Pongo un trozo de Atlas Rebelado. Hay partes en negrita con las ideas mas relevantes, para que no leais todo el tocho, pero si quereis podeis hacerlo.
Disfrutad.
En pie, inadvertido en el borde del grupo, Rearden escuchó la voz de una mujer de rostro
fláccido y nervioso, adornada con grandes pendientes de diamantes, en el momento de
preguntar con aire escueto:
—Señor d'Anconia, ¿qué cree que va a pasarle al mundo?
—Exactamente lo que se merece.
—¡Oh! ¡Qué cruel!
—¿Es que no cree usted en la influencia de las leyes morales, madame? —preguntó
Francisco gravemente—. Pues yo sí.
Rearden oyó cómo Bertram Scudder, un poco apartado del grupo, decía a una muchacha,
haciéndola proferir una ahogada exclamación de contrariedad:
—No permita que ese hombre la perturbe. Ya sabe usted que el dinero es el origen de
todo mal, y d'Anconia es un producto típico del dinero.
Rearden no creyó que Francisco lo hubiera oído, pero vio cómo aquél se volvía hacia la
pareja con grave y cortés sonrisa.
—¿De modo que usted cree que el dinero es el origen de todo mal? —preguntó—. ¿Ha
reflexionado alguna vez en cuál es el origen del dinero? El dinero es sólo un instrumento
de cambio, que no podría existir si no se produjeran géneros ni hubiera hombres capaces
de crearlos. El dinero es la forma material de ese principio, según el cual quienes deseen
tratar con otros, han de hacerlo por el comercio, entregando valor por valor. El dinero no
es el instrumento de los plañideros, que solicitan productos con lágrimas, ni de los
saqueadores que los arrebatan por la fuerza. El dinero sólo es posible gracias a quienes
producen. ¿Es eso lo que usted considera culpable?
«Cuando se acepta dinero en pago del propio esfuerzo, se hace bajo la condición de que
luego se podrá cambiar por el producto del esfuerzo ajeno. No son los pusilánimes ni los
merodeadores los que dan valor al dinero. Ni un océano de lágrimas ni todos los cañones
de la tierra podrán transformar los pedazos de papel que lleva en la cartera en el pan
necesario para sobrevivir mañana. Esos pedazos de papel, que en realidad deberían ser de
oro, constituyen una prenda de honor: su demanda de energía a la gente que produce. Su
cartera es la declaración de esperanza según la cual, en algún lugar del mundo, existen
hombres incapaces de quebrantar ese principio moral que es la raíz del dinero. ¿Es eso lo
que considera usted malvado?
»¿Se ha preocupado alguna vez en investigar en las raíces de la producción? Observe un
generador eléctrico y atrévase a pensar que ha sido creado por el esfuerzo muscular de
brutos sin inteligencia. Intente hacer crecer una semilla de trigo sin los conocimientos
transmitidos por quienes lo descubrieron e iniciaron su explotación. Trate de obtener
alimento tan sólo con movimientos físicos y comprenderá que la mente humana es la raíz
de todos los géneros producidos y de toda la riqueza que haya existido jamás sobre la
tierra.
»Pero usted asegura que el dinero lo consiguen los fuertes a expensas de los débiles. ¿A
qué fuerza se refiere? No será la fuerza de las armas o de los músculos. La riqueza es el
producto de la capacidad del hombre para pensar. ¿Consigue el dinero quien inventa un
motor a expensas de quienes no lo inventaron? ¿Lo consigue el inteligente a expensas del
tonto? ¿El capacitado a expensas del incompetente? ¿El ambicioso a expensas del
holgazán? El dinero se hace antes de que pueda ser arrebatado por un ladrón o solicitado
mediante lágrimas, por el esfuerzo de todo hombre honrado, y en la medida de la
capacidad de cada cual. El hombre honrado es aquel que comprende que no puede
consumir más de lo que ha producido.
»Comerciar por medio de dinero es el código de los hombres de buena voluntad. El
dinero descansa en el axioma de que cada cual es propietario de su mente y de su
esfuerzo. El dinero no permite a ningún poder humano prescribir el valor de un esfuerzo,
excepto por elección voluntaria de quien siente deseos de ofrecer el suyo a cambio. El
dinero permite obtener por los propios géneros y el propio trabajo, aquello que quienes
han de adquirirlo consideran apropiado; pero no más. El dinero no permite otros tratos
que aquellos que se llevan a cabo en beneficio mutuo, dentro del recto juicio de ambas
partes. El dinero exige el reconocimiento de que el hombre ha de trabajar en beneficio
propio, y no en su daño; para ganar y no para perder. Equivale a reconocer que el hombre
no es una bestia de carga, nacida para transportar el fardo de su propia miseria, que hay
que ofrecer valores y no quejas; que el lazo común entre los hombres no es un
intercambio de sufrimientos, sino el de mercancías. El dinero exige que vendáis; pero no
debilidad a cambio de estupidez, sino talento a cambio de razón; exige que se compre, no
lo peor que sea ofrecido, sino lo mejor que se pueda conseguir con el propio dinero. Y
cuando los nombres viven para el comercio o—, con la razón y no la fuerza como árbitro
decisivo, el mejor producto es el que gana; el trabajo más perfecto; el hombre de más
profundo juicio y más alta maestría. Y el grado que alcance la productividad del hombre
será también el de su recompensa. Tal es el código de la existencia, cuya herramienta y
símbolo constituye el dinero. ¿Y usted considera eso reprobable?
