Juegan a lo opuesto, el Barça hipnotiza al rival. Le obliga a bascular de un lado a otro, le enseña el balón para terminar siendo imposible alcanzarlo. La sucesión de pases no es más que una frustración continua para un adversario que siempre llega tarde. El ataque empieza en los defensas, hacer una jugada en tres toques para terminar en gol es salirse del estilo. No conviene, no es necesario. El ejemplo del estilo lo vimos contra el Bate Borisov. En el tercer gol, 1’09’’ de posesión continuada a uno- toques por jugador, la tocaron todos en el que fue el primero de Messi. El crack azulgrana la tocó hasta en cuatro ocasiones diferentes sin necesidad de realizar sprint alguno. Ese es el estilo del Barça, ese que cuando se atasca y no encuentra soluciones, necesita de Messi como velocista que salta vallas sin perder la referencia de la portería.
Horas antes, el Madrid. Gol de contraataque, cuatro jugadores, cuatro toques limpios y una transición en 8’’ para terminar en gol. Cristiano de primeras, Kaka’ para hacer buena la jugada y Benzema para marcar diferencias en una asistencia tensa que dejaba a Cristiano con el gol asegurado siempre que respetara un ítem obligado, meterse encima de la pelota para finalizar. Fue el reflejo de aquel Chelsea de Mourinho, el de la primera etapa. Aquel que mandó en la Premier sin que nadie le tosiera durante sus dos primeras temporadas. Nada que ver con el Barça, espectáculo igualmente.
Todo empieza en confundir al adversario. El Barça hace creer a los rivales que pueden recuperar la pelota, que la presión es el antídoto cuando en realidad el Barça necesita del “pressing” para ser excelente. El Madrid lo aturde de manera inversa. Les hace creer que puede marcar, se deja querer, les entrega la pelota cuando en realidad el adversario piensa que está mandando, siendo superior. Un engaño, si el adversario avanza, el Madrid gana metros para la carrera. Recuperan donde quieren, y si no lo hacen tienen a Casillas. El contrario va y el Madrid le sacude. Sus oleadas son de un instante, tiempo suficiente para dejar fuera del partido a cualquiera.