Ruben Uría.
Cuando aterrizó en Londres como empleado de lujo del magnate Roman Abramovich, José Mourinho exigió plenos poderes - como en Porto, Inter y ahora Real Madrid- para jerarquizar, profesionalizar y supervisar las estructuras del Chelsea. Con manos libres para hacer y deshacer tras los alardes de chequera de su patrón, Mou confeccionó un meticuloso plan de trabajo que el "Txelski" alcanzara la elite europea. Estableció su nuevo orden, supervisó hasta el detalle más nimio del club y pidió que todos los empleados reportaran única y exclusivamente ante él. Mou exigía implicación máxima y sometía a sus colaboradores a un principio de autoridad muy simple: el club tenía que seguir la estela marcada por él, y no al revés. Algunos empleados del club no contaron con el visto bueno del nuevo entrenador, otros se plegaron a la máxima exigencia de su nuevo "boss" y otros, como los servicios médicos, acabaron chocando con Mourinho. Arjen Robben, vital para el sistema del portugués, se lesionó. El de Setúbal acudió a los servicios médicos y se encontró con un diagnóstico desagradable, Robben sufría una fractura en el pie. El jefe de los servicios médicos, Neil Frazer, comentó que intentaría conseguir que Robben estuviera apto para poder enfrentarse al Barça en la Liga de Campeones y jugar la final de la Carling Cup. Sin embargo, la lesión de Robben no evolucionó de manera satisfactoria, y Frazer informó de que, muy a su pesar, el jugador no estaría en condiciones en el plazo inicialmente previsto. Mourinho, con la enfermería a tope después de varios percances de Drogba y Carvalho, montó en cólera. Según la prensa inglesa, tachó de inepto al médico y le instó a marcharse para no volver jamás. Sólo 24 horas después de que el pulso entre entrenador y médico se hiciera público, el club emitió un escueto comunicado alegando que Frazer había dimitido de su cargo, tras cuatro años de servicios al Chelsea, "por motivos de salud". Mourinho, indignado por no poder contar con Robben, exigió la contratación de un médico que fuera capaz de recuperar a sus lesionados en tiempo récord.
El elegido fue Bryan English, un médico con reputación de milagrero y gurú de la medicina deportiva, cuyas innovadoras técnicas habían revolucionado el mundo del atletismo. English, hasta entonces médico de la Federación Británica de Atletismo, aterrizó en Stanford Bridge en mitad de una tormenta, y recibió instrucciones directas de satisfacer las exigencias de su entrenador. Mou estaba obsesionado en materia de lesiones y trazó un objetivo: recuperar a los futbolistas en tiempo récord. English encajaba en ese perfil. Sus métodos, propios de un recuperador mágico, habían funcionado con la mediofondista Kelly Holmes (oro en 800 y 1.500 en los Juegos Olímpicos) y con la rusa Masterkova, también medallista ("Ya podía estar rota, enferma y agonizante, English siempre estaba ahí para curarme"), así que aceptó la oferta del Chelsea y despachó con "The Special One". El nuevo doctor de los "blues" tenía una receta mágica: El "blood spinning". Un novedoso método, entonces aún bajo estudio, consistente en el centrifugado de la sangre, para acelerar el proceso de recuperación del deportista. Los pasos a seguir eran sencillos: Extraía sangre del futbolista y después, centrifugaba esa muestra para conseguir un concentrado con una cantidad de plaquetas cinco veces superior a la normal. Después, añadía calcio y enzimas de trombina a esa muestra, consiguiendo que la mezcla se coagulase, formando una especie de gel que era aplicado, vía intravenosa en muchas ocasiones, sobre la lesión del jugador. Los resultados de esos concentrados de plaquetas eran hasta cinco veces más potentes, consiguiendo recuperar al paciente mucho antes de lo previsto, mejorando otras técnicas más clásicas y rudimentarias.
