Un testigo de memoria selectiva
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Sitúese en el 24 de enero de 2009. Probablemente sea incapaz de saber qué hizo. Si además le dicen que era sábado, las opciones se amplían. Qué comió, con quién, si por la tarde se quedó en casa o fue al cine. Pero los acusados y testigos que comparecen desde la semana pasada en la sección séptima de la Audiencia de Sevilla han repasado una y mil veces cada paso que dieron aquel día, el de la desaparición de Marta del Castillo. Claro que hasta para ellos la memoria es selectiva.
La madre de Marta es capaz de reproducir palabra a palabra la última conversación que mantuvo con su hija, lo que le dijo cada amigo de Marta con el que habló esa noche, lo que le iban diciendo todos los que se echaron a la calle para buscar a la chica. Los acusados han evidenciado en el juicio tener alguna laguna, más bien pocas, aunque será competencia del tribunal decidir si sus minuciosos relatos están llenos de recuerdos o de invenciones.
Pero el paradigma de la memoria selectiva lo exhibió ayer Javier García, El Cuco, que tras ser condenado como encubridor del crimen compareció como testigo en la causa de los adultos. El juez se lo advirtió: "Está obligado a decir la verdad. Cometerá un delito de falso testimonio si miente". El Cuco, asintió. Y, casi repantingado más que sentado, se dispuso a contestar las preguntas del tribunal como el adolescente que se somete al claustro de profesores porque le han abierto expediente.
Con vaqueros, camisa de cuadros, pañuelo al cuello y una melena rubia que se convirtió en la comidilla de la jornada (hace tres años El Cuco era un chaval de pelo negro casi rapado), el joven sacó de quicio a las partes como no lo ha sacado ninguno de los acusados. Primero al fiscal, cuando justificó en las "amenazas" de la policía su autoinculpación ante los agentes, ratificada luego ante un juez de instrucción y el fiscal de menores. Después, al abogado de los padres de Marta, que le llevó hacia adelante y hacia atrás a lo largo de aquel 24 de enero intentando cazarle en un renuncio. Pero ahí resolvió el joven con un despliegue de evasivas. "Y yo qué sé". "Han pasado tres años". "No me acuerdo". "Estaba durmiendo la mona". Y otras contestaciones displicentes que le supusieron la reprobación del juez: "Señor García Marín, responda con la misma educación y respeto con la que se le pregunta".
El Cuco dijo no acordarse de si esa noche le llamaron dos amigas de Marta, ni si le telefoneó la madre de la chica (que asegura que lo hizo dos veces), ni de si habló con Carcaño. Pero sí recuerda detalles como que tenía poca batería en el móvil. Las declaraciones de los acusados la semana pasada, sobre todo la de Samuel Benítez, también le han refrescado la memoria. Como cuando ayer contó, tal y como hizo Benítez hace unos días, que cuando ambos jóvenes hablaron aquella tarde, el menor estaba "ebrio" y a su amigo le hizo tanta gracia que puso el altavoz del móvil para que le oyera su novia. El Cuco se ha empapado de versiones, coartadas y testimonios y ayer se presentó al examen. Tenía poco que perder, pero aprobó por los pelos.
Yo realmente, ante casos como éste propugnaba por instaurar la tortura inquisitorial. Sin coñas.