Me tomo la licencia de saltarme el guión. Me reservo la opinión sobre los perros y los gatos, sobre los discursos victimistas, sobre que CR es querido en los aeropuertos y odiado en los estadios y sobre si Qatar Foundation es compatible con Unicef en la camiseta del Barça. No quiero entrar al trapo de campañas teledirigidas y realidades sesgadas, donde se insulta la inteligencia en favor de la audiencia. Los perros, los gatos y las provocaciones que no lo son cebos "copyright" de los pseudo-periodistas que se refocilan en un pesebre repleto de alfalfa. Su máquina de propaganda no se detiene. Prosigue, inasequible al desaliento, convirtiendo periódicos históricos en trincheras histéricas. No es nuevo "lo" que está sufriendo en sus carnes Guardiola, aunque siempre tenga un Segurola que le escriba. La ración de palos a Pep, aunque su equipo eleve el fútbol a 3MSC, ya es una costumbre de nuestro tiempo. Es el capricho y la obsesión enfermiza de un señor que llegó a la dirección de un diario que sólo tenía un color, el de la verdad, y que ahora destiñe al blanco. Es el alimento natural del ego de un tipo que presume de que Obama le copia y que tiene un video-blog que no admite comentarios de los internautas. Como expandir la porquería resulta adictivo y muchos disfrutan dando la razón al jefe, los brazos se multiplican a la hora de darle a Guardiola. Que no es San Manuel Bueno Mártir, pero que sólo por soportarlos a diario sin replicarles, va camino de ganarse una parcelita en el cielo. Con autorías varias, la metodología para sacudir a Guardiola empieza a ser más sofisticada con el paso del tiempo: ¿Que se quiere alabar a Del Bosque? Se vuelca barro sobre Pep y se habla, cágate lorito, de los jerseys de cuello vuelto. ¿Que Mourinho es un magnífico entrenador? Se pide la lapidación para Guardiola. Naturalmente, si el periódico en cuestión, se edita en Barcelona, el procedimiento a seguir es el mismo, pero a la inversa. El modus operandi, repetitivo hasta la náusea, es ensalzar a base de apuñalar.
La jauría humana es diversa y constante. Esperan su turno, como en la cola de la pescadería, y se lían la manta a la cabeza para convencernos de que Guardiola es peor que Ted Bundy. Al que no le gustan los lunes no le gusta nada y por supuesto Guardiola le gusta todavía menos; al que vive obsesionado con los de "ahí arriba" tampoco; y al "señor con gafas que escribe en MARCA, habla en Radio MARCA y sale en VEO 7, un tipo francamente insoportable", tampoco. Cualquier día se les va a ocurrir acusar a Guardiola de haber asesinado a Kennedy. (A Kennedy el presidente de Estados Unidos, no a Ramón Calderón, el "nuevo Kennedy del madridismo" según Roberto Gómez). Uno no sabe si lo hacen porque les gusta o simplemente, porque les divierte. La peor noticia es que no están sólos, porque este modelo del "difama bien pero ya sabes a quién", está calando hondo en el resto de la prensa deportiva. No les importa que un etiqueta negra, Jorge Valdano, diera la clave para entender qué significaría Guardiola cuando escribió: "El día que no esté Cruyff hay algún otro loco dando vueltas por ahí que se llama Guardiola y al que habrá que escuchar porque tiene la piedra filosofal en el bolsillo". Tampoco cuenta que Guardiola, en su día, confesara lo siguiente: "Mourinho es el mejor entrenador del mundo". Los Torquemadas madrileños, sin caridad, son felices quemando a Guardiola en la hoguera. (Cogiendo el Puente Aéreo mediático, off course, el que es pasto de las llamas es Mourinho). Será que resulta más rentable enfrentar a los protagonistas que comprenderlos.
¿Pero por qué esta "guerra sucia"? Su génesis es convencer al prójimo de que la LFP es un campo de batalla, donde impera el "guerracivilismo" y donde el lector tiene que formar parte de un bando a costa de lo que sea, porque no se puede ser neutral. Empieza a ser una práctica habitual que los del terrorismo periodístico deportivo tengan, cargada y siempre a mano, una escopeta recortada para abrir fuego sobre su presunto enemigo. En sus fotos públicas no llevan pasamontañas, ni bufandas, ni la camiseta oficial del equipo, pero no salen de casa sin ellas y ejercen de forofos profesionales. Alentados y contagiados por la "Guardiolafobia" del que era el mejor periódico de España, el resto de cabeceras también se ha arremangado y ha aplicado el "donde fueres, haz lo que vieres". Eso está provocando un triple efecto: Primero risa floja, la de la vergüenza ajena; después un asco irrefrenable porque la policía no es tonta y no paga un euro para leer cataratas de descalificaciones; y por último, causa indignación, la que sienten los aspirantes a periodistas que suspiran por un hueco para dignificar la profesión. No deja de ser curioso que, los que hoy están en el machito de ventas de ejemplares, hayan tenido que sustituir su dignidad profesional a costa de vender cizaña y crucificar a personajes que no les bailan el agua. Al principio, todo empezó como un recurso periodístico, pero hoy la chanza se ha vuelto una mueca ensangrentada. De tal guisa que mientras los contenidos actuales hacen vomitar a una cabra, el número de periódicos vendidos no deja de crecer. Cuanto mayores son los titulares rosas, los insultos gratuítos y las campañas orquestadas, más ejemplares se consumen y más se adocena a las masas.