Sin embargo, dentro del Chelsea estalló una bomba de relojería en abril de 2005. La imagen del club no era la mejor después de que la UEFA decidiera que Mourinho fuera sancionado con dos partidos más 13.000 euros de multa por falso testimonio (llegó a decir que Rijkaard había visitado al árbitro Anders Frisk en el Camp Nou), pero unas horas después, el Chelsea se convirtió en un polvorín. Dos de sus estrellas, Arjen Robben y Robert Huth, se negaron a someterse al centrifugado de sangre. Mou insinuó que Robben estaba teniendo una actitud indolente por no querer someterse a la terapia del nuevo doctor, pero ninguno de los futbolistas tragó con el "blood-spinning" La renuncia abrió un debate sobre la legitimidad del método y puso en el punto de mira a Robben y Huth que, temerosos de verse envueltos en una sanción de dos años sin jugar por incurrir en dopaje, siguieron en sus trece. Toda vez que el caso de la centrifugadora estalló entre la opinión pública, la Agencia Mundial Antidopaje, AMA, decidió investigar el caso. De entrada, recomendó a los jugadores negarse a usar estas prácticas, hasta hablar con el doctor English, para comprobar cómo funcionaba esa técnica [entonces desconocida], de la que nadie sabía nada. Dick Pound, director de la AMA, sospechó que "podría tratarse de una manipulación de sangre de alguna clase", aunque remitió a la prudencia y al dictamen de "varios expertos" para determinar "si no incurre en dopaje". Fredèric Donze, portavoz autorizado de la AMA, no se cuestionaba el método en sí, pero mostraba preocupación por la posibilidad de "que a la muestra de sangre extraída se le puedan añadir factores de crecimiento. Los médicos deben demostrar que no manipulan la sangre, porque eso sí sería dopaje".
La Agencia Mundial Antidopaje estaba atemorizada de que, en algún paso intermedio del centrifugado, pudieran introducirse elementos propios del doping, como hormonas de crecimiento y eritoproyetina (la famosa EPO). No en vano, la AMA tenía la mosca detrás de la oreja después de que, en octubre de 2004, Arsène Wenger, técnico del Arsenal, emulara a Zdenek Zeman ("Hay que sacar el Calcio de la farmacia"), denunciando que el Arsenal había detectado que "muchos de los fichajes presentaban un tipo de glóbulos rojos en la sangre anormalmente elevados". Para atajar la polémica del uso del "blood-spinning", la AMA llamó a consultas a varios científicos y elaboró un estudio coordinado con la Agencia Antidopaje británica, para conocer, de primera mano, en qué consistía el proceso, cuáles eran sus pasos y qué medidas de seguridad se tomaban para preservar la integridad de la sangre.
De 2005 a 2007, la AMA entendía como dopaje sanguíneo el "uso de sangre antóloga, homóloga o heteróloga, o productos eritrocitarios de cualquier origen, y otros, para tratamientos médicos". Sin embargo, la técnica del "blood-spinning" y los concentrados de plaquetas no constaban en las listas de métodos prohibidos, por lo que ni el Chelsea ni el Doctor English fueron acusados de haber practicado doping, ya que este tipo de técnicas apenas habían sido estudiadas, a fondo, por la propia AMA, que tenía un serio conflicto a la hora de dilucidar qué estaba prohibido y qué no. En 2010, la AMA perseguía el dopaje sanguíneo, y decretaba la prohibición de administrar Plasma Rico en Plaquetas por vía intramuscular. Sí se permitía su administración por vía intra-articular y tendinosa, para lo que era obligatorio solicitar una autorización, la Exención de Uso Terapéutico (TUE). [Rafa Nadal o Xavi Hernández tuvieron que pedir esa autorización para que se les administrase ese tratamiento, para recuperarse de sus lesiones. ] Desde el 1 de enero de 2011, no es necesario solicitar esa exenciónpara administrar factores de crecimiento derivados del plasma rico en plaquetas, que ya está autorizado. No así el Factor de Crecimiento Derivado de las Plaquetas (PDGF), que sigue siendo una práctica prohibida.
