http://www.elpais.com/articulo/cultura/Nadie/muerde/Dracula/elpepicul/20091019elpepicul_3/Tes
Nadie muerde como Drácula
¡Atrás vampiros modernos!, fuera Lestats, truebloods, crepúsculos y otros nosferatus contemporáneos: Drácula, el rey de la noche, el canon (no) viviente, ha vuelto. "He atravesado océanos de tiempo para encontrarte", podría decirnos a sus añorados fans. Acaba de publicarse en varios países a la vez, entre ellos España, Drácula, el no muerto (editorial Roca), la secuela oficial de Drácula, escrita por Dacre Stoker, un descendiente canadiense del autor original, Bram Stoker, que ha usado material inédito de las notas de su ancestro.
En la nueva novela, que arranca en 1912, 25 años después de los acontecimientos explicados en la primera, el gran aristócrata de las sombras no pronuncia la romántica frase de la película de Coppola, pero hay que surcar mares de páginas (exactamente 349) para que el transilvano por excelencia aparezca -sin disfraz- en el relato. No importa: está presente en cada línea y en la memoria de su amada Mina Harker, que no sólo conserva, sospechosamente, toda su belleza sino que sigue sintiendo una secreta pasión por el vampiro ("¡Que Dios me perdone, aún te deseo!"). Una pasión irrefrenable que ha destruido su matrimonio y empujado a su marido, el bueno de Jonathan Harker, a la desesperación y la bebida.
Calidad como amante
Pero es que ¡cualquiera se compara con Drácula! No sólo es imbatible por su inmortalidad, su fuerza sobrehumana, su capacidad de convertirse en diferentes animales o de manejar los fenómenos atmosféricos, por no hablar de la capa, sino por su calidad como amante. Jonathan, se nos explica en la continuación de la famosa novela, descubrió en un lapsus de su mujer que "Drácula, con siglos de experiencia, la había introducido en la pasión" y "había dejado una impresión tan profunda en ella que su marido, por más que lo intentara, nunca podría igualar". Mina, abunda la novela, "se había hecho insaciable en la alcoba" y "a Jonathan le resultaba físicamente imposible seguir su ritmo". ¡Vaya con el conde!, y pensar que creíamos que lo peor que hacía era morderlas...
El tema de los problemas conyugales de los Harker y el oscurísimo deseo de Mina por Drácula es sin duda de los más entretenidos de la secuela. Una secuela llena de acontecimientos -con mucha sangre nueva, por así decirlo- y, pese a lo que uno podría esperar, bastante revisionista. Está centrada en el rebelde joven Quincey Harker, hijo de Mina y ¿Jonathan? (lo han adivinado: algún vampiro tendría que hacerse pruebas de paternidad), que vive unas asombrosas aventuras iniciáticas y afronta grandes peligros. Éstos no vienen de Drácula, al que todos tienen por (definitivamente) muerto desde aquel rojizo atardecer en Transilvania que cerraba la novela de Bram Stoker, sino del verdadero villano de la continuación, la condesa magiar Erzsébet Báthory, la que solía bañarse en sangre de doncellas y que aquí adquiere categoría de verdadero vampiro, ex amante y rival de nuestro conde. De paso, tiene una escena lésbica con Mina, a lo Carmilla.
El pastiche que ha pergeñado el sobrino biznieto de Stoker, de 51 años, con la colaboración del especialista vampírico Ian Holt, retoma a los personajes de su antepasado (a varios los va liquidando con un deleite que cabría analizar freudianamente: a Jonathan lo hace empalar en una estaca de 12 metros de altura en Picadilly Circus) y añade otros más o menos nuevos como el detective Cotford, que aparece en las notas manuscritas de Bram Stoker para su Drácula pero que no pasó entonces del borrador, el enigmático (?) actor rumano Basarab -la dinastía reinante de Valaquia a la que pertenecía Vlad el Empalador eran los Basarab-, la citada Báthory o ¡el propio Bram Stoker!, que resulta que no se ha inventado su historia sino que se la escuchó contar a alguien. La escena en que Stoker se enfrenta a Drácula es muy jugosa.