»EI dinero es sólo una herramienta. Os llevará a donde deseéis, pero no os podrá
reemplazar como conductores. Os ofrecerá los medios para satisfacción de vuestros
deseos, pero no aportará deseos en sí. El dinero es. el azote de quienes intentan revertir la
ley de la causalidad; de quienes buscan reemplazar la mente por los productos de la
misma.
»El dinero no comprará la felicidad para aquel que no tenga un concepto claro de lo que
desea; el dinero no le proporcionará un código de valores, si ha evadido el conocimiento
de lo que evaluar, ni le proveerá de un propósito si ha eludido la elección de lo que busca.
El dinero no conseguirá inteligencia para el tonto, ni admiración para el cobarde, ni
respeto para el incompetente. Quien intenta comprar el cerebro de su superior para que le
sirva, reemplazando con dinero su capacidad de juicio, termina por convertirse en víctima
de sus inferiores. Los hombres inteligentes lo abandonan, pero él sigue engañando y los
fracasos acuden en masa a él, atraídos por una ley que no ha descubierto: la de que
ningún hombre puede ser menor que su dinero. ¿Es éste el motivo por el que lo considera
denigrante?
»Sólo quien no la necesita, está capacitado para heredar riqueza; me refiero al hombre
que labraría su propia fortuna, no importa con qué. Si un heredero es igual a su dinero,
éste le sirve; de lo contrario lo destruye. Vosotros exclamáis que el dinero lo ha
corrompido. ¿Es así? ¿No habrá sido él quien ha corrompido al dinero? No envidiéis a un
heredero indigno; su riqueza no es vuestra, y no habríais obrado mejor, caso de adquirirla.
No consideréis que debió haber sido distribuida entre vosotros. El agobiar al mundo con
cincuenta parásitos en vez de uno, no habría hecho revivir esa muerta virtud de lo que fue
fortuna. El dinero es un poder viviente que muere al carecer de raíz. El dinero no servirá a
una mente que no esté capacitada para ello. ¿Es éste el motivo por el que lo llamáis
odioso?
»El dinero es vuestro medio de supervivencia. El veredicto que pronunciéis acerca de la
fuente de vuestro sustento, es el mismo que pronunciáis acerca de la vida en sí. Si la
fuente es corrupta, habréis condenado vuestra existencia. ¿Adquiristeis el dinero con
fraude? ¿Halagando los vicios o la estupidez humana? ¿Acercándoos a seres estúpidos
con la esperanza de conseguir más de lo que vuestra habilidad merece? ¿Bajando vuestro
nivel de vida? ¿Realizando una tarea que despreciáis con destino a compradores hacia los
que sentís desdén? En tal caso, vuestro dinero no os proporcionará ni un momento digno
de auténtica alegría. Todo cuanto compréis no se convertirá en tributo, sino en reproche;
no en triunfo, sino en constante evocador de vergüenza. Entonces gritaréis que el dinero
es malsano. ¿Malsano porque no está a la altura de vuestro propio respeto? ¿Malsano
porque no os deja disfrutar vuestra depravación? ¿Es ésta la causa de vuestro odio hacia
el dinero?
»El dinero siempre seguirá siendo un efecto y rehusará reemplazaros como causa. El
dinero es producto de la virtud, pero no conferirá virtud ni os redimirá de vuestros vicios.
El dinero no os dará lo que no hayáis merecido, ni material ni espiritualmente. ¿Es ésa la
raíz de vuestro odio hacia él?
»¿Acaso habéis dicho que el amor al dinero es el origen de todo mal? Amar una cosa
significa conocer y amar la naturaleza de que está formada. Amar el dinero es conocer y
amar el hecho de que tal dinero representa la creación del mejor de vuestros poderes
internos y es vuestro pasaporte para comerciar vuestro esfuerzo con el de los mejores de
vuestros semejantes. La persona que vendería su alma por unos centavos suele ser la que
proclama en voz alta su odio hacia el dinero; y hay que reconocer que tiene motivos para
odiarlo. Los amantes del dinero se sienten deseosos de trabajar por él. Saben que están en
condiciones de merecerlo.