Pero a pesar de que la AMA no penalizó el "blood-spinning" del Chelsea, otro episodio devolvería al club de Londres a la sombra de la sospecha. Las turbulencias fueron gigantescas cuando entró en escena el rumano Adrian Mutu, que protagonizó una tenso enfrentamiento con su entrenador. Mutu, positivo por cocaína y expulsado del club, hizo público que, durante su etapa en Stanford Bridge, todos los futbolistas del primer equipo se sometían, regularmente, a controles sanguíneos. Todo se volvió aún más desagradable cuando Neil Frazer, el doctor que Mou animó a despedir del club, corroboró las palabras de Mutu, confirmando que el Chelsea realizaba análisis de sangre a sus futbolistas. Mourinho, encendido por la publicidad de un asunto que habría preferido mantener en el anonimato, pidió al club que apoyara, sin reservas, que el equipo estaba limpio de cualquier tipo de sospecha. El Chelsea cerró filas y por orden expresa de su propietario, rechazó que se estuvieran utilizando métodos ilegales y no probados para acelerar la recuperación de sus lesionados.
Pero Mutu, en su alegato escrito ante los tribunales, reiteró que durante su militancia en la plantilla de Mourinho, los jugadores del Chelsea se sometían a diferentes pruebas sanguíneas. La Federación Inglesa no dudó en entrar de oficio en una cuestión que violaba su reglamento anti-dopaje. La FA multó al Chelsea con 40.000 libras esterlinas (unos 60.000 euros) por haber llevado a cabo, por su cuenta y riesgo, controles antidopaje privados. A pesar de las protestas de Mou y del Chelsea, que dijeron que habían hecho esos análisis para proteger a la plantilla y al fútbol en general, de los consumidores de drogas, la comisión independiente de la FA determinó que el club de Londres había conculcado las normas de control anti-dopaje cuando, por su cuenta y riesgo y sin previo aviso o informe a las autoridades competentes, había sometido a sus jugadores a diferentes test sanguíneos, durante julio de 2004. La FA apuntó que el Chelsea había incurrido en "comportamiento antideportivo", al tiempo que advertía a José Mourinho de que no podía hacer la guerra por su cuenta.
Con el Chelsea bajo sospecha después del "blood-spinning" y la confesión de Mutu, la confianza de Mourinho acerca de los servicios médicos del Chelsea se desintegró . Después de dos errores puntuales en las lesiones de John Terry y Michael Ballack, Mourinho culpabilizó a su doctor. Como ya ocurriera con Frazer, English tuvo que soportar las iras de Mou, que pidió que el doctor redactara una disculpa pública a través de la web del Chelsea. Bryan English, que se había ganado el favor de Mou tras recuperar milagrosamente a Ashley Cole y Wayne Bridge en anteriores ocasiones, se convirtió en el chivo expiatorio de Mou. So pena de acabar como su predecesor en el cargo, English se retractó y pudo conservar su puesto de trabajo en el club (ahora el jefe de los servicios médicos es el español Paco Biosca). El que no permaneció en Londres fue Mou. Roman Abramovich se hartó de él y le despidió. Con un finiquito de oro bajo el brazo, Mourinho se largó de Stanford Bridge, rumbo Milán.
En marzo de 2010, como entrenador del Inter, Mourinho regresó a Stanford Bridge, para medirse a su ex equipo, en la Champions. En la rueda de prensa previa al choque, un periodista le preguntó a Mou sobre si Peter Cech, lesionado, podría ser titular para recibir al Inter. Mourinho, para sorpresa de la prensa británica, espetó: "¿Si Cech podrá jugar ante nosotros? Por supuesto que sí, creo que podrá jugar. El Doctor Agujas puede conseguir que Cech esté disponible". Mou, que habla cinco idiomas y conoce las connotaciones de la palabra "agujas" en el mundo del deporte, tachó de "Doctor Agujas" a Bryan English, el mismo médico que, años antes, había escogido su Chelsea. Martin Samuel, periodista del Daily Mail, firmó un artículo de opinión, calificando las palabras de Mourinho como "una táctica vergonzosa". Cech no jugó esa noche, el Inter pasó de ronda y Mou fue Campeón de Europa, ese mismo año, después de eliminar a su ex equipo, el Chelsea del "Doctor Agujas".