El juego de referencias es de las cosas más simpáticas de la novela y permite a los autores guiños como criticar la grafomanía epistolar de la familia Harker, que le hagan la autopsia al cadáver de Lucy Westenra, que Quincey (que, por cierto, ya aparecía de niño al final del Drácula original) y Basarab tengan una relación de dependencia similar a la que tuvieron en la realidad Bram Stoker y el actor sir Henry Irving o que Van Helsing y Drácula intercambien papeles morales. La secuela mezcla también en su cóctel sangriento los crímenes de Jack el Destripador, que en su día interesaron al mismo Bram Stroker. ¡Quién da más!
"Teníamos que añadir cosas, pensamos que si no sazonábamos un poco la trama original ésta podía quedar algo aburrida en comparación con las modernas historias de vampiros", dice en conversación con este diario Dacre Stoker, cuyo nombre de pila no es un seudónimo gótico sino tradicionalmente irlandés y herencia de un célebre familiar (el comandante H. G. Dacre Stoker, DSO) que destacó en la I Guerra Mundial en submarinos.
Ante varias de las escenas -que se diría escritas directamente para el cine- uno puede pensar que a Stoker y Holt se les ha ido la mano: combate a espadas entre vampiros, un monstruo eviscerando a lo gore a su víctima, lucha en plan filme chino de fantasmas, las misteriosas cajas a bordo del Titanic... No esperen una revisión inolvidable del mito como Salem's Lot, de Stephen King, o Sueño del Fevre, de George R. R. Martin, pero sí mucho entretenimiento.
De la carga sexual de Drácula opina Dacre Stoker que su antepasado escritor fue muy lejos en una época tan conservadora como la victoriana y que las referencias al intercambio de sangre entre mortales y vampiros como metáfora del acto carnal eran algo muy arriesgado. "Me parece", reflexiona, "que nuestra historia, tomada en perspectiva, es igual en sexualidad a la de Bram". En cuanto al parecido de elementos de la secuela con los de la película de Coppola -la identificación de Drácula con Vlad, que no está en el original, la relación entre el príncipe y Mina, e incluso una cierta pátina estética- el novelista apunta que el cineasta hizo un buen trabajo siguiendo la historia de Stoker y que es lógico por tanto que si ellos han escrito una secuela del mismo libro haya similitudes. Para el continuador del mito, los vampiros resistirán al paso del tiempo, y valga la frase. "Todos tenemos un punto de fascinación con la inmortalidad y el poder", medita. "Los vampiros nos ofrecen una oportunidad de explorar esa fascinación".
Nadie muerde como Drácula
¡Atrás vampiros modernos!, fuera Lestats, truebloods, crepúsculos y otros nosferatus contemporáneos: Drácula, el rey de la noche, el canon (no) viviente, ha vuelto. "He atravesado océanos de tiempo para encontrarte", podría decirnos a sus añorados fans. Acaba de publicarse en varios países a la vez, entre ellos España, Drácula, el no muerto (editorial Roca), la secuela oficial de Drácula, escrita por Dacre Stoker, un descendiente canadiense del autor original, Bram Stoker, que ha usado material inédito de las notas de su ancestro.
En la nueva novela, que arranca en 1912, 25 años después de los acontecimientos explicados en la primera, el gran aristócrata de las sombras no pronuncia la romántica frase de la película de Coppola, pero hay que surcar mares de páginas (exactamente 349) para que el transilvano por excelencia aparezca -sin disfraz- en el relato. No importa: está presente en cada línea y en la memoria de su amada Mina Harker, que no sólo conserva, sospechosamente, toda su belleza sino que sigue sintiendo una secreta pasión por el vampiro ("¡Que Dios me perdone, aún te deseo!"). Una pasión irrefrenable que ha destruido su matrimonio y empujado a su marido, el bueno de Jonathan Harker, a la desesperación y la bebida.
Calidad como amante
Pero es que ¡cualquiera se compara con Drácula! No sólo es imbatible por su inmortalidad, su fuerza sobrehumana, su capacidad de convertirse en diferentes animales o de manejar los fenómenos atmosféricos, por no hablar de la capa, sino por su calidad como amante. Jonathan, se nos explica en la continuación de la famosa novela, descubrió en un lapsus de su mujer que "Drácula, con siglos de experiencia, la había introducido en la pasión" y "había dejado una impresión tan profunda en ella que su marido, por más que lo intentara, nunca podría igualar". Mina, abunda la novela, "se había hecho insaciable en la alcoba" y "a Jonathan le resultaba físicamente imposible seguir su ritmo". ¡Vaya con el conde!, y pensar que creíamos que lo peor que hacía era morderlas...
