Índice
El 6 de junio de 1944, el Día D, en las playas de Normandía había buenos y malos, soldados que luchaban para mantener un régimen de horror y soldados que luchaban para acabar con él. La II Guerra Mundial nos enfrenta a nuestras más profundas contradicciones: detestamos la guerra, nos repugna la violencia, pero a la vez sabemos que fue un conflicto en el que había que derrotar al terror nazi. El comandante Richard Dick Winters, fallecido el 2 de enero en Campbelltown (Pensilvania) tras una larga batalla contra el Parkinson, simboliza como nadie lo que representó aquel conflicto, el más mortífero y destructor de la historia.
Winters se hubiese convertido en uno de tantos héroes anónimos si no llega a ser porque fue rescatado del olvido por Ambroce Bierce en su relato de las hazañas de la 101 División Aerotransportada en el año final de la II Guerra Mundial, Hermanos de sangre, que Steven Spielberg y Tom Hanks convirtieron en una inolvidable serie de televisión.
En la escena final de aquella serie de diez capítulos, uno de los mejores relatos que se han filmado sobre la guerra, el personaje de Winters va describiendo la misma mañana en que terminó la II Guerra Mundial (Día D +434 para su compañía), lo que sus soldados hicieron después del conflicto, a qué profesiones se dedicaron, qué fue de sus existencias. "Cada uno iba a tener que aprender a volver al mundo lo mejor que pudiese. No pasa un solo día en que no piense en los hombres con los que serví, porque no tuvieron la suerte de vivir en un mundo sin guerra", afirma en unas palabras que definen su forma de aproximarse a la estrategia: había que hacer todo lo posible para ganar ("Somos paracaidistas, se supone que tenemos que estar rodeados", asegura cuando le explican que los alemanes les han dejado sin salida) pero también para seguir vivos, para llegar a la mañana siguiente. Fue un oficial que siempre estuvo pendiente de sus hombres y esa lucha por la vida de los demás fue lo que le convirtió en un gran soldado. "Salvó a la compañía muchas veces", declaró a The New York Times Bill Guarnere, uno de sus hombres.
Winters tuvo que hacerse cargo de su unidad durante el desembarco de Normandía cuando, después de haber sido lanzados tras las líneas alemanas la noche anterior a la invasión, el oficial a cargo desapareció en combate. Desde entonces fue escalando grados hasta convertirse en comandante (major, según la graduación estadounidense) de la Compañía E del 506 Regimiento de Infantería Paracaidista de la 101 División Aerotransportada.
Entre sus hazañas figura la destrucción con un puñado de hombres de una batería alemana que estaba machacando Utah Beach (un ataque que se estudia en la academia militar de West Point por su eficacia estratégica), la batalla de Bulge, la captura de dos compañías alemanas (300 uniformados) con apenas 35 soldados en un pueblo holandés o la toma del Nido de las Águilas, el refugio en la montaña de Hitler, donde le sorprendió a su compañía el final del conflicto.
Las historias bélicas siempre han fascinado a los seres humanos (nuestra cultura arranca con el relato de una guerra lejana y con la aventura de un hombre que intenta volver a casa después de aquel conflicto) quizás porque nos enfrentan a lo peor y a lo mejor de nosotros mismos. Winters representó una de las pocas cosas buenas que puede producir una guerra: un hombre que ante el horror supremo lucha por hacerse más humano.
Winters se hubiese convertido en uno de tantos héroes anónimos si no llega a ser porque fue rescatado del olvido por Ambroce Bierce en su relato de las hazañas de la 101 División Aerotransportada en el año final de la II Guerra Mundial, Hermanos de sangre, que Steven Spielberg y Tom Hanks convirtieron en una inolvidable serie de televisión.
En la escena final de aquella serie de diez capítulos, uno de los mejores relatos que se han filmado sobre la guerra, el personaje de Winters va describiendo la misma mañana en que terminó la II Guerra Mundial (Día D +434 para su compañía), lo que sus soldados hicieron después del conflicto, a qué profesiones se dedicaron, qué fue de sus existencias. "Cada uno iba a tener que aprender a volver al mundo lo mejor que pudiese. No pasa un solo día en que no piense en los hombres con los que serví, porque no tuvieron la suerte de vivir en un mundo sin guerra", afirma en unas palabras que definen su forma de aproximarse a la estrategia: había que hacer todo lo posible para ganar ("Somos paracaidistas, se supone que tenemos que estar rodeados", asegura cuando le explican que los alemanes les han dejado sin salida) pero también para seguir vivos, para llegar a la mañana siguiente. Fue un oficial que siempre estuvo pendiente de sus hombres y esa lucha por la vida de los demás fue lo que le convirtió en un gran soldado. "Salvó a la compañía muchas veces", declaró a The New York Times Bill Guarnere, uno de sus hombres.
Winters tuvo que hacerse cargo de su unidad durante el desembarco de Normandía cuando, después de haber sido lanzados tras las líneas alemanas la noche anterior a la invasión, el oficial a cargo desapareció en combate. Desde entonces fue escalando grados hasta convertirse en comandante (major, según la graduación estadounidense) de la Compañía E del 506 Regimiento de Infantería Paracaidista de la 101 División Aerotransportada.
Entre sus hazañas figura la destrucción con un puñado de hombres de una batería alemana que estaba machacando Utah Beach (un ataque que se estudia en la academia militar de West Point por su eficacia estratégica), la batalla de Bulge, la captura de dos compañías alemanas (300 uniformados) con apenas 35 soldados en un pueblo holandés o la toma del Nido de las Águilas, el refugio en la montaña de Hitler, donde le sorprendió a su compañía el final del conflicto.
Las historias bélicas siempre han fascinado a los seres humanos (nuestra cultura arranca con el relato de una guerra lejana y con la aventura de un hombre que intenta volver a casa después de aquel conflicto) quizás porque nos enfrentan a lo peor y a lo mejor de nosotros mismos. Winters representó una de las pocas cosas buenas que puede producir una guerra: un hombre que ante el horror supremo lucha por hacerse más humano.