Permitidme una indicación acerca de una clave que conduce al estudio del carácter
humano: Quien maldice el dinero, es porque lo adquirió de manera deshonrosa. Quien lo
respeta, se lo ha ganado por medios loables.
»Huid de quien os diga que el dinero encarna al mal. Dicha frase es la campanilla que
anuncia la proximidad de un saqueador, igual que en otros tiempos anunciaba la de un
leproso. Mientras los hombres vivan en comunidad sobre la tierra y necesiten medios
para tratar unos con otros, el único substituto, caso de abandonar el dinero, sería el cañón
de un arma. Pero el dinero exige de vosotros las más altas virtudes, si es que deseáis
conseguirlo o conservarlo. Quienes carecen de valor, de orgullo o de estimación propia,
los que no poseen el sentido moral acerca de su derecho al dinero y no desean defenderlo
como si defendieran su propia vida, aquellos que parecen pedir perdón por ser ricos, no lo
serán mucho tiempo. Constituyen un cebo natural para las bandadas de merodeadores que
desde hace siglos se agazapan bajo rocas, saliendo al exterior en cuanto huelen a un
hombre que ruega ser perdonado por el pecado de poseer riqueza. Se apresurarán a
aliviarle de su culpa, y de su vida también, que es lo que merece.
^Entonces presenciaréis la elevación de los hombres que militan bajo dos banderas; de
quienes viven basándose en la fuerza y, sin embargo, cuentan con quienes viven del
comercio para crear el valor de su dinero robado; hombres que se mueven a saltos por el
camino de la virtud. En una sociedad moral, ellos son los criminales, y tenéis que
protegeros contra sus actividades. Pero cuando una sociedad establece la existencia de
criminales por derecho y de saqueadores legales, es decir, de hombres que utilizan la
fuerza para apoderarse de la riqueza de víctimas desarmadas, el dinero se convierte en
vengador de quien lo creó. Tales maleantes creen seguro robar a seres indefensos en
cuanto han aprobado una ley que los desarme. Pero su botín se convierte en imán para
otros como ellos, que se lo arrebatarán a su vez, y así continúa la carrera, venciendo, no el
más diestro en la producción, sino quienes emplean mayor brutalidad y rudeza. Cuando la
fuerza se convierte en estandarte, el criminal vence sobre el ratero, pero entonces la
sociedad desaparece entre un cúmulo de ruinas y de crímenes.
»¿Queréis saber si este día va a llegar? Observad el dinero. El dinero es el barómetro de
las virtudes de una sociedad. Cuando notéis que el comercio se efectúa, no por
consentimiento de sus partes, sino por obligación; cuando veáis que, con el fin.de
producir, necesitáis permiso de quienes no producen nada; cuando observéis que el dinero
afluye hacia quienes trafican no en géneros, sino en favores; cuando os deis cuenta de que
muchos se hacen ricos por el soborno, por la presión, más que por el trabajo, y que las
leyes no os protegen contra ellos, sino que, al contrario, son ellos los protegidos contra
vosotros; cuando observéis cómo la corrupción es recompensada y la honradez se
convierte en sacrificio, podéis asegurar, sin temor a equivocaros, que vuestra sociedad
está condenada. El dinero es un medio tan noble que no compite con las armas, ni pacta
con la brutalidad. Nunca permitirá a un país sobrevivir como propiedad a medias o como
botín compartido.
»Siempre que aparezcan elementos destructores entre los hombres, empezarán por
destruir el dinero, porque éste es la protección del hombre y la base de una existencia
moral. Tales elementos se apoderarán del oro, entregando a cambio un montón de papel
falsificado. Con ello matarán todos los fines objetivos y situarán al hombre en las garras
de un arbitrario promulgador de valores. El oro es un valor objetivo, un equivalente a
riqueza producida. El papel es una hipoteca sobre riqueza que no existe, reforzada por un
arma apuntada contra aquellos de quienes se espera que la produzcan. El papel es un
cheque cursado por saqueadores legales sobre una cuenta ajena: la virtud de las víctimas.
Vigilad la llegada del día en que dicha cuenta se agote.
»Cuando se ha convertido al mal en medio de supervivencia, no confiéis en que los
hombres sigan siendo buenos. No esperéis que conserven la moralidad y pierdan la vida
convertidos en pasto de lo inmoral. No esperéis que produzcan, cuando la producción se
ve castigada y el robo recompensado. No preguntéis entonces "¿Quién está destruyendo
al mundo?" porque seréis vosotros mismos.