El tema de los problemas conyugales de los Harker y el oscurísimo deseo de Mina por Drácula es sin duda de los más entretenidos de la secuela. Una secuela llena de acontecimientos -con mucha sangre nueva, por así decirlo- y, pese a lo que uno podría esperar, bastante revisionista. Está centrada en el rebelde joven Quincey Harker, hijo de Mina y ¿Jonathan? (lo han adivinado: algún vampiro tendría que hacerse pruebas de paternidad), que vive unas asombrosas aventuras iniciáticas y afronta grandes peligros. Éstos no vienen de Drácula, al que todos tienen por (definitivamente) muerto desde aquel rojizo atardecer en Transilvania que cerraba la novela de Bram Stoker, sino del verdadero villano de la continuación, la condesa magiar Erzsébet Báthory, la que solía bañarse en sangre de doncellas y que aquí adquiere categoría de verdadero vampiro, ex amante y rival de nuestro conde. De paso, tiene una escena lésbica con Mina, a lo Carmilla.
El pastiche que ha pergeñado el sobrino biznieto de Stoker, de 51 años, con la colaboración del especialista vampírico Ian Holt, retoma a los personajes de su antepasado (a varios los va liquidando con un deleite que cabría analizar freudianamente: a Jonathan lo hace empalar en una estaca de 12 metros de altura en Picadilly Circus) y añade otros más o menos nuevos como el detective Cotford, que aparece en las notas manuscritas de Bram Stoker para su Drácula pero que no pasó entonces del borrador, el enigmático (?) actor rumano Basarab -la dinastía reinante de Valaquia a la que pertenecía Vlad el Empalador eran los Basarab-, la citada Báthory o ¡el propio Bram Stoker!, que resulta que no se ha inventado su historia sino que se la escuchó contar a alguien. La escena en que Stoker se enfrenta a Drácula es muy jugosa.
El juego de referencias es de las cosas más simpáticas de la novela y permite a los autores guiños como criticar la grafomanía epistolar de la familia Harker, que le hagan la autopsia al cadáver de Lucy Westenra, que Quincey (que, por cierto, ya aparecía de niño al final del Drácula original) y Basarab tengan una relación de dependencia similar a la que tuvieron en la realidad Bram Stoker y el actor sir Henry Irving o que Van Helsing y Drácula intercambien papeles morales. La secuela mezcla también en su cóctel sangriento los crímenes de Jack el Destripador, que en su día interesaron al mismo Bram Stroker. ¡Quién da más!
"Teníamos que añadir cosas, pensamos que si no sazonábamos un poco la trama original ésta podía quedar algo aburrida en comparación con las modernas historias de vampiros", dice en conversación con este diario Dacre Stoker, cuyo nombre de pila no es un seudónimo gótico sino tradicionalmente irlandés y herencia de un célebre familiar (el comandante H. G. Dacre Stoker, DSO) que destacó en la I Guerra Mundial en submarinos.
Ante varias de las escenas -que se diría escritas directamente para el cine- uno puede pensar que a Stoker y Holt se les ha ido la mano: combate a espadas entre vampiros, un monstruo eviscerando a lo gore a su víctima, lucha en plan filme chino de fantasmas, las misteriosas cajas a bordo del Titanic... No esperen una revisión inolvidable del mito como Salem's Lot, de Stephen King, o Sueño del Fevre, de George R. R. Martin, pero sí mucho entretenimiento.
De la carga sexual de Drácula opina Dacre Stoker que su antepasado escritor fue muy lejos en una época tan conservadora como la victoriana y que las referencias al intercambio de sangre entre mortales y vampiros como metáfora del acto carnal eran algo muy arriesgado. "Me parece", reflexiona, "que nuestra historia, tomada en perspectiva, es igual en sexualidad a la de Bram". En cuanto al parecido de elementos de la secuela con los de la película de Coppola -la identificación de Drácula con Vlad, que no está en el original, la relación entre el príncipe y Mina, e incluso una cierta pátina estética- el novelista apunta que el cineasta hizo un buen trabajo siguiendo la historia de Stoker y que es lógico por tanto que si ellos han escrito una secuela del mismo libro haya similitudes. Para el continuador del mito, los vampiros resistirán al paso del tiempo, y valga la frase. "Todos tenemos un punto de fascinación con la inmortalidad y el poder", medita. "Los vampiros nos ofrecen una oportunidad de explorar esa fascinación".