Espero que os guste este pequeño prólogo... (se admiten críticas).
Es difícil empezar un relato, amigo Bernal, sobre todo si uno no es de-masiado ducho en la materia; pasa como si la pluma no fuese capaz de es-cribir lo que a uno le corre por la cabeza.
Estoy aquí sentado, delante de una mesa atestada de recuerdos, con el mar Caribe como fondo. Tengo ante mis ojos un paisaje idílico para poner en orden mis notas. A través del hueco de la choza que hace de ventana, veo una selva repleta de árboles intentando atrapar los últimos rayos de sol del atardecer con sus frondosas ramas, repletas de innumerables hojas de distintas tonalidades de verde. El mar de árboles acaba bruscamente en una ensenada bañada por la espuma blanca que el océano vomita incansablemente sobre la fina arena de la playa. Ese océano, amigo Bernal, que una vez navegamos en busca de fortuna, aventuras y una mejor vida.
Apenas éramos unos cuantos los que llevados por la codicia del oro arribamos a un nuevo mundo repleto de esperanzas, que al fin y al cabo fueron vanas, pues lo que la sangre otorga no lo da la fortuna. Ahora la Corona transporta colonos a este nuevo mundo, viejo para nosotros; asaltado por corsarios franceses en busca de la plata castellana, rapiñando nuestros ducados, la sangre de este joven imperio de ultramar, que con nuestros sueños, nuestro sudor y nuestras almas hemos ido construyendo.
Recuerdo lo que me dijiste aquella lejana noche salpicada de estrellas de Tenochtitlan después de relatarte mi historia desde la embriaguez del pulque mexicano. No serán nuestros hijos, ni siquiera nuestros nietos quienes juzguen nuestros actos, serán otros. Por ello debemos dejar cons-tancia de nuestras vidas, de los hechos que hemos visto con nuestros ojos y hemos alcanzado con nuestras manos. Entonces te respondí que sólo Dios juzga los hechos de los hombres, y que no hace falta dejar por escrito aquello que Él conoce de antemano. Porque en el último juicio de nuestras vidas, cuando tengamos que sentarnos ante el Todopoderoso para rendirle cuentas, se pondrá de manifiesto nuestros pecados. Eso pensaba entonces y eso pienso ahora.
Te preguntarás por qué ahora intento trasladar mis recuerdos al papel, tal y como me aconsejaste. Necesito apaciguar mi alma, buscar las res-puestas a las preguntas por las que pronto seré juzgado. Me voy a embar-car en un último viaje, sin duda el más arduo y el que más temor me inspi-ra. ¿Qué remedio hay a mi fatigada vejez sino arrepentirme y enmendarme en la oración? ¿No pide Dios esto al pecador? Nunca he orado lo suficiente, ¿no valdría con dejar por escrito los pecados que me atormentan por el día y no dejan que concilie el sueño por la noche? Lo sé, es pequeño consuelo para tanto pecado cometido. Sólo espero que Dios me juzgue con más benevolencia de lo que yo hago.
Y es que no sé por dónde comenzar a aliviar mi conciencia, amigo Ber-nal; aunque intuyo cuál sería tu respuesta: Comienza por el principio Alonso. Éste será el último consejo que me ofrezcas, pues la muerte ronda mi lecho, y creo que es el único del que tomaré buena nota; pues ya sabes, amigo mío, que ante una vida sin rumbo como la mía, todo intento para enderezarla siempre ha sido vano.
Antes de comenzar mi historia por el principio, quiero agradecer tu sin-cera amistad, tus horas malgastadas en enseñarme la esencia de las cosas, las miserias de los hombres y la virtud de sus almas. Siento tomarte por confesor provisional, sin embargo, sin tu inestimable ayuda no hubiese sido capaz de enfrentarme a mis demonios.
Santiago de Cuba a 23 de Octubre de 1542
†††
El cronista real dobló cuidadosamente la hoja manuscrita, como si de un pequeño tesoro se tratase. Puso una de sus nudosas manos encima de los papeles que venían junto a la carta. Acarició el lazo fabricado con tiras de caña de azúcar y sonrió mientras innumerables recuerdos afloraban de sus pensamientos, imágenes de un pasado glorioso y terrible a la vez.
Suspiró.
Acercó su cara a los papeles mientras cerraba sus ojos e inspiró con fuerza. Saboreó los aromas que se le dibujaban en su mente: el salitre del mar, el verdor de la selva virgen, el frío de las aguas de manantial, el amargor de los granos de cacao…
Abrió los ojos y suspiró quedamente. Gracias amigo por hacerme custodio de tus recuerdos. Descansa en paz donde quiera que te encuentres.
Última edición por Fingol el Lun Sep 05, 2011 10:23 pm, editado 1 vez