No estoy en su piel ni me relaciono con personas que tengan acceso a sus pensamientos o conozcan sus planes, pero dudo que Joan Laporta se tome muy en serio la posibilidad de erigirse en una figura crucial del nacionalismo catalán. Pienso que su creciente fervor político no esconde sino su temor a caer en el ostracismo cuando haya dejado la presidencia del club que le ha catapultado a la fama, de modo que la sustancia ideológica sería en su caso secundaria respecto de sus ansias de notoriedad. Que se le haya relacionado con Vicky Martín Berrocal puede ser el indicio inequívoco de que su destino natural no es envolverse para la posteridad en la bandera de Cataluña, sino instalarse un par de semanas en la portada del «Hola». Aunque también cabe pensar que su experiencia como presidente del F. C. Barcelona haya podido servirle para comprender hasta qué punto las dificultades para la independencia son inseparables de los problemas de subsistencia del Barça en el marco de una liga cuyas restricciones territoriales impidiesen llenar dos veces al año el aforo del Camp Nou. El equipo del señor Laporta es algo más que un club en función del dinero que genera para sus arcas la Liga española en la que juega desde su fundación y languidecería tan pronto su desafío deportivo fuese competir en un calendario reducido a equipos catalanes. Ignoro cuántos electores conseguiría captar Laporta con su ideario independentista en una campaña electoral, pero creo que tendría que darse por satisfecho si el fracaso de su tentativa política sirviese al menos para que el Barça no se viese obligado a llenar su estadio con figurantes de cartón. Es comprensible que los independentistas se sientan tentados por la idea de sentar a un embajador en la ONU, pero alguien como Laporta tendría que echar pie a tierra y hacerles ver que en la realización internacional de Cataluña el objetivo más razonable es ahora mismo meter cada año al Barcelona en los sorteos de la UEFA. Aunque le cueste admitirlo, bien sabe el presidente del Barça que un sello con su efigie jamás llevaría la imagen de Cataluña tan lejos como lo haría un cromo de Xavi. Incluso podría caer en la cuenta de que en su proyección mediática de última hora, su talento político ha sido menos determinante que el rumor que lo relaciona con Vicky Martín Berrocal, probablemente porque sus ideas dicen de él menos que sus instintos.
jose luis alvite
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