Interesante artículo de El país, no me duele reconocerlo.
Lo más curioso es, para mi gusto, el código de honor de los defensas similar al carcelario, en la carcel un asesino en serie puede considerar a un violador una basura y el es un asesino pero no un violador pues los defensas leñeros, algunos de los cuales han lesionado a gente y han dado buenas hostias, sin mala intención, ojo, pero buenas hostias al fin y al cabo, dicen que lo de Pepe, su pisoton sin balón, es reprobable.
Yo preferiría que un defensa me de una colleja o hasta que me escupa, antes de que balón mediante me parta la pierna, pero bueno, los códigos del futbol.
El futbol como decía Platini se ha civilizado o se ha vuelto menos violento, en parte por la televisión según estos viejos leñeros.
No hay espacio para la trampa. Las cámaras, tan informativas como chivatas, captan cualquier movimiento, gesto, fullería. En uno de los últimos clásicos, por ejemplo, Canal+ repartió 21 cámaras por el Bernabéu, con una ultra-motion, que graba más de 2.500 imágenes por segundo -lo normal son 25-, otras dos situadas en la línea de gol para aclarar posibles goles fantasma y una más en lo alto del estadio, plano cenital. Era imposible esconder el pisotón de Pepe sobre la mano de Messi. El Barça decidió no denunciar la jugada y el Comité de Competición entendió que no era necesario actuar de oficio. Pero, por si las moscas, las cámaras lo tenían todo registrado. Algo muy distinto ocurría en los años sesenta y setenta, cuando en la Liga el contacto y las entradas exageradas eran el pan de cada día.
Durante muchos años, se rumoreó que Idígoras, un abnegado delantero de la Real Sociedad, soltaba la primera patada a su pareja de baile para marcar territorio. Se presumía que el organizador Guina, del Tenerife, volvería a soltar los codos en carrera, siempre lejos del balón. Se decía que el portero Fenoy, del Celta y especialista en tirar los penaltis -llegó a ser el pichichi del equipo en la temporada 1975-1976-, hacía todo tipo de artimañas antes de que el rival rematara un córner. Se sabía que Goikoetxea, del Athletic, dejaría sus tacos en alguna pierna, como en las de Schuster y Maradona. Se daba por descontado que Benito y De Felipe (Madrid), que Ovejero y Panadero Díaz (Atlético), que Gallego (Barcelona y Sevilla), que Ortiz Aquino (Espanyol), que Fernández (Granada)..., dejarían pasar al rival o al balón, pero nunca a los dos a la vez.
Era la época de la llegada masiva de los oriundos, de una Liga de topetazos entremezclada con los destellos. El sevillista Biri Biri expresó en un partido lo sabido cuando se batió con el Madrid. "Por favor, señor Benito, no me pegue más", llegó a decirle con las piernas tan marcadas como amoratadas. "Sin cámaras, la vida del delantero era mucho más dura", recuerda Luis Suárez, fino centrocampista que se granjeó un nombre en el Barcelona y brilló en el Inter de Milán. "Se pegaba, sí, pero siempre sin maldad ni mala intención", replican todos los denominados leñeros de la época. Los partes médicos, en cualquier caso, siempre añadían una coletilla al texto: "Contusión por golpe directo".
Más allá de las magulladuras, sin embargo, las fracturas estaban a la orden del día. "Ya me he operado 13 veces de las piernas", cuenta Iselín Santos Ovejero, defensa duro como pocos. Y, como si nada, añade: "Eso es porque me arriesgué como futbolista". "A mí me rompieron la nariz, la ceja..., pero siempre con el balón de por medio. Otra cosa era en las tanganas, en las que sí que había refriegas y algún que otro puñetazo", explica Pedro Fernández, recordado, entre otras cosas, por una entrada a Amancio que le supuso una sanción de 15 partidos de suspensión. Pero se defiende: "El árbitro no pitó ni falta y a mí, en el partido de ida, Velázquez, Pirri y Amancio me patearon cuando estaba en el suelo y salí en camilla del campo". Su crudeza en el césped, sin embargo, estaba fuera de toda duda, como explicaría Néstor Rossi, que le dirigió un curso en el Granada: "Cuando jugamos contra el Madrid, me dijo: 'Míster, a Amancio déjemelo a mí'. Y le dio un patadón en una rodilla que casi lo mata". Tampoco evitaron el quirófano Benito -incluso acuñó el término de jugar a lo Benito, que era con la cabeza vendada- ni De Felipe -"tres operaciones de menisco, otra de la rótula, una más de los ligamentos cruzados", enumera-, defensores de la vieja escuela. "A mí me partieron el menisco, los ligamentos, la nariz tres o cuatro veces... Pero son cosas del juego", intercede Paco Gallego, de quien siempre se dijo que aprovechaba los córners a favor para doblar a los rivales y que, tras una refriega con la camiseta de la selección española en Bélgica, le prohibieron el paso al país durante un año.
