Os propongo una mirada hacia el pasado para ver la evolución de los Estados, cómo la concepción humana, cientifica y material ha ido cambiando a lo largo de las centurias. O no.
Volvamos a ese nómada, inmerso en una "sociedad" tribal, cohesionada por sus ritos y prácticas religiosas tradicionales, de carácter marcadamente poligámico y que sin duda serían los primeros cónclaves de ancianos los que basasen su soberanía en la figura del chamán; el verdadero guía espiritual del grupo en quién sus semejantes delegaban sus miedos y temores ante lo ignoto e incompresible.
Avancemos unos cuantos siglos para situarnos en los primeros Estados, creados mediante una cesión del poder social en la figura de un monarca-deidad que era el encargado de proteger a sus súbditos y marcar sus destinos a fuerza de palabra divina de un conjunto de dioses que por sí solos podían explicar lo desconocido, lo natural y lo racional.
Previamente, el descubrimiento de la agricultura permitió que las citadas tribus nómadas evolucionasen en agrupaciones sedentarias, disponiendo de la tierra como hilo conductor de sus vidas y sus riquezas. Las alianzas matrimoniales y monogámicas en muchos casos abriría la posibilidad del surgimiento de la propiedad privada, la cual fue sometida a la protección del rey-dios como pilar fundamental del desarrollo humano de la época.
La civilización egipcia, las civilizaciones mesoamericanas o las mesopotámicas son claros ejemplos de este desarrollo "estatal".
Centremos nuestra mirada ahora en el mediterráneo, cuna de civilizaciones e imperios, porque nos vamos a trasladar al siglo V a.C. Sobrevolemos las polis griegas o ciudades-estado del Egeo, entre las que destacan dos por encima de las demás, Esparta y Atenas. La primera por ser cuna de ciudadanos-guerreros, basada en una sociedad militar, donde los hombres eran marcados desde su nacimiento para desempeñar el arte de la guerra y las mujeres el de la concepción. Ambos sexos eran aleccionados y separados desde niños en sus deberes y obligaciones, dando lugar así a la leyenda espartana encontrando su cénit en la batalla de las termópilas contra los persas y la asolación de Atenas, alter-ego de Esparta, fundada en el Derecho y la ley como normas moralizadoras de la sociedad tal y como promulgó el célebre Platón.
Atenas es para muchos el embrión de las sociedades democráticas, dónde los hombres desempeñaban tareas para la sociedad en la que vivían.
Corramos el calendario unos cuantos siglos más, desplacémonos un poquito hacia el Oeste y centrémonos en esas tierras que conforman algo parecido a una bota.
Recorramos alguna de las vías (Apia, Augusta, Agippa y tantas otras). ¿No llevan todos los caminos a Roma? Entremos en la civitas romana por excelencia, la capital de ese majestuoso imperio que tanto ha influido en occidente. Sin duda la muestra más plausible del imperio de la ley. El derecho romano surge como la herramienta cohesionadora del imperio; de tantas tierras, razas y estados sucumbidas bajo las "solae" romanas.
Ya decía Marco Tullio Cicerón que la justicia romana surge como principio natural. Justicia y Derecho que ha llegado hasta nuestros días.
Dejemos los días de razón y luz para adentrarnos en las tinieblas de la Baja Edad Media. El cristianismo se ha instaurado como religión predominante en una fuerte pujaza con el islamismo. Pareciera como si la filosofía, el pensamiento crítico y los avances científicos hubiesen desaparecido de la razón humana; la religión lo copa todo surgiendo los obispados como centros de poder espiritual en el viejo imperio romano, dividido en el oriente y el occidente.
El islam amenazada la fe de Cristo llegando incluso a hacer suya la Tierra Santa, las cruzadas están a la orden del día y el viejo imperio romano termina por tambalearse para dejar surgir y florecer los primeros reinos cristianos, donde el poder real era tal por la soberanía legítima de sus súbditos, quienes necesitan de un "estado" protector de sus tierras, único sustento de vida de unos hombres sumidos en la hambruna, las enfermedades y la muerte, siendo regidos por la Ley Divina que deberá ser el sustento de la razón humana, tal y como dicta Santo Tomás de Aquino.
