De un lado ha sido el entrenador que más ha reivindicado la modestia y la humildad y del otro, el que más se ha hecho de rogar, el que más se ha hecho el místico y el misterioso, el que más atención ha acaparado haciendo ver que huía de ella. Ha sido el primer entrenador de Primera que no ha dado ni una sola entrevista, pero el que más ha hecho girar cada rueda de prensa sobre el culto a su personalidad.
La traca final de su despedida ha sido uno de los mayores ejercicios de megalomanía y de vanidad que se recuerdan en Occidente. El hombre que más ha reivindicado la discreción ha conseguido convertir su hipotética renovación en el tema de actualidad más candente de cada uno de los años en que ha sido el entrenador del Barça. Cada uno de estos cuatro años, su renovación se ha convertido en una competición más en la que participábamos, y que muchas veces parecía la más importante. Pep ha jugado minuciosamente a las insinuaciones de un modo perfectamente calculado para mantener la tensión durante todo el año, y convertirse él y sólo él en el sujeto de todos los rumores, de todas las especulaciones, y en el hombre más deseado.
Se va pidiéndole al presidente Sandro Rosell que le deje tranquilo, cuando en realidad sería perfectamente legítimo que tal cosa se la pidiera el presidente a él, después de todo este tiempo que a todos se nos ha hecho larguísimo con sus frases a medias y sus respiraciones profundas como de líder sectario que quiere guiar a sus víctimas al suicidio colectivo. Pep ha sido un entrenador fantástico, pero también se ha encontrado unos jugadores extraordinarios en su momento más dulce; no se le puede negar que haya trabajado muy duro, y que haya conseguido unos espléndidos resultados, pero ha sido un ególatra sin parangón, un comediante considerable, y cuando las cosas empezaban a ponerse feas lo ha dejado.
En una conversación en Barcelona, en el Ritz, el día que José Tomás se despedía de Cataluña, David Gistau me dijo algo sobre Pep que en aquel momento me pareció una crítica mezquina y partidista pero que al final ha resultado ser una premonición de una gran exactitud. «Es fácil ser magnánimo en la victoria y en el éxito. Veremos cómo se comporta en la presión y en la derrota». después de unos años de ganarlo prácticamente todo, y de hacerse el modesto diciendo que si pierdes no pasa nada, cuando las derrotas han llegado porque su equipo ha empezado a colapsarse, su estrategia de gran entrenador ha sido marcharse.
su maestro johan
Johan Cruyff, su maestro, creó el Dream Team, y cuando el Dream Team se agotó intentó forjar otro gran equipo con los chavales de La Masía: Busquets, Celades, De la Peña, el mismo Guardiola o Jordi Cruyff, entre otros. Verles jugar juntos fue una delicia. El entonces presidente, Núñez, no permitió que esta bella revolución culminara y diera sus mejores resultados y destituyó al técnico holandés en una de las decisiones que más han dividido a la masa social barcelonista.
Cruyff lo intentó y no le dejaron. Pep se marcha sin intentarlo, Pep se marcha como respuesta a la primera dificultad, a la primera molestia, al primer inconveniente. Dice que se ha vaciado pero lo que en realidad le ha pasado es que ha perdido sin poder atribuir ninguna de sus dos grandes derrotas de esta temporada a nada más que a la falta de ideas de un equipo y de un juego al que sus principales rivales parecen haberle tomado la medida.
Pep, a pesar de haberlo ganado casi todo y de haber firmado algunas de las temporadas más brillantes de la historia del fútbol, sobre todo la primera, se va como un perdedor, como quien cuando intuye problemas escabulle el bulto. Se le podrá recordar por su talento y por su éxito pero no por su grandeza.
A pesar de que su personalidad ha sido motivo de toda clase de elogios, porque en la distancia puede deslumbrar precisamente porque todo lo ha calculado a tal efecto; ha sido precisamente esta personalidad la que ha causado los mayores incidentes que ha vivido el Barcelona durante su reinado. Fue la personalidad de Guardiola la que impidió el encaje de jugadores como Eto'o o Ibrahimovic, dejando al Barça sin el delantero centro letal que tanto ha echado de menos esta temporada cuando «el mejor fútbol de la Historia» se encallaba una vez y otra ante defensas bien organizadas.
Ha sido la personalidad de Guardiola, y su vanidad, y su permanente vivir rodeado de espejos, lo que ha enturbiado su final. Hace unas semanas dijo que se había enterado de que su sustituto sería Tito Vilanova el mismo día de la rueda de prensa en que la noticia se anunciaba; el jueves, en la rueda de prensa previa a la final de la Copa, dijo que lo sabía desde hacía meses. Sobre Rosell, él sabe lo que piensa y lo que dice de él en sus conversaciones privadas, y todos pudimos ver lo que dijo en la misma rueda de prensa del jueves, como si su relación con el actual presidente y el anterior, Joan Laporta, fuera la misma y hubiera sido la misma.