»Os encontráis entre los mayores logros de la mayor civilización productiva y os
preguntáis por qué ésta se derrumba a vuestro alrededor mientras maldecís lo que le da
vida: el dinero. Contempláis al dinero como los salvajes antes que vosotros, y os
preguntáis por qué la selva vuelve a acercarse a los límites de vuestras ciudades. En toda
la historia humana, el dinero fue siempre botín de aprovechados, de un tipo o de otro. Sus
nombres cambiaron, pero sus métodos fueron siempre los mismos: aprovecharse de la
riqueza por la fuerza y mantener cautivos a los productores, rebajándolos, difamándolos y
despojándolos de su honor. Esa frase acerca de los males del dinero, que usted ha
expresado con semejante precipitación, no exenta de un deseo de rectitud, procede de un
tiempo en que la riqueza era producida por la labor de los esclavos; esclavos que repetían
movimientos descubiertos con anterioridad por la mente de alguien y que prosiguieron
ejecutándose sin mejoría alguna durante siglos. Mientras la producción fue gobernada por
la fuerza y la riqueza se consiguió con la conquista, hubo poco que aprender. Sin
embargo, a través de siglos de miseria y de hambre, los hombres exaltaron a los
saqueadores como aristócratas de la espada, como aristócratas de cuna, y más tarde como
aristócratas de despacho, despreciando a los productores, primero como esclavos, y luego
como comerciantes, tenderos e industriales.
»Para gloria de la humanidad, existió por única vez en la historia, un país del dinero y no
me es posible pagar más alto y reverente tributo a América por lo que ello significa: un
país donde reinan la razón, la justicia, la libertad, la producción y el progreso. Por vez
primera, la mente y el dinero de los hombres quedaron libres y dejó de existir la fortuna
como botín de conquista. Por el contrario, floreció allí como producto del trabajo, y en
vez de guerreros y de esclavos, progresó el verdadero forjador de fortunas; el gran
trabajador convertido en el más alto tipo de ser humano: el forjador de sí mismo, el
industrial americano.
»Si me pedís que dé nombre a la distinción de que los americanos pueden estar más
orgullosos, escogería, porque contiene a todas las demás, la de haber sido el pueblo que
creó la frase: "hacer dinero". Jamás en ninguna otra lengua o nación había existido
semejante palabra; los hombres pensaron siempre en la riqueza como en una cantidad
estática que podía ser objeto de robo, conseguirse mediante ruegos o súplicas, heredarse,
compartirse u obtenerse como favor. Los americanos fueron los primeros en comprender
que la riqueza debía ser creada. La frase "hacer dinero" contiene la esencia de la
moralidad humana.
»Sin embargo, tales fueron las palabras por las que los americanos se vieron denunciados
por las podridas culturas de los continentes de ladrones. Ahora, el credo de los mismos
los lleva a considerar vuestros más dignos logros como motivo de vergüenza; vuestra
prosperidad como un afán culpable; vuestros más eminentes personajes industriales como
unos granujas, vuestras magníficas fábricas como producto de la labor muscular, trabajo
de esclavos movidos por el látigo, como los que construyeron las pirámides de Egipto. El
malvado que se lamenta de no ver diferencia entre el poder del dólar y el poder del látigo,
debería aprender dicha diferencia en su propia piel… como creo que ocurrirá a la larga.
»Hasta descubrir que el dinero es la base de todo bien, se camina hacia la propia
destrucción. Cuando el dinero deje de ser la herramienta con la que los hombres trafiquen
uno con otro, éstos se convertirán en herramientas de otros hombres. Sangre, látigos,
cañones o dólares. Elegid… No existe otra opción y el tiempo se va acabando.»
Mientras hablaba, Francisco no había mirado a Rearden ni una sola vez, pero en cuanto
terminó, sus ojos se posaron en aquél. Rearden estaba inmóvil, sin ver más que a
Francisco d'Anconia, entre las movibles figuras y las voces airadas que se elevaban entre
ambos.
Algunos de los que habían escuchado, se apresuraban a partir de allí, y muchos
exclamaban: «¡Qué cosa tan horrible!» «¡Nada de eso es cierto!» «¡Cuánta jactancia y
cuánta obstinación!» Lo decían en voz alta, unos a otros, cual deseosos de que sus
vecinos los oyeran, pero confiando en que tales palabras pasaran inadvertidas para
Francisco.
—Señor d'Anconia —declaró la mujer de los pendientes—, no estoy de acuerdo con
usted.
—Si puede refutar una sola de las frases que he pronunciado, madame, la escucharé con
mucho gusto.
—¡Oh! No puedo contestarle. Carezco de respuesta. Mi mente no trabaja en esa
dirección, pero siento que no está usted en lo cierto.
—¿Cómo lo sabe?
—Lo siento porque no me rijo por mi cabeza, sino por mi corazón. Puede ser usted muy
expresivo con su lógica, pero carece de alma.
—Madame, cuando veamos a seres humanos morir de hambre a nuestro alrededor, el
corazón no servirá de nada. Y carezco de él lo suficiente como para decirle que cuando
grite: «¡No podía imaginarlo!», nadie la perdonará por ello.
