Querido amigo: sois muy pocos los escogidos para conocer esto que voy a contarte pero… eres uno de los elegidos por tu disposición genética. Ha llegado el momento de decirte la verdad… a ti no puedo ocultártela; soy un extraterrestre. El equivalente a un genio en la Tierra, puesto que nuestra capacidad intelectual es superior a la media terrícola.
Pero no se trata a algo parecido a eso que dicen de que los hombres son de Marte y las mujeres de Venus, ¡qué cohones! Yo soy de Urano, el planeta celestial por excelencia, tutelado por la Musa Urania que siempre estaba un poco en las nubes, la verdad. Y tanta meditación… no puede ser buena, porque decía Hölderlin que “el hombre es un dios cuando sueña y un pordiosero cuando reflexiona”; así que voy a tener que dormir más. Claro que Hölderlin era un romántico incurable y no quiero que me ataque esa enfermedad que tan a menudo lo ha hecho y que, ya sabrás, es un virus muy peligroso.
Lo que decía, que soy extraterrestre. Y el caso es que a mí tu planeta no me gustaba. Me parecía una mancha azulada horrorosa en la inmensidad de las constelaciones que componen el Universo. Pero, chico, ¿qué quieres? Mi cápsula (porque es falso eso de que viajamos en nave espacial como muchos suponéis sino que se trata de una píldora parecida a esas que toman las mujeres para “el día después”); como decía, mi cápsula se “averió” por aquí cerca, como le pasó al famoso ente ficticio Superman, y aterricé, por azar, en tu país.
Teniendo en cuenta que los extraterrestres de verdad no somos tan guapos como ese tal Superman sino una especie de “luces blancas” (ya que somos pura energía), tuve que encontrar un envoltorio adecuado a las características terrestres. Y había oído que un tal Adölf Hitler (alguien que, aunque muchos lo duden, sí era terrícola), había tratado de extender una raza pura de “rubios altos”. De modo que pensé que era lo normal por estos lares. Pero si llego a saber que ser rubia y alta además de bonita (según muchos) me iba a platear tantos problemas, me habría materializado en una mortal “más fea que un dolor”, como decís vulgarmente: chiquitilla, malformada, medio bizca y coja, si era preciso.
Elegí ser una fémina por dos motivos: intuía que eran más listas y además me habían comentado que los entes masculinos poseían un segundo cerebro entre las piernas que casi siempre suplantaba al primero y que tenía “vida propia”. Y la verdad, sin saber de lo que se trataba realmente, no sé si me dio más miedo que asco o viceversa.
Continuará…
(O no)
Pero no se trata a algo parecido a eso que dicen de que los hombres son de Marte y las mujeres de Venus, ¡qué cohones! Yo soy de Urano, el planeta celestial por excelencia, tutelado por la Musa Urania que siempre estaba un poco en las nubes, la verdad. Y tanta meditación… no puede ser buena, porque decía Hölderlin que “el hombre es un dios cuando sueña y un pordiosero cuando reflexiona”; así que voy a tener que dormir más. Claro que Hölderlin era un romántico incurable y no quiero que me ataque esa enfermedad que tan a menudo lo ha hecho y que, ya sabrás, es un virus muy peligroso.
Lo que decía, que soy extraterrestre. Y el caso es que a mí tu planeta no me gustaba. Me parecía una mancha azulada horrorosa en la inmensidad de las constelaciones que componen el Universo. Pero, chico, ¿qué quieres? Mi cápsula (porque es falso eso de que viajamos en nave espacial como muchos suponéis sino que se trata de una píldora parecida a esas que toman las mujeres para “el día después”); como decía, mi cápsula se “averió” por aquí cerca, como le pasó al famoso ente ficticio Superman, y aterricé, por azar, en tu país.
Teniendo en cuenta que los extraterrestres de verdad no somos tan guapos como ese tal Superman sino una especie de “luces blancas” (ya que somos pura energía), tuve que encontrar un envoltorio adecuado a las características terrestres. Y había oído que un tal Adölf Hitler (alguien que, aunque muchos lo duden, sí era terrícola), había tratado de extender una raza pura de “rubios altos”. De modo que pensé que era lo normal por estos lares. Pero si llego a saber que ser rubia y alta además de bonita (según muchos) me iba a platear tantos problemas, me habría materializado en una mortal “más fea que un dolor”, como decís vulgarmente: chiquitilla, malformada, medio bizca y coja, si era preciso.
Elegí ser una fémina por dos motivos: intuía que eran más listas y además me habían comentado que los entes masculinos poseían un segundo cerebro entre las piernas que casi siempre suplantaba al primero y que tenía “vida propia”. Y la verdad, sin saber de lo que se trataba realmente, no sé si me dio más miedo que asco o viceversa.
Continuará…
(O no)