Camp Nou --porque tan capaz es de lo uno como de lo otro--, Munir y Sandro Ramírez, dos de los tres mejores proyectos de delantero de área que La Masia ha producido nunca (el otro, esperen y verán, es Dongou) se han permitido este agosto dejar el sombrero junto a los de Messi, Neymar y Luis Suárez. Y lo han hecho semana a semana desde la pretemporada.
Mientras el uruguayo se limaba los dientes en la soledad ridícula de su castigo, Munir ejecutaba un requiebro con la zurda y otro más, siempre con la portería en el punto de mira, hasta su magistral golpe de tobillo contra el Elche. Y Sandro, a quien una doble lesión de rodilla que se le hizo casi eterna parece haberle dejado tantas secuelas como lo haría una caseta de perro al toparse con las orugas de un tanque, exhibía este domingo toda su potencia para conquistar nada menos que El Madrigal.
De todas las fórmulas posibles del éxito, al Barça le suele funcionar muy bien una: cuando trabajo y gol van de la mano, los rivales acaban sucumbiendo de pura desesperación. Está por ver si los cracks toman ejemplo de estos dos cachorros con afilados colmillos de leche, pero de momento Messi ha cogido el estandarte de la revolución obrera y está decidido a ondearlo. A excepción de sus dos primeros resultados oficiales, no podría haber mejor noticia para el Barcelona, porque el ejemplo de un mesías siempre cunde. Y si encima lleva el brazalete de capitán, ni les cuento.
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