PD: Dedicado al comunista...
Disfrutad.
En pie, inadvertido en el borde del grupo, Rearden escuchó la voz de una mujer de rostro
fláccido y nervioso, adornada con grandes pendientes de diamantes, en el momento de
preguntar con aire escueto:
—Señor d'Anconia, ¿qué cree que va a pasarle al mundo?
—Exactamente lo que se merece.
—¡Oh! ¡Qué cruel!
—¿Es que no cree usted en la influencia de las leyes morales, madame? —preguntó
Francisco gravemente—. Pues yo sí.
Rearden oyó cómo Bertram Scudder, un poco apartado del grupo, decía a una muchacha,
haciéndola proferir una ahogada exclamación de contrariedad:
—No permita que ese hombre la perturbe. Ya sabe usted que el dinero es el origen de
todo mal, y d'Anconia es un producto típico del dinero.
Rearden no creyó que Francisco lo hubiera oído, pero vio cómo aquél se volvía hacia la
pareja con grave y cortés sonrisa.
—¿De modo que usted cree que el dinero es el origen de todo mal? —preguntó—. ¿Ha
reflexionado alguna vez en cuál es el origen del dinero? El dinero es sólo un instrumento
de cambio, que no podría existir si no se produjeran géneros ni hubiera hombres capaces
de crearlos. El dinero es la forma material de ese principio, según el cual quienes deseen
tratar con otros, han de hacerlo por el comercio, entregando valor por valor. El dinero no
es el instrumento de los plañideros, que solicitan productos con lágrimas, ni de los
saqueadores que los arrebatan por la fuerza. El dinero sólo es posible gracias a quienes
producen. ¿Es eso lo que usted considera culpable?
«Cuando se acepta dinero en pago del propio esfuerzo, se hace bajo la condición de que
luego se podrá cambiar por el producto del esfuerzo ajeno. No son los pusilánimes ni los
merodeadores los que dan valor al dinero. Ni un océano de lágrimas ni todos los cañones
de la tierra podrán transformar los pedazos de papel que lleva en la cartera en el pan
necesario para sobrevivir mañana. Esos pedazos de papel, que en realidad deberían ser de
oro, constituyen una prenda de honor: su demanda de energía a la gente que produce. Su
cartera es la declaración de esperanza según la cual, en algún lugar del mundo, existen
hombres incapaces de quebrantar ese principio moral que es la raíz del dinero. ¿Es eso lo
que considera usted malvado?
»¿Se ha preocupado alguna vez en investigar en las raíces de la producción? Observe un
generador eléctrico y atrévase a pensar que ha sido creado por el esfuerzo muscular de
brutos sin inteligencia. Intente hacer crecer una semilla de trigo sin los conocimientos
transmitidos por quienes lo descubrieron e iniciaron su explotación. Trate de obtener
alimento tan sólo con movimientos físicos y comprenderá que la mente humana es la raíz
de todos los géneros producidos y de toda la riqueza que haya existido jamás sobre la
tierra.
»Pero usted asegura que el dinero lo consiguen los fuertes a expensas de los débiles. ¿A
qué fuerza se refiere? No será la fuerza de las armas o de los músculos. La riqueza es el
producto de la capacidad del hombre para pensar. ¿Consigue el dinero quien inventa un
motor a expensas de quienes no lo inventaron? ¿Lo consigue el inteligente a expensas del
tonto? ¿El capacitado a expensas del incompetente? ¿El ambicioso a expensas del
holgazán? El dinero se hace antes de que pueda ser arrebatado por un ladrón o solicitado
mediante lágrimas, por el esfuerzo de todo hombre honrado, y en la medida de la
capacidad de cada cual. El hombre honrado es aquel que comprende que no puede
consumir más de lo que ha producido.
»Comerciar por medio de dinero es el código de los hombres de buena voluntad. El
dinero descansa en el axioma de que cada cual es propietario de su mente y de su
esfuerzo. El dinero no permite a ningún poder humano prescribir el valor de un esfuerzo,
excepto por elección voluntaria de quien siente deseos de ofrecer el suyo a cambio. El
dinero permite obtener por los propios géneros y el propio trabajo, aquello que quienes
han de adquirirlo consideran apropiado; pero no más. El dinero no permite otros tratos
que aquellos que se llevan a cabo en beneficio mutuo, dentro del recto juicio de ambas
partes. El dinero exige el reconocimiento de que el hombre ha de trabajar en beneficio
propio, y no en su daño; para ganar y no para perder. Equivale a reconocer que el hombre
no es una bestia de carga, nacida para transportar el fardo de su propia miseria, que hay
que ofrecer valores y no quejas; que el lazo común entre los hombres no es un
intercambio de sufrimientos, sino el de mercancías. El dinero exige que vendáis; pero no
debilidad a cambio de estupidez, sino talento a cambio de razón; exige que se compre, no
lo peor que sea ofrecido, sino lo mejor que se pueda conseguir con el propio dinero. Y
cuando los nombres viven para el comercio o—, con la razón y no la fuerza como árbitro
decisivo, el mejor producto es el que gana; el trabajo más perfecto; el hombre de más
profundo juicio y más alta maestría. Y el grado que alcance la productividad del hombre
será también el de su recompensa. Tal es el código de la existencia, cuya herramienta y
símbolo constituye el dinero. ¿Y usted considera eso reprobable?
