El caos Pellegrini
Un partido de Copa, una final, un partido envenenado, significó el principio del fin de la primera 'era galáctica'. Era Queiroz el entrenador blanco -ahora está en sus manos el ya solucionado caso Ronaldo- y supuso la liquidación de una idea, de una filosofía económica y deportiva.
Otro partido de Copa, el del 27-0 en Alcorcón, se clavó como un estigma en esta segunda etapa galáctica. Huele mal. Dijimos que Pellegrini, por dignidad profesional, debió haber dimitido aquella misma noche. No lo hizo. Ni se lo exigieron. Ahora, la vergüenza se ha extendido como una mancha negra de petróleo en el océano blanco.
Valdano y Pérez saben que si echan a ese condenado a muerte del banquillo blanco, los gritos y las protestas se volverán hacia ellos. Y, entonces, puede pasar que vuelva a comenzar el ridículo carrusel en que cayó la primera era galáctica. Es el miedo cerval de Pérez. No soportará unas segundas protestas. Pellegrini se ha convertido en un escudo técnico. Sin saberlo. Sin admitirlo.
Pero el ingeniero es lo más parecido a un autista o un mediocre aspirante a ser entrenador del Real Madrid. No entiende nada ni tampoco se ha enterado de la idiosincrasia del estigma de uno de los equipos más famosos del mundo.
Trata a sus jugadores -estrellas rutilantes con dinero y demasiada fama- como pequeños ninots, jugadores sin tanta repercusión como algunos de los equipos que entrenó. Ahora castigo a Guti, ahora a Metzelder, a Drenthe, a Sergio Ramos... Pero, ¿por qué no se castiga a sí mismo?
Gira a sus jugadores como en una noria, cuando no tiene alineación fija y no se cansa de dar mensajes contradictorios sobre un equipo real, pragmático y no soñado. Se cree todavía que está en el Villarreal. Y es tan triste, tan huraño, que ni se acuerda de que el fútbol, el gran fútbol son risas, juergas, borracheras de juego, carcajadas de sensaciones positivas.
Mi decepción ha sido mayúscula. Conocía a otro Pellegrini o quizá no lo conocía. Hasta puede que éste no sea el mismo Pellegrini sino un doble, un impostor como aquel Fernando Fernán Gómez en la película 'El Fenómeno'.
Sinceramente, salvo sorpresa o milagro este entrenador no está capacitado para llevar una nave grande y ni mucho menos galáctica. Sus superiores están en la obligación de buscarse un nuevo capitán de la nave, de inmediato. No vale eso de pecado de ansiedad, un poco de cordura y sosiego. No, Pellegrini está más condenado que el poema de Jean Genet. Incluso pidió su cabeza el Bernabéu.
Un partido de Copa, una final, un partido envenenado, significó el principio del fin de la primera 'era galáctica'. Era Queiroz el entrenador blanco -ahora está en sus manos el ya solucionado caso Ronaldo- y supuso la liquidación de una idea, de una filosofía económica y deportiva.
Otro partido de Copa, el del 27-0 en Alcorcón, se clavó como un estigma en esta segunda etapa galáctica. Huele mal. Dijimos que Pellegrini, por dignidad profesional, debió haber dimitido aquella misma noche. No lo hizo. Ni se lo exigieron. Ahora, la vergüenza se ha extendido como una mancha negra de petróleo en el océano blanco.
Valdano y Pérez saben que si echan a ese condenado a muerte del banquillo blanco, los gritos y las protestas se volverán hacia ellos. Y, entonces, puede pasar que vuelva a comenzar el ridículo carrusel en que cayó la primera era galáctica. Es el miedo cerval de Pérez. No soportará unas segundas protestas. Pellegrini se ha convertido en un escudo técnico. Sin saberlo. Sin admitirlo.
Pero el ingeniero es lo más parecido a un autista o un mediocre aspirante a ser entrenador del Real Madrid. No entiende nada ni tampoco se ha enterado de la idiosincrasia del estigma de uno de los equipos más famosos del mundo.
Trata a sus jugadores -estrellas rutilantes con dinero y demasiada fama- como pequeños ninots, jugadores sin tanta repercusión como algunos de los equipos que entrenó. Ahora castigo a Guti, ahora a Metzelder, a Drenthe, a Sergio Ramos... Pero, ¿por qué no se castiga a sí mismo?
Gira a sus jugadores como en una noria, cuando no tiene alineación fija y no se cansa de dar mensajes contradictorios sobre un equipo real, pragmático y no soñado. Se cree todavía que está en el Villarreal. Y es tan triste, tan huraño, que ni se acuerda de que el fútbol, el gran fútbol son risas, juergas, borracheras de juego, carcajadas de sensaciones positivas.
Mi decepción ha sido mayúscula. Conocía a otro Pellegrini o quizá no lo conocía. Hasta puede que éste no sea el mismo Pellegrini sino un doble, un impostor como aquel Fernando Fernán Gómez en la película 'El Fenómeno'.
Sinceramente, salvo sorpresa o milagro este entrenador no está capacitado para llevar una nave grande y ni mucho menos galáctica. Sus superiores están en la obligación de buscarse un nuevo capitán de la nave, de inmediato. No vale eso de pecado de ansiedad, un poco de cordura y sosiego. No, Pellegrini está más condenado que el poema de Jean Genet. Incluso pidió su cabeza el Bernabéu.