Neymar for president
jueves, 17 octubre 2013
Polvaredas como la levantada con el asunto de prohibir la entrada de niños menores de 7 años gratis al Camp Nou empiezan a ser marca registrada de la Junta de Rosell. Y eso que en este caso, no como en los desbarres del president sobre la felicidad de la población qatarí, resulta que el club tiene el más básico sentido común de su lado. Sucede que alguien contabiliza que en un partido de mediodía contra el Getafe se han colado 10.000 niños en el estadio. Que no son 100 o 150. Pónganlos en fila y verán la diferencia, por muy pequeños que sean. Y claro, justo se viene un Barça-Madrid a las seis de la tarde, horario friendly para esos mismos 10.000 niños y otros 10.000 amiguitos más que igual se quieren apuntar. O quizá 20.000. Eso, en un evento de tal magnitud, es un problema de seguridad tremendo, y un disparate se mire por donde se mire.
Entiendo eso de las tradiciones, vale, pero en una bella localidad murciana que yo conozco también era tradición echar a rodar por una ladera llena de higos de pala con púas de palmo y medio al foráneo que se ligara una moza del pueblo en las fiestas, y al final llegó un momento en que se prohibió. Aunque fuera por el qué dirán. Ya sé que la salvajada no es comparable, pero lo del Camp Nou es un poco como protestar porque no te dejan llevar al niño en la moto cuando te acercas a comprar el pan. Que seguramente no va a pasar nada, de acuerdo, pero igualmente es una inconsciencia. Así que me parece muy bien lo que ha decidido el Barça. Eso sí, para no perder la costumbre, lo ha vendido fatal. Peor, imposible.
Para empezar, porque lo cuentan Toni Freixa y su pelazo, que juntos parecen, más que un portavoz, el ulceroso fiscal del distrito de una serie yanqui de abogados. Y será una bellísima persona, oigan, pero tiene por costumbre lucir ese ceño semifruncido y ese rollo pasivo-agresivo del que parece que le deben dinero y no se lo pagan. Quizá sean imaginaciones mías, pero en este caso se antoja importante que nadie, ni siquiera yo, se llevara tamaña impresión. No sé si sería de locos probar a que la imagen de la Directiva culé fuera alguien, no sé, afable. Simpático. Carismático. Como dicen los mismos yanquis de su distrito, trustworthy.
Tampoco Villarrubí, que está encantado de haberse conocido, o Faus, que va de tecnócrata y siempre pone la mano así, como si fuera una garra siniestra, transmiten mucha confianza que digamos. Y luego está el propio Sandro Rosell, que es caso aparte. Steve Urkel con un lanzallamas sería mejor bombero que él. A veces me pregunto cómo suenan en su cabeza algunas de las cosas que dice. Lo de "Prefiero que digan que Rosell no deja entrar a los niños que Rosell ha matado a un niño" es sencillamente atroz. Si en lugar de eso hubiera dicho "un niño ha muerto en el Camp Nou", por ejemplo, habría transmitido idéntico mensaje sin provocar escalofríos ni inducir enfermizas imágenes mentales en los receptores del mismo.
Si no tiene a quien pedirle consejo con estos temas, y como no soy quién para ofrecerme voluntario, yo le recomendaría con fervor que hablara con Neymar. Como futbolista va camino de la élite mundial, pero en temas de relaciones públicas es (discúlpenme) un jodido genio. Tras ochenta y pico días de azulgrana, no sólo se ha convertido paso a paso en uno de los jugadores más importantes del equipo, sino que ha conseguido lo que parecía más difícil: sintonizar la frecuencia justa para contactar con el público y ocupar el segmento ideal de notoriedad. Protagonista, pero sin estar por encima de nadie. Víctima de la dureza de los rivales, pero sin victimismos. Alegre, pero sin resultar ridículo. Profesional, pero sin arrogancia. Popular, pero sin saturar. Fíjense que le veo en la foto esa y me dan ganas de comprarme ese muñeco horripilante. En serio se lo digo, presidente, consúltele antes de volver a abrir la boca en público. Yo votaría por él. Y creo que no soy el único.