Empezado el partido, lo aún más triste fue constatar que el Real Madrid no aportaba ni siquiera rabia, no al menos hasta la expulsión de Albiol: apenas el trote penitente de un equipo que ya ni siquiera parecía estar por construir, sino abrumado por una fatiga heredada de todos los que fracasaron antes. Y eso que el Getafe estaba oferente y, como un boxeador de tercera en un tongo, sólo esperaba el golpe que le permitiera fingir un KO. Se lo dio Higuaín, por dos veces, y no hubo más porque a Pellegrini debió de parecerle que el chaval descollaba y volvió a meter en el campo a esa madre de Norman Bates a la que la mecedora le impide correr una contra que es Raúl.
David Gistau
El Mundo
David Gistau
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