La admiración de Guardiola por Messi está avalada por la respuesta del jugador argentino a las decisiones de su entrenador. No hace tanto tiempo, era habitual calificar a Messi como un extremo fulgurante con una facilidad inaudita para conducir y regatear a la máxima velocidad. Se deslizaba la idea de que su declive sería relativamente temprano y que estaría asociado a la pérdida de velocidad. Vamos, que el tiempo le convertiría en un jugador cualquiera o, como mucho, en un buen jugador cualquiera. Se dijo en algunos foros que era un futbolista de carril, sin una visión panorámica del juego, sin la versatilidad para modificar los partidos desde otras zonas del campo. La realidad es absolutamente diferente. Si algo ha demostrado Messi en las dos últimas temporadas es que puede incluirse entre los cinco o seis grandes de la historia del fútbol. Puede que estéticamente sea menos plástico que Maradona, pero es más goleador -su promedio en la pasada Liga fue de 0’74 goles por partido, elevado esta temporada a 0,88 por encuentro-, más consistente y ejerce su influencia en el campo tanto o más que su mítico predecesor.
Del desbordante extremo hemos pasado al futbolista total, idea que Guardiola ha sostenido siempre. Hace mucho que Messi no está acotado en la banda derecha. Su implicación en el juego se advierte en casi todo el frente del ataque y en su perfecta colaboración con Iniesta y Xavi, los dos grandes creativos del fútbol del Barça. Esa capacidad para ser un extremo formidable, el máximo goleador de la Liga y un centrocampista genial convierten a Messi en un futbolista que resiste cualquier comparación con los más grandes. Todavía no ha cumplido 23 años y ya ha incorporado todas las artes del juego, hasta aquellas más insospechadas. Si, por ejemplo, toca cabecear, Messi es un cabeceador de primera. Lo demostró en la final de la Liga de Campeones. La cuenta de goles convertidos en tiros libres comienza a elevarse. Los tiros de media distancia ya son un clásico de su repertorio. Nada se le resiste.
Guardiola le ha permitido el salto de forma cuidadosa, casi intangible. La ubicación de Messi en el célebre 2-6 del Bernabéu destrozó los planes del Madrid, que no tuvo antídoto para detener la conexión Xavi-Iniesta-Messi. Mitad delantero, mitad centrocampista, Messi volanteó ante la perplejidad de los defensas madridistas. Tres semanas después, Vidic y Ferdinand, los prestigiosos centrales del Manchester United, padecieron la misma parálisis. Lejos de enfrentarse con una bala se encontraron con un yo-yo. No hay zona del campo donde Messi no destaque, y hasta podría sospecharse que sería el medio centro perfecto si se desempeñara en esa posición.
El aprovechamiento que hace el técnico es superlativo. Guardiola es el comodín que marca la diferencia en la mayoría de los partidos y especialmente en las situaciones críticas. El sábado, en el complicado duelo frente al Getafe, que dispuso de un jugador más durante 65 minutos, Messi ganó dos partidos. Uno como extremo. El segundo, como único referente del ataque del Barça. Guardiola retiró a Ibrahimovic tras el descanso y robusteció su célebre medio campo -Xavi, Iniesta y Keita- con Busquets. Es decir, disuadió al Getafe de ejercer el verdadero poder en el partido. A Messi le dejó en la punta, sin nadie a su lado pero con su inigualable capacidad para mantener la pelota, asociarse con los centrocampistas -especialmente con Xavi- y generar el terror cada vez que amenazaba con alguna incursión.
La jugada del segundo gol resume perfectamente la magnitud de Messi como jugador, su efecto sobre los rivales y el impecable aprovechamiento que hace Guardiola del jugador argentino. Hasta cuatro defensas del Getafe acudieron a sofocar su internada, reacción desmesurada pero lógica. Es muy difícil detenerle con un solo marcador, tampoco es fácil con dos y cualquiera recuerda sus prodigios ante tres o cuatro defensas. Es decir, con Messi se iguala cualquier situación de inferioridad. Los adversarios siempre necesitan más gente de lo deseable para detenerle. Messi lo sabe. Guardiola, también. Esta capacidad de influencia sólo está al alcance de los fenómenos del fútbol. El Getafe lo pagó muy caro. Sus defensas fueron a por el Messi regateador y se encontraron con el Messi pasador. Xavi, que estaba libre de marcaje, recibió y marcó. Fue la conclusión natural de una jugada que manifestó la autoridad de Messi en el campo y el uso que hace Guardiola de todas las cualidades del mejor jugador del mundo.