»EI dinero es sólo una herramienta. Os llevará a donde deseéis, pero no os podrá
reemplazar como conductores. Os ofrecerá los medios para satisfacción de vuestros
deseos, pero no aportará deseos en sí. El dinero es. el azote de quienes intentan revertir la
ley de la causalidad; de quienes buscan reemplazar la mente por los productos de la
misma.
»El dinero no comprará la felicidad para aquel que no tenga un concepto claro de lo que
desea; el dinero no le proporcionará un código de valores, si ha evadido el conocimiento
de lo que evaluar, ni le proveerá de un propósito si ha eludido la elección de lo que busca.
El dinero no conseguirá inteligencia para el tonto, ni admiración para el cobarde, ni
respeto para el incompetente. Quien intenta comprar el cerebro de su superior para que le
sirva, reemplazando con dinero su capacidad de juicio, termina por convertirse en víctima
de sus inferiores. Los hombres inteligentes lo abandonan, pero él sigue engañando y los
fracasos acuden en masa a él, atraídos por una ley que no ha descubierto: la de que
ningún hombre puede ser menor que su dinero. ¿Es éste el motivo por el que lo considera
denigrante?
»Sólo quien no la necesita, está capacitado para heredar riqueza; me refiero al hombre
que labraría su propia fortuna, no importa con qué. Si un heredero es igual a su dinero,
éste le sirve; de lo contrario lo destruye. Vosotros exclamáis que el dinero lo ha
corrompido. ¿Es así? ¿No habrá sido él quien ha corrompido al dinero? No envidiéis a un
heredero indigno; su riqueza no es vuestra, y no habríais obrado mejor, caso de adquirirla.
No consideréis que debió haber sido distribuida entre vosotros. El agobiar al mundo con
cincuenta parásitos en vez de uno, no habría hecho revivir esa muerta virtud de lo que fue
fortuna. El dinero es un poder viviente que muere al carecer de raíz. El dinero no servirá a
una mente que no esté capacitada para ello. ¿Es éste el motivo por el que lo llamáis
odioso?
»El dinero es vuestro medio de supervivencia. El veredicto que pronunciéis acerca de la
fuente de vuestro sustento, es el mismo que pronunciáis acerca de la vida en sí. Si la
fuente es corrupta, habréis condenado vuestra existencia. ¿Adquiristeis el dinero con
fraude? ¿Halagando los vicios o la estupidez humana? ¿Acercándoos a seres estúpidos
con la esperanza de conseguir más de lo que vuestra habilidad merece? ¿Bajando vuestro
nivel de vida? ¿Realizando una tarea que despreciáis con destino a compradores hacia los
que sentís desdén? En tal caso, vuestro dinero no os proporcionará ni un momento digno
de auténtica alegría. Todo cuanto compréis no se convertirá en tributo, sino en reproche;
no en triunfo, sino en constante evocador de vergüenza. Entonces gritaréis que el dinero
es malsano. ¿Malsano porque no está a la altura de vuestro propio respeto? ¿Malsano
porque no os deja disfrutar vuestra depravación? ¿Es ésta la causa de vuestro odio hacia
el dinero?
»El dinero siempre seguirá siendo un efecto y rehusará reemplazaros como causa. El
dinero es producto de la virtud, pero no conferirá virtud ni os redimirá de vuestros vicios.
El dinero no os dará lo que no hayáis merecido, ni material ni espiritualmente. ¿Es ésa la
raíz de vuestro odio hacia él?
»¿Acaso habéis dicho que el amor al dinero es el origen de todo mal? Amar una cosa
significa conocer y amar la naturaleza de que está formada. Amar el dinero es conocer y
amar el hecho de que tal dinero representa la creación del mejor de vuestros poderes
internos y es vuestro pasaporte para comerciar vuestro esfuerzo con el de los mejores de
vuestros semejantes. La persona que vendería su alma por unos centavos suele ser la que
proclama en voz alta su odio hacia el dinero; y hay que reconocer que tiene motivos para
odiarlo. Los amantes del dinero se sienten deseosos de trabajar por él. Saben que están en
condiciones de merecerlo.
