La escalera serpeaba con sinuosidad ante sus ojos. Apenas reconocía los quejumbrosos escalones de roble que reverberaban bajo sus pies, preparados para saltar en mil pedazos ante cualquier movimiento brusco.
Un paso más.
La barandilla se acercaba y se alejaba a la vez que la pared intentaba engullirle cuando su mano buscaba la seguridad de un apoyo; la notaba fría, viscosa, de un tacto irreal para un empapelado de tulipanes. Clavaba las uñas para aferrarse a la realidad, pero en vez del penetrante dolor que deseaba sentir en los dedos, lo que llegaba a su mente era la sensación de licuefacción de su mano, como si se hiciese una con la pared.
Un paso más.
La certidumbre de una caída al abismo punzaba su cabeza ya de por sí abrumada por un intenso dolor; sus oídos no captaban sonido alguno y un torbellino de náuseas se hacía paso desde su estómago hasta su boca donde le esperaba una lengua reseca y acorchada, sin la humedad necesaria para poder emitir vocablos inteligibles. Sabía que estaba gritando, por la sensación de desgarramiento en sus cuerdas vocales, pero no oía nada, solo el eco del pavor de sus pensamientos.
Un paso más.
Podía oler el barniz de los escalones, como si hubiese sido extendido en aquel momento, las resinas, los aceites de pino y las esencias de trementina llegaban hasta su nariz con fuerza. Pero entre estos aromas podía reconocer uno que le po-nía el vello de punta; un olor a corrupción que envolvía sus sentidos y que se parecía indefectiblemente al que desprende un cuerpo muerto y decadente en su mortaja.
Un paso más.
Las luces verdeazuladas que desprendían los faroles de las paredes parecían terminar en su cuerpo, como si fuese un insumo de atracción espectral capaz de atraer cualquier tipo de luz. Sus zapatos se fundían con los escalones en un baile sin música, atrapados en algún ritmo desacompasado, irresistible. La fuerza que le tiraba hacia abajo era demasiado fuerte.
Un paso más.
La escalera parecía ahora envolverle, como si se estuviera transformando en un habitáculo del que formaba parte. Su cuerpo estaba perdiendo sus dimensiones naturales, se encogía y se alargaba en sintonía con el cubo que le acogía. Había perdido toda sensación de la realidad, no sentía ya dolor alguno, su mente deseaba escapar de la pesadilla en la que se había sumergido.
Ningún paso más, solo la oscuridad.
Un paso más.
La barandilla se acercaba y se alejaba a la vez que la pared intentaba engullirle cuando su mano buscaba la seguridad de un apoyo; la notaba fría, viscosa, de un tacto irreal para un empapelado de tulipanes. Clavaba las uñas para aferrarse a la realidad, pero en vez del penetrante dolor que deseaba sentir en los dedos, lo que llegaba a su mente era la sensación de licuefacción de su mano, como si se hiciese una con la pared.
Un paso más.
La certidumbre de una caída al abismo punzaba su cabeza ya de por sí abrumada por un intenso dolor; sus oídos no captaban sonido alguno y un torbellino de náuseas se hacía paso desde su estómago hasta su boca donde le esperaba una lengua reseca y acorchada, sin la humedad necesaria para poder emitir vocablos inteligibles. Sabía que estaba gritando, por la sensación de desgarramiento en sus cuerdas vocales, pero no oía nada, solo el eco del pavor de sus pensamientos.
Un paso más.
Podía oler el barniz de los escalones, como si hubiese sido extendido en aquel momento, las resinas, los aceites de pino y las esencias de trementina llegaban hasta su nariz con fuerza. Pero entre estos aromas podía reconocer uno que le po-nía el vello de punta; un olor a corrupción que envolvía sus sentidos y que se parecía indefectiblemente al que desprende un cuerpo muerto y decadente en su mortaja.
Un paso más.
Las luces verdeazuladas que desprendían los faroles de las paredes parecían terminar en su cuerpo, como si fuese un insumo de atracción espectral capaz de atraer cualquier tipo de luz. Sus zapatos se fundían con los escalones en un baile sin música, atrapados en algún ritmo desacompasado, irresistible. La fuerza que le tiraba hacia abajo era demasiado fuerte.
Un paso más.
La escalera parecía ahora envolverle, como si se estuviera transformando en un habitáculo del que formaba parte. Su cuerpo estaba perdiendo sus dimensiones naturales, se encogía y se alargaba en sintonía con el cubo que le acogía. Había perdido toda sensación de la realidad, no sentía ya dolor alguno, su mente deseaba escapar de la pesadilla en la que se había sumergido.
Ningún paso más, solo la oscuridad.