Para defender al Madrid, se atiza al Barça, y viceversa; para prestigiar a Mourinho, se desfigura a Guardiola, y al revés. Es un modelo zafio pero incansable, asqueroso pero generalizado, de tapar las frustraciones de un gran equipo sobre la base de echar mierda sobre otro. Este tumor que está matando al periodismo deportivo poco a poco, sin prisa pero sin pausa, se ha puesto de moda. Es una espiral de violencia verbal que cualquier día de estos acabará en una desgracia. Un día algún desaprensivo, con el cerebro reseco de tanta bazofia periodística, tirará un ladrillo a un jugador del Madrid y se montará el Belén. O igual un día unos aficionados se lanzan al campo para agredir a Piqué porque se han creído la patraña del 'Villarato' y se montará la de San Quintín. Y cuando ocurra una tragedia, muchos entonarán el "pío, pío, que yo no he sido". Los incitadores al odio meterán la cabeza dentro de un agujero profundo y el resto, abochornados, reflexionaremos. Y pesarosos, sabremos que hemos llegado a eso porque no hemos frenado a unos señores sin escrúpulos. A unos tipos que escriben de la apología de la violencia mientras que tienen el cinismo de practicarla en los periódicos.
La cofradía del "tonto escribiendo" ha llegado demasiado lejos. Bien estaba que se defendieran unos intereses deportivos, con argumentos. Incluso entraba dentro de los límites del código deontológico que unos fueran más vehementes que otros en las críticas, porque el negocio está montado así. Pero lo de buenos y malos, resulta lamentable. El cáncer de estos repulsivos medios de intoxicación - no quieren comunicar porque vende más intoxicar- se ha extendido de tal manera que el personal ya no rechista, harto de estar harto, sin que sus demandas sean atendidas. La prensa siempre fue fiel reflejo de una sociedad donde Madrid y Barça formaban pareja en un baile histórico lleno de amores y odios, de crisis y títulos, de rivalidades y amistades. Pero siempre hubo una frontera, un límite. Llamémosle buen gusto, digamos que era vergüenza torera, aceptemos que existía una delgada línea roja, la del insulto, que nadie solía rebasar. Hoy hay "barra libre" para mofarse del contrario, para vejar al vencido, para humillar al dolido, para mentir con descaro y para asesinar la reputación de cualquiera que no sirva a la causa. La causa, faltaría más, es toda aquella fórmula por la que uno sea capaz de vender más que la competencia, llegando a la máxima expresión de un periodismo maquivélico y navajero.
Este es, hay que reconocerlo con dolor y bochorno, un fenómeno tan desagradable como populachero. Una nueva y esperpéntica forma no de hacer periodismo, sino de destrozar al periodismo. No de prestigiarlo y cuidarlo, sino de arruinarlo y denostarlo. José María García solía decir que "muchos dirigentes no llegan para servir a los clubes, sino para servirse de los clubes". En eso están muchos periodistas de hoy: Ya no sirven a sus lectores, sino que se sirven de ellos. Se pisotea la ética por un puñado de euros y se predica el odio ajeno a base de portadas infames. El futuro de las próximas generaciones de periodistas es desolador. Si sortean el socavón social y no son uno de los cinco millones de parados de este país, les espera un trabajo convertido en un campo de minas. Su hábitat natural será una jungla donde sobrevivirán no los mejores, sino los obedientes. Entonces se preguntarán en qué momento permitieron cambiar una vocación rebelde por una cuenta corriente amable. Para evitar que el apocalipsis llegue, algunos periodistas deberíamos defender que existe una frontera que defender y unos principios sobre los que deberíamos reflexionar. Deberíamos hacer un ejercicio de integridad y dignidad. Bastaría con una simple reflexión: Que los periodistas nos preguntemos no qué puede hacer el periodismo deportivo por nosotros, sino qué podemos hacer nosotros por el periodismo deportivo.