El partido iba para tostón hasta que todo se alteró. Por un lado, el árbitro, muy por debajo de lo que pedían los antecedentes últimos entre Madrid y Sevilla, que suelen acabar como gallos de pelea. Por otro lado, los banquillos, ya incendiados a la altura del descanso. Y en la retirada del intermedio se distinguió en dotes de macarra Silvino Louro, uno de los auxiliares de Mourinho (entrenador de porteros) que en su afán de pegarse con alguien arrojó al suelo a Herrerín, el heptagenario delegado de campo del club. Una escena horrible, un paso más en el camino del Madrid en su acelerada destrucción de imagen.
Y justamente la vorágine despertó al Madrid. Primero, Mourinho quitó a Benzema y Khedira, cuya inoperancia sólo estuvo a la altura de la de Luis Fabiano en el Sevilla. (¿Qué le pasa e este?) Luego, la expulsión de Carvalho y un penalti a Granero terminaron de encender la hoguera. Y ahí apareció la vieja épica, el Madrid de los trances difíciles, que cuando no puede con el fútbol puede con el alma. Y ganó con diez a un Sevilla que bajará con esto un peldaño más en su depresión. Y sigue a dos puntos. Gana de forma muy distinta al Barça, pero gana contra viento y villarato. Tambores contra violines.
Bien, partido ganado con épica, al viejo gusto de la casa, la gente contenta a casa con ese sabor. Pero Mourinho reclamó los focos al final. Compareció con un papel con trece supuestos errores del árbitro y clamó contra la falta de defensa del club. Venablo envenenado a Valdano, al que le hace una fea guerra desde que llegó. Adiós la imagen grata de la victoria ganada con sangre, sudor y lágrimas. Polémica, desunión, mensaje feo. A Florentino se le ha ido esto de las manos. Me pregunto si tendrá fuerza para reconducirlo. Pero el Madrid no es así, nunca fue así, no debe ser así. Está prohibido que sea así.
Y justamente la vorágine despertó al Madrid. Primero, Mourinho quitó a Benzema y Khedira, cuya inoperancia sólo estuvo a la altura de la de Luis Fabiano en el Sevilla. (¿Qué le pasa e este?) Luego, la expulsión de Carvalho y un penalti a Granero terminaron de encender la hoguera. Y ahí apareció la vieja épica, el Madrid de los trances difíciles, que cuando no puede con el fútbol puede con el alma. Y ganó con diez a un Sevilla que bajará con esto un peldaño más en su depresión. Y sigue a dos puntos. Gana de forma muy distinta al Barça, pero gana contra viento y villarato. Tambores contra violines.
Bien, partido ganado con épica, al viejo gusto de la casa, la gente contenta a casa con ese sabor. Pero Mourinho reclamó los focos al final. Compareció con un papel con trece supuestos errores del árbitro y clamó contra la falta de defensa del club. Venablo envenenado a Valdano, al que le hace una fea guerra desde que llegó. Adiós la imagen grata de la victoria ganada con sangre, sudor y lágrimas. Polémica, desunión, mensaje feo. A Florentino se le ha ido esto de las manos. Me pregunto si tendrá fuerza para reconducirlo. Pero el Madrid no es así, nunca fue así, no debe ser así. Está prohibido que sea así.