Permitidme una indicación acerca de una clave que conduce al estudio del carácter
humano: Quien maldice el dinero, es porque lo adquirió de manera deshonrosa. Quien lo
respeta, se lo ha ganado por medios loables.
»Huid de quien os diga que el dinero encarna al mal. Dicha frase es la campanilla que
anuncia la proximidad de un saqueador, igual que en otros tiempos anunciaba la de un
leproso. Mientras los hombres vivan en comunidad sobre la tierra y necesiten medios
para tratar unos con otros, el único substituto, caso de abandonar el dinero, sería el cañón
de un arma. Pero el dinero exige de vosotros las más altas virtudes, si es que deseáis
conseguirlo o conservarlo. Quienes carecen de valor, de orgullo o de estimación propia,
los que no poseen el sentido moral acerca de su derecho al dinero y no desean defenderlo
como si defendieran su propia vida, aquellos que parecen pedir perdón por ser ricos, no lo
serán mucho tiempo. Constituyen un cebo natural para las bandadas de merodeadores que
desde hace siglos se agazapan bajo rocas, saliendo al exterior en cuanto huelen a un
hombre que ruega ser perdonado por el pecado de poseer riqueza. Se apresurarán a
aliviarle de su culpa, y de su vida también, que es lo que merece.
^Entonces presenciaréis la elevación de los hombres que militan bajo dos banderas; de
quienes viven basándose en la fuerza y, sin embargo, cuentan con quienes viven del
comercio para crear el valor de su dinero robado; hombres que se mueven a saltos por el
camino de la virtud. En una sociedad moral, ellos son los criminales, y tenéis que
protegeros contra sus actividades. Pero cuando una sociedad establece la existencia de
criminales por derecho y de saqueadores legales, es decir, de hombres que utilizan la
fuerza para apoderarse de la riqueza de víctimas desarmadas, el dinero se convierte en
vengador de quien lo creó. Tales maleantes creen seguro robar a seres indefensos en
cuanto han aprobado una ley que los desarme. Pero su botín se convierte en imán para
otros como ellos, que se lo arrebatarán a su vez, y así continúa la carrera, venciendo, no el
más diestro en la producción, sino quienes emplean mayor brutalidad y rudeza. Cuando la
fuerza se convierte en estandarte, el criminal vence sobre el ratero, pero entonces la
sociedad desaparece entre un cúmulo de ruinas y de crímenes.
»¿Queréis saber si este día va a llegar? Observad el dinero. El dinero es el barómetro de
las virtudes de una sociedad. Cuando notéis que el comercio se efectúa, no por
consentimiento de sus partes, sino por obligación; cuando veáis que, con el fin.de
producir, necesitáis permiso de quienes no producen nada; cuando observéis que el dinero
afluye hacia quienes trafican no en géneros, sino en favores; cuando os deis cuenta de que
muchos se hacen ricos por el soborno, por la presión, más que por el trabajo, y que las
leyes no os protegen contra ellos, sino que, al contrario, son ellos los protegidos contra
vosotros; cuando observéis cómo la corrupción es recompensada y la honradez se
convierte en sacrificio, podéis asegurar, sin temor a equivocaros, que vuestra sociedad
está condenada. El dinero es un medio tan noble que no compite con las armas, ni pacta
con la brutalidad. Nunca permitirá a un país sobrevivir como propiedad a medias o como
botín compartido.
»Siempre que aparezcan elementos destructores entre los hombres, empezarán por
destruir el dinero, porque éste es la protección del hombre y la base de una existencia
moral. Tales elementos se apoderarán del oro, entregando a cambio un montón de papel
falsificado. Con ello matarán todos los fines objetivos y situarán al hombre en las garras
de un arbitrario promulgador de valores. El oro es un valor objetivo, un equivalente a
riqueza producida. El papel es una hipoteca sobre riqueza que no existe, reforzada por un
arma apuntada contra aquellos de quienes se espera que la produzcan. El papel es un
cheque cursado por saqueadores legales sobre una cuenta ajena: la virtud de las víctimas.
Vigilad la llegada del día en que dicha cuenta se agote.
»Cuando se ha convertido al mal en medio de supervivencia, no confiéis en que los
hombres sigan siendo buenos. No esperéis que conserven la moralidad y pierdan la vida
convertidos en pasto de lo inmoral. No esperéis que produzcan, cuando la producción se
ve castigada y el robo recompensado. No preguntéis entonces "¿Quién está destruyendo
al mundo?" porque seréis vosotros mismos.