En una de nuestras últimas conversaciones, y cuando digo últimas digo últimas porque las cosas que uno sabe es imposible dejarlas de saber y es muy incómodo mantener una relación con alguien que mantiene dos discursos distintos en público y en privado; vía SMS y ya muy fría después de 18 años de conocernos y de tratarnos, Pep me hizo una reflexión sobre mi modo de escribir diciéndome que lo más importante y lo que todos queremos conseguir es que nos quieran.
Esto ha sido lo más importante para él: que le quisiera el pueblo, que le aclamara. No todos lo queremos conseguir. No todos queremos conseguir el amor sudoroso de la masa y a algunos nos basta con que nos quieran nuestros amigos y las personas a las que queremos. Y por eso nos metemos en problemas y resultamos a veces aparatosos, ruidosos y hasta ofensivos. Vivir de pie es lo que tiene. Pero es evidente que cuando tu objetivo es que todo el mundo te venere, asuntos como la verdad y el honor pasan a tener mucha menos importancia. Cuentan más el efecto y la imagen, y es más urgente acomodar lo que dices a las circunstancias que dar la cara por aquello en lo que crees, si es que realmente crees en algo.
Pep decía cuando las cosas le iban bien que él nunca hablaría de los árbitros. Cuando se ha sentido perjudicado por ellos, no ha dudado en quejarse amargamente, eso sí, siempre haciendo ver que no se quejaba, siempre dejando la frase a medias y la palabra a la mitad, siempre buscando el sobreentendido y el modo de continuar pareciendo intachable mientras se estaba rebozando en el lodazal.
El día que salió publicado mi artículo Penúltimas traiciones, que a pesar de todo el lío organizado Pep no ha tenido más remedio que reconocer que lo que en él se decía era cierto [que se enteró de que Vilanova sería su sucesor minutos antes de anunciar que se marchaba], mantuve con Guardiola un par de conversaciones telefónicas. En la primera me pidió que matizara algunas de las expresiones que yo le atribuía, para suavizarlas, y en la segunda me quiso explicar que en su última etapa como entrenador se ha tenido que ocupar de muchos otros asuntos que nada tenían que ver con el balón, y que precisamente por eso se sentía tan «vacío» y «agotado», y que aunque para él era «un drama» dejar el Barça, se iba porque no podía aguantar la presión que todo ello le comportaba.
La primera ocasión que tuve de contarlo fue en un programa de radio, donde expliqué mi conversación con Pep. Da una idea de hasta que punto vive obsesionado por su imagen, que a la mañana siguiente me reprochara haber utilizado en público una conversación privada, ya que según él tendría que haber difundido el contenido pero no quién me lo había contado.
SOBERBIA DEMOSTRACIÓN
Que el fútbol no genera un debate precisamente intelectual porque sus protagonistas se dedican básicamente a chutar, eso ya lo sabíamos; la de vueltas que uno puede llegar a dar sobre sí mismo es algo que yo no me podía imaginar hasta la soberbia demostración que Pep me ha hecho durante estos últimos días. Como toda gran lección, tengo que agradecérsela muchísimo.
La incógnita sobre su futuro se resolverá, como siempre, como si de una Champions se tratara. Liguilla, octavos, cuartos, semifinal y final. Él marcará su ritmo informativo siempre haciendo ver que se quita importancia.
Algunas cosas sí parecen claras. La primera es que durante su año sabático se trasladará a vivir a Londres junto a su mujer y sus hijos. La segunda es que le acompañarán algunos -pocos- miembros de su equipo, entre ellos un ojeador. La tercera es que quien le está ayudando a planear su futuro inmediato y a medio plazo es uno de los íntimos amigos y colaboradores del ex presidente Joan Laporta. La cuarta es que los estatutos del Barça dicen que quien ha sido empleado del club no puede optar a la Presidencia hasta después de dos años de haber dejado su responsabilidad. Y la quinta es que las elecciones en el Barça son dentro de cuatro años.
Las especulaciones son dos. La primera es que el propietario del Chelsea, Abramovich, para respetar el año sabático que quiere tomarse Pep, le ha ofrecido a su actual entrenador, Di Mateo, un contrato de sólo un año, periodo durante el que espera convencer a Guardiola para que entrene a su equipo a partir de la temporada 2013-2014, de modo que vería realizada su ilusión de ser técnico de la Premier. La segunda especulación es que Pep niega rotundamente que esté pensando en presentarse a presidente del Barça, que lo niega con vehemencia y con toda clase de recursos retóricos, y precisamente por ello, sus colaboradores más cercanos, que le conocen bien, están empezando a pensar en lemas para su campaña.