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GRAN ANALISIS.
Del desbordante extremo hemos pasado al futbolista total, idea que Guardiola ha sostenido siempre. Hace mucho que Messi no está acotado en la banda derecha. Su implicación en el juego se advierte en casi todo el frente del ataque y en su perfecta colaboración con Iniesta y Xavi, los dos grandes creativos del fútbol del Barça. Esa capacidad para ser un extremo formidable, el máximo goleador de la Liga y un centrocampista genial convierten a Messi en un futbolista que resiste cualquier comparación con los más grandes. Todavía no ha cumplido 23 años y ya ha incorporado todas las artes del juego, hasta aquellas más insospechadas. Si, por ejemplo, toca cabecear, Messi es un cabeceador de primera. Lo demostró en la final de la Liga de Campeones. La cuenta de goles convertidos en tiros libres comienza a elevarse. Los tiros de media distancia ya son un clásico de su repertorio. Nada se le resiste.
Guardiola le ha permitido el salto de forma cuidadosa, casi intangible. La ubicación de Messi en el célebre 2-6 del Bernabéu destrozó los planes del Madrid, que no tuvo antídoto para detener la conexión Xavi-Iniesta-Messi. Mitad delantero, mitad centrocampista, Messi volanteó ante la perplejidad de los defensas madridistas. Tres semanas después, Vidic y Ferdinand, los prestigiosos centrales del Manchester United, padecieron la misma parálisis. Lejos de enfrentarse con una bala se encontraron con un yo-yo. No hay zona del campo donde Messi no destaque, y hasta podría sospecharse que sería el medio centro perfecto si se desempeñara en esa posición.
El aprovechamiento que hace el técnico es superlativo. Guardiola es el comodín que marca la diferencia en la mayoría de los partidos y especialmente en las situaciones críticas. El sábado, en el complicado duelo frente al Getafe, que dispuso de un jugador más durante 65 minutos, Messi ganó dos partidos. Uno como extremo. El segundo, como único referente del ataque del Barça. Guardiola retiró a Ibrahimovic tras el descanso y robusteció su célebre medio campo -Xavi, Iniesta y Keita- con Busquets. Es decir, disuadió al Getafe de ejercer el verdadero poder en el partido. A Messi le dejó en la punta, sin nadie a su lado pero con su inigualable capacidad para mantener la pelota, asociarse con los centrocampistas -especialmente con Xavi- y generar el terror cada vez que amenazaba con alguna incursión.
La jugada del segundo gol resume perfectamente la magnitud de Messi como jugador, su efecto sobre los rivales y el impecable aprovechamiento que hace Guardiola del jugador argentino. Hasta cuatro defensas del Getafe acudieron a sofocar su internada, reacción desmesurada pero lógica. Es muy difícil detenerle con un solo marcador, tampoco es fácil con dos y cualquiera recuerda sus prodigios ante tres o cuatro defensas. Es decir, con Messi se iguala cualquier situación de inferioridad. Los adversarios siempre necesitan más gente de lo deseable para detenerle. Messi lo sabe. Guardiola, también. Esta capacidad de influencia sólo está al alcance de los fenómenos del fútbol. El Getafe lo pagó muy caro. Sus defensas fueron a por el Messi regateador y se encontraron con el Messi pasador. Xavi, que estaba libre de marcaje, recibió y marcó. Fue la conclusión natural de una jugada que manifestó la autoridad de Messi en el campo y el uso que hace Guardiola de todas las cualidades del mejor jugador del mundo.
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GRAN ANALISIS.