»Os encontráis entre los mayores logros de la mayor civilización productiva y os
preguntáis por qué ésta se derrumba a vuestro alrededor mientras maldecís lo que le da
vida: el dinero. Contempláis al dinero como los salvajes antes que vosotros, y os
preguntáis por qué la selva vuelve a acercarse a los límites de vuestras ciudades. En toda
la historia humana, el dinero fue siempre botín de aprovechados, de un tipo o de otro. Sus
nombres cambiaron, pero sus métodos fueron siempre los mismos: aprovecharse de la
riqueza por la fuerza y mantener cautivos a los productores, rebajándolos, difamándolos y
despojándolos de su honor. Esa frase acerca de los males del dinero, que usted ha
expresado con semejante precipitación, no exenta de un deseo de rectitud, procede de un
tiempo en que la riqueza era producida por la labor de los esclavos; esclavos que repetían
movimientos descubiertos con anterioridad por la mente de alguien y que prosiguieron
ejecutándose sin mejoría alguna durante siglos. Mientras la producción fue gobernada por
la fuerza y la riqueza se consiguió con la conquista, hubo poco que aprender. Sin
embargo, a través de siglos de miseria y de hambre, los hombres exaltaron a los
saqueadores como aristócratas de la espada, como aristócratas de cuna, y más tarde como
aristócratas de despacho, despreciando a los productores, primero como esclavos, y luego
como comerciantes, tenderos e industriales.
»Para gloria de la humanidad, existió por única vez en la historia, un país del dinero y no
me es posible pagar más alto y reverente tributo a América por lo que ello significa: un
país donde reinan la razón, la justicia, la libertad, la producción y el progreso. Por vez
primera, la mente y el dinero de los hombres quedaron libres y dejó de existir la fortuna
como botín de conquista. Por el contrario, floreció allí como producto del trabajo, y en
vez de guerreros y de esclavos, progresó el verdadero forjador de fortunas; el gran
trabajador convertido en el más alto tipo de ser humano: el forjador de sí mismo, el
industrial americano.
»Si me pedís que dé nombre a la distinción de que los americanos pueden estar más
orgullosos, escogería, porque contiene a todas las demás, la de haber sido el pueblo que
creó la frase: "hacer dinero". Jamás en ninguna otra lengua o nación había existido
semejante palabra; los hombres pensaron siempre en la riqueza como en una cantidad
estática que podía ser objeto de robo, conseguirse mediante ruegos o súplicas, heredarse,
compartirse u obtenerse como favor. Los americanos fueron los primeros en comprender
que la riqueza debía ser creada. La frase "hacer dinero" contiene la esencia de la
moralidad humana.
»Sin embargo, tales fueron las palabras por las que los americanos se vieron denunciados
por las podridas culturas de los continentes de ladrones. Ahora, el credo de los mismos
los lleva a considerar vuestros más dignos logros como motivo de vergüenza; vuestra
prosperidad como un afán culpable; vuestros más eminentes personajes industriales como
unos granujas, vuestras magníficas fábricas como producto de la labor muscular, trabajo
de esclavos movidos por el látigo, como los que construyeron las pirámides de Egipto. El
malvado que se lamenta de no ver diferencia entre el poder del dólar y el poder del látigo,
debería aprender dicha diferencia en su propia piel… como creo que ocurrirá a la larga.
»Hasta descubrir que el dinero es la base de todo bien, se camina hacia la propia
destrucción. Cuando el dinero deje de ser la herramienta con la que los hombres trafiquen
uno con otro, éstos se convertirán en herramientas de otros hombres. Sangre, látigos,
cañones o dólares. Elegid… No existe otra opción y el tiempo se va acabando.»
Mientras hablaba, Francisco no había mirado a Rearden ni una sola vez, pero en cuanto
terminó, sus ojos se posaron en aquél. Rearden estaba inmóvil, sin ver más que a
Francisco d'Anconia, entre las movibles figuras y las voces airadas que se elevaban entre
ambos.
Algunos de los que habían escuchado, se apresuraban a partir de allí, y muchos
exclamaban: «¡Qué cosa tan horrible!» «¡Nada de eso es cierto!» «¡Cuánta jactancia y
cuánta obstinación!» Lo decían en voz alta, unos a otros, cual deseosos de que sus
vecinos los oyeran, pero confiando en que tales palabras pasaran inadvertidas para
Francisco.
—Señor d'Anconia —declaró la mujer de los pendientes—, no estoy de acuerdo con
usted.
—Si puede refutar una sola de las frases que he pronunciado, madame, la escucharé con
mucho gusto.
—¡Oh! No puedo contestarle. Carezco de respuesta. Mi mente no trabaja en esa
dirección, pero siento que no está usted en lo cierto.
—¿Cómo lo sabe?
—Lo siento porque no me rijo por mi cabeza, sino por mi corazón. Puede ser usted muy
expresivo con su lógica, pero carece de alma.
—Madame, cuando veamos a seres humanos morir de hambre a nuestro alrededor, el
corazón no servirá de nada. Y carezco de él lo suficiente como para decirle que cuando
grite: «¡No podía imaginarlo!», nadie la perdonará por ello.
PD: Dedicado al comunista...