DIEGO TORRES - Madrid - 17/10/2009
La competición avanza y Manuel Pellegrini afronta desafíos cada vez más apremiantes. La derrota ante el Sevilla (2-1) recordó al entrenador del Madrid que su trabajo no es tanto un privilegio como un dilema. El presidente, Florentino Pérez, atento a los pitos del Bernabéu en la Liga, exige que el equipo dé espectáculo de inmediato. Esto significa no sólo ganar al Valladolid hoy (20.00, C+Liga / Gol TV), sino hacerlo con mucho estilo. No estarán Guti y Cristiano Ronaldo, lesionados.
Chamartín aún no ha vivido esta temporada una tarde liguera de satisfacción plena
Hasta ahora, el Bernabéu no ha vivido una tarde liguera de plena satisfacción y Pellegrini lo sabe, aunque ayer dijese que "la gente está contenta". El técnico defendió su labor con aparente calma: "Creo que estamos en el camino correcto. No hay presiones internas y las presiones externas no nos afectan. Hasta que jugamos contra el Sevilla ganamos siete partidos de siete goleando [24 goles a favor y cuatro en contra]".
La tranquilidad que exhibe Pellegrini oculta la preocupación que lo agita por dentro. La excelente estadística del equipo hasta la visita al Sánchez Pizjuán no ha servido más que para recordarle las complicaciones de su cargo. A pesar del balance positivo, ve cómo se agota su periodo de gracia al tiempo que se le abren frentes. Primero, se le impone lograr que el equipo se agrupe con más orden, tanto en la defensa como en el ataque, y que elabore más el juego con un plantel que se construyó al margen de su criterio y que, en su opinión, carece de suficientes centrocampistas. Segundo, debe lograr que Cristiano, Kaká y Benzema -tres pilares- suavicen su tendencia natural a acelerar cada vez que reciben el balón. Y tercero, debe propiciar la transición jerárquica del vestuario, lo que significa reforzar la autoridad de Casillas y situar a Raúl en el lugar que corresponde a los futbolistas en declive.
Para acometer estas empresas hace falta tener poder y que se note. No es el caso de Pellegrini, a quien los jugadores empiezan a juzgar como un hombre que da señales de tener muchas dudas. El chileno se hace el distraído. Sabe que el Madrid es el club grande que menos autoridad concede a los entrenadores. A falta de más armas, es paciente. Actúa con el tacto de un desactivador de explosivos. Atiende a los rumores, espera, corta un cable, vuelve a escuchar ruidos y vuelve a meter la tijera. Rota y, mientras tanto, observa la respuesta de los chicos y del equipo. Las alternancias en el once titular, más que para suministrar descansos a los chavales, le han servido para meter a Raúl en la dinámica de la inactividad, destino de los veteranos.
El asunto del reposo de Raúl es peliagudo en la medida en que actúa sobre la naturaleza de un hombre que percibe los papeles secundarios como una afrenta. Después de Pérez, el capitán es el hombre más influyente del club y Pellegrini sabe que requiere tacto. Los humores de Raúl contienen una potencia de la que han dado fe Bernd Schuster, Fabio Capello y Luis Aragonés.
Hace poco, Raúl dijo a unos amigos que volvería a la selección con los ojos cerrados si le llaman. Aclaró que lo haría con el dorsal que le diesen y que iría al banquillo como cualquiera. "¡Pero en los entrenamientos me van a tener que aguantar!", remató.
Ya lo sabe Pellegrini, que aguanta paciente y filosófico. Como dijo ayer: "Estamos intentando lograr un funcionamiento colectivo sin cambiar las características de los jugadores. El tiempo dirá hasta dónde llegamos".
La competición avanza y Manuel Pellegrini afronta desafíos cada vez más apremiantes. La derrota ante el Sevilla (2-1) recordó al entrenador del Madrid que su trabajo no es tanto un privilegio como un dilema. El presidente, Florentino Pérez, atento a los pitos del Bernabéu en la Liga, exige que el equipo dé espectáculo de inmediato. Esto significa no sólo ganar al Valladolid hoy (20.00, C+Liga / Gol TV), sino hacerlo con mucho estilo. No estarán Guti y Cristiano Ronaldo, lesionados.
Chamartín aún no ha vivido esta temporada una tarde liguera de satisfacción plena
Hasta ahora, el Bernabéu no ha vivido una tarde liguera de plena satisfacción y Pellegrini lo sabe, aunque ayer dijese que "la gente está contenta". El técnico defendió su labor con aparente calma: "Creo que estamos en el camino correcto. No hay presiones internas y las presiones externas no nos afectan. Hasta que jugamos contra el Sevilla ganamos siete partidos de siete goleando [24 goles a favor y cuatro en contra]".
La tranquilidad que exhibe Pellegrini oculta la preocupación que lo agita por dentro. La excelente estadística del equipo hasta la visita al Sánchez Pizjuán no ha servido más que para recordarle las complicaciones de su cargo. A pesar del balance positivo, ve cómo se agota su periodo de gracia al tiempo que se le abren frentes. Primero, se le impone lograr que el equipo se agrupe con más orden, tanto en la defensa como en el ataque, y que elabore más el juego con un plantel que se construyó al margen de su criterio y que, en su opinión, carece de suficientes centrocampistas. Segundo, debe lograr que Cristiano, Kaká y Benzema -tres pilares- suavicen su tendencia natural a acelerar cada vez que reciben el balón. Y tercero, debe propiciar la transición jerárquica del vestuario, lo que significa reforzar la autoridad de Casillas y situar a Raúl en el lugar que corresponde a los futbolistas en declive.
Para acometer estas empresas hace falta tener poder y que se note. No es el caso de Pellegrini, a quien los jugadores empiezan a juzgar como un hombre que da señales de tener muchas dudas. El chileno se hace el distraído. Sabe que el Madrid es el club grande que menos autoridad concede a los entrenadores. A falta de más armas, es paciente. Actúa con el tacto de un desactivador de explosivos. Atiende a los rumores, espera, corta un cable, vuelve a escuchar ruidos y vuelve a meter la tijera. Rota y, mientras tanto, observa la respuesta de los chicos y del equipo. Las alternancias en el once titular, más que para suministrar descansos a los chavales, le han servido para meter a Raúl en la dinámica de la inactividad, destino de los veteranos.
El asunto del reposo de Raúl es peliagudo en la medida en que actúa sobre la naturaleza de un hombre que percibe los papeles secundarios como una afrenta. Después de Pérez, el capitán es el hombre más influyente del club y Pellegrini sabe que requiere tacto. Los humores de Raúl contienen una potencia de la que han dado fe Bernd Schuster, Fabio Capello y Luis Aragonés.
Hace poco, Raúl dijo a unos amigos que volvería a la selección con los ojos cerrados si le llaman. Aclaró que lo haría con el dorsal que le diesen y que iría al banquillo como cualquiera. "¡Pero en los entrenamientos me van a tener que aguantar!", remató.
Ya lo sabe Pellegrini, que aguanta paciente y filosófico. Como dijo ayer: "Estamos intentando lograr un funcionamiento colectivo sin cambiar las características de los jugadores. El tiempo dirá hasta dónde llegamos".