http://www.as.com/futbol/articulo/futbol-poco-ruido-muchas-nueces/dasftb/20100321dasdaiftb_18/Tes
Es probable que lo que algunos llamamos falta de personalidad sea en realidad personalidad cambiante y disipada. De manera que me abstendré de criticar el juego del Madrid, no vaya a ser que la estrategia sea jugar al despiste, irse para volver, buscarse problemas y resolverlos después. En ese caso, el equipo cumple con nota (en Liga), porque prueba todos los caminos y sólo repite el final: ganar.
Volvió a suceder contra el Sporting. El equipo exploró cada uno de los sentimientos que alberga un aficionado, del tedio a la excitación, dejando a muchos en la convicción del optimismo y dejándose a otros por el camino.
Vaya por delante que el Sporting contribuyó noblemente a la confusión del rival. Porque fue valiente y porque cumplió su promesa: jugar sin pegar. Paradójicamente, lo mejor y lo peor que hizo fue lograr un gol. Lo explico: el Madrid no encontró un buen motivo para ganar hasta que marcó el Sporting. Aquello le molestó. Durante poco tiempo, bien es cierto. Dos minutos después del gol visitante, Van der Vaart empató al aprovechar el rechace de Juan Pablo tras tomahawk de Cristiano. La jugada fue polémica: no queda claro si el holandés usó los brazos para acomodarse el balón o para protegerse bajo vientre y aledaños, lo que serían manos en defensa propia.
Desde ese momento, el Madrid alcanzó el latido que le mueve en proezas, hazañas y similares. Es como si el equipo necesitara un obstáculo o un estímulo. Esa alergia a lo cotidiano es característica en los niños superdotados, distraídos con las moscas y excitados por los arcanos del universo. Guti pertenece a esta especie.
El meollo. Así las cabezas, lo mejor del partido comenzó con el gol de Barral, todavía por describir: arrancó al límite del fuera de juego y resolvió con un trallazo al primer palo que pudo dejar a Casillas como Van Gogh, desorejado.
Desde que se rompió ese cristal no hubo tregua. Marcelo probó la elasticidad de Juan Pablo con un tiro raso y el córner que siguió propició el segundo tanto. Lo botó Granero, Cristiano cabeceó muy por encima del larguero y Xabi metió el flequillo en el segundo palo. Tan sorprendente como el autor del gol (la cabeza de Xabi planea más que ejecuta) fue que Cristiano cayera de tan alto sin lastimarse.
El juego prosiguió sin respiro: De las Cuevas encaró a Casillas (sin éxito) y el Sporting lanzó a continuación un contragolpe que acabó con Diego Castro dentro del área y en pugna con Arbeloa. Entonces se repitió la polémica y el delantero reclamó penalti por un agarrón que también pudo ser contacto fraternal, no queda claro.
No se habían acallado las protestas cuando Higuaín sentenció. Lo hizo por puro empeño. Tomó el balón en una zona desmilitarizada y se fue adentrando en las cocinas del Sporting hasta alcanzar la frontal y marcar con la izquierda. Sospecho que ni él conoce su límite, como ese joven Supermán que empezó levantando coches hasta saber que podía parar balas.
Acabó sin dramas. Con La Mareona celebrando con olés las combinaciones de los suyos y con el Madrid más cargado de razón que de fútbol. Curiosa estrategia.
Es probable que lo que algunos llamamos falta de personalidad sea en realidad personalidad cambiante y disipada. De manera que me abstendré de criticar el juego del Madrid, no vaya a ser que la estrategia sea jugar al despiste, irse para volver, buscarse problemas y resolverlos después. En ese caso, el equipo cumple con nota (en Liga), porque prueba todos los caminos y sólo repite el final: ganar.
Volvió a suceder contra el Sporting. El equipo exploró cada uno de los sentimientos que alberga un aficionado, del tedio a la excitación, dejando a muchos en la convicción del optimismo y dejándose a otros por el camino.
Vaya por delante que el Sporting contribuyó noblemente a la confusión del rival. Porque fue valiente y porque cumplió su promesa: jugar sin pegar. Paradójicamente, lo mejor y lo peor que hizo fue lograr un gol. Lo explico: el Madrid no encontró un buen motivo para ganar hasta que marcó el Sporting. Aquello le molestó. Durante poco tiempo, bien es cierto. Dos minutos después del gol visitante, Van der Vaart empató al aprovechar el rechace de Juan Pablo tras tomahawk de Cristiano. La jugada fue polémica: no queda claro si el holandés usó los brazos para acomodarse el balón o para protegerse bajo vientre y aledaños, lo que serían manos en defensa propia.
Desde ese momento, el Madrid alcanzó el latido que le mueve en proezas, hazañas y similares. Es como si el equipo necesitara un obstáculo o un estímulo. Esa alergia a lo cotidiano es característica en los niños superdotados, distraídos con las moscas y excitados por los arcanos del universo. Guti pertenece a esta especie.
El meollo. Así las cabezas, lo mejor del partido comenzó con el gol de Barral, todavía por describir: arrancó al límite del fuera de juego y resolvió con un trallazo al primer palo que pudo dejar a Casillas como Van Gogh, desorejado.
Desde que se rompió ese cristal no hubo tregua. Marcelo probó la elasticidad de Juan Pablo con un tiro raso y el córner que siguió propició el segundo tanto. Lo botó Granero, Cristiano cabeceó muy por encima del larguero y Xabi metió el flequillo en el segundo palo. Tan sorprendente como el autor del gol (la cabeza de Xabi planea más que ejecuta) fue que Cristiano cayera de tan alto sin lastimarse.
El juego prosiguió sin respiro: De las Cuevas encaró a Casillas (sin éxito) y el Sporting lanzó a continuación un contragolpe que acabó con Diego Castro dentro del área y en pugna con Arbeloa. Entonces se repitió la polémica y el delantero reclamó penalti por un agarrón que también pudo ser contacto fraternal, no queda claro.
No se habían acallado las protestas cuando Higuaín sentenció. Lo hizo por puro empeño. Tomó el balón en una zona desmilitarizada y se fue adentrando en las cocinas del Sporting hasta alcanzar la frontal y marcar con la izquierda. Sospecho que ni él conoce su límite, como ese joven Supermán que empezó levantando coches hasta saber que podía parar balas.
Acabó sin dramas. Con La Mareona celebrando con olés las combinaciones de los suyos y con el Madrid más cargado de razón que de fútbol. Curiosa estrategia.