Avancemos en el tiempo unos cuantos siglos más para llegar a las postrimerías del siglo XV. El antropocentrismo imperante permite que la razón comience a abrirse paso entre la oscuridad. Es en esta época cuando comienza la revolución científica con nombres que a nadie deja indiferente: Galileo Galilei, Leonardo Da Vinci, Tycho Brae, Johannes Kepler… De repente es como si la razón floreciese en la mente de los hombres. La progresiva secularización permite el razonamiento crítico, o al menos que comience su germinación.
Respecto a los estados es el momento de los denominados Estados Modernos, teniendo como gran exponente la España de los Reyes Católicos, con una burocracia y ejército propios, independientes del poder papal imperante en Roma y de la nobleza del momento. Ya Jean Bodin en el siglo XVI define el Estado soberano, el cual no reconoce en el orden temporal ninguna autoridad superior.
Saltemos los siglos pujantes del imperio español (sí, aunque me pese) para descubrir la sociedad burguesa, un nuevo estamento que ha aparecido durante el siglo XVIII como motor económico de los Estados y que demandan derechos como la libertad, la igualdad, la propiedad o la justicia; y que chocan frontalmente con los deseos absolutistas de los monarcas del momento, anclados en sus prerrogativas de siglos anteriores.
Es el momento de las revoluciones liberales que tienen su máximo exponente en la Revolución Francesa y la Revolución Liberal Americana, nacen así los estados constitucionales y por ende los Estados Contemporáneos. Es el momento de volver a la esencia democrática griega pero con el bagaje de más de veinte siglos de historia y experiencia a las espaldas del hombre terrenal. Así Montesquieu es capaz de elaborar la teoría clásica de la separación de poderes: un poder legislativo que haga leyes, un poder ejecutivo que las haga realidad a través de su aparato administrativo y un poder judicial garante de las leyes que emanan del pueblo; todos ellos separados e independientes.
Nace así el liberalismo como garante de los derechos y libertades de la burguesía del momento que no mucho tiempo después será encarado por un nuevo estrato social emergente en los guetos de las grandes ciudades.
Londres, año 1870, un barrio cualquiera de una ciudad irrespirable por las nieblas provenientes de las fábricas instauradas en ambos márgenes del Támesis. Un obrero camina por el empedrado londinense, sosteniéndose a duras penas, arrastrando sus pies semidescalzos sin fuerzas para poder llegar a su chiscón de paja done poder descansar tres o cuatro horas a lo sumo antes de tener que volver al tajo en la acerería. Debe llevar pan a su familia, su mujer que trabaja en la fábrica textil cerca del barrio de Whitechapel y sus cuatro hijos que holgazanean entre la basura y los viajeros en las dársenas del Támesis.
Sin duda un cuadro que se podría repetir en cualquier ciudad industrializada del momento, un cuadro que define a las claras el tipo común del proletario, componente de un nuevo estrato social surgido a raíz de la revolución industrial. Un estamento sin derechos, sin libertades más allá del trabajo. Es en esta atmósfera de depresión donde surgen las ideas marxistas y engelianas que alimentarán al socialismo, al comunismo, al anarquismo y otros movimientos de índole más o menos radicales que incitarán al proletario a la lucha de clases, para poder instaurar la dictadura del proletariado, tal y como se expone en la teoría del materialismo histórico de Carl Marx.
Como pensamiento antagónico surgen al instante los nacionalismos radicales, teniendo su máxima expresión en el Fascismo de Mussolini y el nacionalsocialismo de Hitler, alimentados por una masa de ciudadanos descontentos tras los tratados de Versalles tras la finalización de la Gran Guerra.
A su vez, estos pensamientos nacionalistas chocan contra el liberalismo todavía reinante en los países democráticos como Inglaterra o Francia, y que debe primar el Estado a la libertad de los individuos.
Tras la Segunda Guerra Mundial aparecen dos bloques antagónicos, la Unión Soviética basada en un Estado Comunista y Occidente, donde los Estados liberales florecen tomando para sí los avances sociales que determinarán el Estado del bienestar.
Tras la ruptura del muro de Berlín los Estados occidentales predominan en la configuración política del momento, salpicados con diversos Estados dictatoriales de poco calado pero peligrosos en algunos casos por su concepción político-religiosa: Corea del Norte, Irán.
También surge un nuevo movimiento de globalización y por el que los Estados actuales se interconectan económica y socialmente, hasta tal punto que una crisis económica como la actual provoque la revisión de los modelos de la sociedad en la que vivimos.
Surge así la denominada dictadura económica, de carácter pendular como todas las edades del hombre, el cual no logra encontrar el fiel de la balanza entre la razón y la sinrazón.