El FIFA Ballon D'Or 2010 es el primer engendro entre las componendas del presidente Blatter y la tradición añeja de France Football. Un bebé de laboratorio, como casi todo en el fútbol de hoy, puro negocio y polítiqueo, donde el envoltorio importa más que la sustancia. Por primera vez, el jurado elegía a tres voces: seleccionadores, capitanes y periodistas especializados. Desde el seleccionador camboyano, Lee Tae Hoon, que eligió a Mesut Özil, hasta Eric Topona, plumilla de Chad, que optó por Asamoah Gyan. Por no hablar de los votos inválidos de Van Marwijk y Van Bommel.
En realidad deberíamos haber tomado como un aviso la enloquecida elección de Diego Forlán (por parte de los enviados especiales) como triunfador absoluto en Sudáfrica. El uruguayo terminó quinto esta vez, también por detrás de Wesley Sneijder, que a su vez, se habría llevado la gloria si sólo se hubiesen contado los votos de la prensa.
Una verdadera ceremonia de la confusión para un resultado final que atentó contra toda lógica y contra todos los antecedentes. Porque hasta ahora los dos galardones individuales más prestigiosos se relacionaban sutilmente con los éxitos colectivos. Recordemos si no que el difunto FIFA World Player (con un jurado de seleccionadores y capitanes) siempre eligió a un campeón universal (Romario, Zidane, Ronaldo y Cannavaro) en las cuatro ediciones que coincidieron con la cita (1994, 1998, 2002 y 2006). O que en el Balón de Oro 2001 los indudables méritos de Raúl quedaron por detrás de los cinco títulos del Liverpool de Owen. Por no mencionar las continuas decepciones de un mito llamado Paolo Maldini, arrinconado por su condición de defensa.
Según nuestro espacio-tiempo, el 3 de julio en Ciudad del Cabo, Argentina se despidió en cuartos sin un solo gol de Messi. Y ocho días después, Iniesta batía a Stekelenburg en el Soccer City. Cuando Xavi, alias el Máquina, alias Pelopo, fue a felicitarle al córner, no quedaba ni un ojo seco, como dicta el viejo axioma de Hollywood. Ya campeones de Liga con el Barcelona, el héroe de la final y el emblema del estilo llevaban a la gloria a La Roja. Si Blatter y France Football no se empeñan, a día de hoy, en este universo, ellos y nosotros seguiremos siendo campeones del mundo.