De poco servía que el famoso y polémico árbitro Emilio Guruceta entrara en los vestuarios antes de los partidos. "Venía y nos decía: 'Hoy quiero un partido limpio, ¿eh?", revela Fernández. "Es verdad que, tras la primera entrada, no solían sacarte tarjeta", concede Ovejero; "pero teníamos estudiados a los árbitros y a veces sí se daba una patada inicial para marcar el terreno". Lo mismo cree Luis Suárez: "Te decían: 'Aquí está la aduana y si quieres pasar...". Se suma Fernández: "Había jugadores más que duros, como Ovejero, Panadero...". Lo mismo opina De Felipe: "Llegaron los oriundos y quisieron imponer su juego viril, rozando el límite". Replica con humor Ovejero: "Bueno, le tenían miedo a Pana porque llevaba greñas y no se afeitaba... ¡Parecía un delincuente!". Panadero, un futbolista que cada mañana, cuando entraba en el vestuario, saludaba a todos con un sonoro: "¡Buenos días, hijos de p...!".
Había, en cualquier caso, condicionantes que favorecían el contacto. "Lloviera o no, los campos del norte siempre estaban embarrados y se producían jugadas muy peligrosas", señala De Felipe. "Metían la manguera toda la noche", ratifica Suárez. "San Sebastián, Bilbao... Eran batallas porque para no resbalarte con el barro jugabas con tacos de aluminio. Y con eso los golpes se sentían mucho", añade Fernández. "Para mí, eran más duros los duelos internacionales", intercede Ovejero; "sobre todo, esos de las semifinales de la Copa de Europa en 1974 ante el Celtic [partidos en la memoria del aficionado por las criminales entradas al ahora ya fallecido Jimmy Johnstone]. Por entonces, no había tantos encuentros internacionales y se entendía que defendías al país y a la bandera por encima de todas las cosas".
Otro de los motivos es la evolución táctica, ya que antaño la defensa al hombre era una obligación y ahora, extinta, se marca siempre por zonas. "Por eso ahora, con la presión adelantada, la defensa se traslada a espacios menos peligrosos y se reduce la fricción", conviene Gallego. "Es que en nuestra época te agarraban defensas de verdad, que no te soltaban hasta que te ibas del estadio en autobús", exagera Suárez. "El asunto está en que antes el delantero era un armario, alto y fuerte, que no rehuía el contacto", amplía Fernández. "Eran arietes que peleaban por su hueco y a su manera", completa De Felipe.
El fútbol, sin embargo, sufrió un pequeño revolcón en 1964 que, a la postre, sería el primero de los avisos de que iba a cambiar. Fue cuando las cámaras dejaron su impronta por primera vez, cuando se sancionó a Joaquín Cortizo, del Zaragoza, con no volver a jugar en toda la temporada después de una entrada a Collar, del Atlético. Una sanción impuesta por el Conde de Cheles -entonces vicepresidente del Atlético e integrante del Comité de Competición-; una penalización que aún hoy es la más grande en la historia de la Liga: 24 encuentros, 15 de Liga y 9 de Copa. "¡Y eso que no fue ni falta!", exclama Cortizo, "pero el rival cayó en mala postura y se rompió la tibia. Y el Conde de Cheles actuó... por rabia". Y agrega: "No le pegué. Nunca hice una entrada de la que me arrepintiera". Algo que aprueban y defienden todos.
"Antes pensabas que el rival era un compañero. Ahora parece que solo son enemigos", desliza Ovejero. "Todo era más noble. El contrario te respetaba como un colega y no había un golpe en el que no estuviera de por medio la pelota", expresa Gallego. Por eso, repudian la acción de Pepe sobre Messi. "Si hacía yo eso, me metían directamente en la cárcel", dice Fernández. "Lo de Pepe es demasiado. Se pasó tres pueblos. Una cosa es entrar duro y otra cosa es eso...", apunta Gallego. "Eso no se hace", reprueba Ovejero; "yo también tengo el dedo meñique mirando al Gobierno por un pisotón, pero fue sin querer". Y amplifica De Felipe, que copó portadas por lesionar a Bustillo, del Barcelona, en la primera jornada de la temporada 1969-1970: "Lo de Pepe, por su reincidencia, es demasiado fuerte. La sociedad ya se ha dado cuenta".
La dureza, según los duros, solo vale con el balón en juego.