Seguimos viviendo en un feudalismo vestido de democracia. Antes se hacían llamar alcaides, regidores o corregidores de las ciudades, cargos que se unían a las posesiones nobiliarias heredadas por sus ancestros.
Se ha pasado por el absolutismo, la ilustración, la dictadura y ahora la democracia, pero los desmanes de algunos provienen de antiguo.
Ahora no se manda a la Santa Hermandad a cobrar las rentas, alcabalas y otros impuestos al becerril vulgo que eran la gran mayoría; mientras, la nobleza y los que se pavoneaban de poseer hidalguía, quedaban exentos del duro trabajo de aportar parte de sus prolíficos dineros en bien de la comunidad. Ahora lo que se hace es malversar fondos, aceptar conchabeos, practicar el cohecho, prevaricar y un largo etcétera, mientras se manda a la Hacienda Pública a seguir esquilmando a los de siempre.
Se sigue practicando el feudalismo enmascarado en democracia.
Llega a ser tan burdo el hecho que hasta existen dos tipos de justicia, una para los señores feudales y otra para el resto. Da igual que se robe al prójimo para beneficio propio, mientras unas siglas te amparen sabrás que podrás pasear líbremente sin descalientos ni escarnios públicos; es más, llegamos a ser tan borregos que incluso aplaudimos a estos señores del feudo como si debiésemos nuestro aliento al susodicho.
Yo propongo la supresión de alcaldías. Propongo volver a edificar suntuosas fortalezas para nuestros amados señores. Propongo devolver al ciudadano el derecho de pernada, puesto que es ya lo único que nos faltaría para volver al medievo.