El maestro de La Puebla,
qué porte lleva en su puerta,
imitando a Federico
el poeta para el pueblo.
Qué maravillas compuso
en el retablo del arte
dando cita a los portentos,
de los versos del primor.
Me encanta cuando callado,
heredero de De Paula
y el poeta de Granada,
lo hace todo muy despacio:
muy despacio en sus andares,
muy despacio con sus gestos,
muy despacio dibujando
cada paso y cada pase
con rumbo hacia el infinito
dándole tiempo al tiempo
en su larga duración.
Mucho flamenco le cabe
mucho cante de su Lorca,
mucho aire de guitarra,
mucho quejío y desgarro:
Se inspira por bulerías,
se alegra por alegrías,
qué solo por soleás,
qué tono de tonadilla,
seguido por seguidillas
y sevillanas del Río
de La Puebla en que nació.
«Qué blando con las espigas»,
como dijo García Lorca.
Qué esencia de la existencia.
Qué burladero sin burlas.
Qué casta para castillos.
Qué magia para el magín.
Me encanta cuando callado
se escucha como Cúchares;
y cambia con Lagartijo
para sus largas cambiadas;
cuando el frasco se derrama
con fragancias de Frascuelo;
cuando se planta engallado
con el duende de Gallito;
y nos cagamos de gusto
con, de Cagancho, su clon.
Qué gran poeta del mundo
desde la Ceca a la meta,
desde lo poco a la pica,
con Buñuel y con Dalí,
cuando cuajó, cojonudo,
la poesía de la emoción.
Me encanta cuando callado,
perfecto como la joya,
purifica al más impuro
el purista del Parnaso,
con la mona y con la moña
de su traje de poeta ,
con la chorra y con la chota
en un choque de chorreras
entre Breton y Artaud
y el choc del electrochoc.
Qué cid para el magno Carlo.
Qué diez para el sabio Alfonso.
Qué trono para el tronío.
Qué lord para Buckinghám.
Qué rey del verso más libre,
de la república y corte.
Qué zar, sultán y micado,
del embrujo y seducción.
Qué sangre de Federico.
Qué boda para García.
Qué novela de Kundéra.
Qué Soljenitzín de agosto.
Qué Houellebécq de la isla;
Qué Beckétt para Godót.
Qué teatro de Jarry.
Qué Wittgenstein del saber.
Qué cocina de Topór.
Qué pánico para Goya.
Qué romancero de Lorca
Qué lanzas para Velázquez
con borrachos de pitón.
Qué terrenal de galaxia.
Qué marciano de la tierra.
Qué cuernos para la luna.
Qué agujero sin el negro.
Cómo se monta en el carro
de la Virgen y Santiago
y Federico García.
Cómo sube al firmamento.
Cómo estalla con la estrella.
Cómo planea, planeta,
con la luz de los luceros
con querer de querubín
con querencia y quemazón.
Me encanta cuando callado
el jugador de La Puebla,
el Borges de la corrida,
se abre con la española:
la apertura de los guapos
del extremeño Ruy López;
recomienda el repertorio
como Múrphy de Orleáns;
sin enrocarse en la roca
tal un Kámski de Newyórk;
protegiendo a su cuadrilla
como Cárlsen de otra orilla;
y dando jaque a la muerte
como Físcher del tablero,
con ansiada precisión.
Qué sabio entre monosabios.
Qué naranja del indulto.
Qué pañuelo para el blanco.
Desde Méjico hasta Dax
todo arenero presente
o mulillero de arrastre
pueden vivir el instante
de la infinita faena
por Federico y su don.
Me encanta cuando callado
el mítico de La Puebla
se arrima al compás del ritmo
a la tarima del mito,
monolito para el rito
de mármol o bien de barro.
Todo gusta y hasta asusta
en su cita y ceremonia:
culminando su cultura
con su culto y con su culo,
su secreto para Ortega
(el torero y don José),
su ciencia y su tradición.
El día de beneficencia
Madrid se benefició
del diluvio de su empeño
abierto a las cataratas.
Cayendo chuzos de punta,
ensopados los presentes,
y apenados los penes,
el Neptuno de los toros,
como quien oye llover,
se sirvió del temporal
para trenzar la faena
de aspirante a Poseidón.
Qué historia para la Historia
Qué parra muerto Parrita.
Qué Melilla ¡maravilla!
con cuatro deístas sillas
de sus cuatro religiones
en terrenal paraíso.
Qué Miróbriga y Ciudad
con Amadís y Rodrigo;
con Palmerín de testigo,
en plena peña de Francia,
para un franco dramaturgo.
para un ghetto de poesía,
un arrabal de París,
un García insuperable,
un Lorca del Gran Perdón.
[Me encanta cuando no lidia
(venga el dios Pan y lo vea
Jesús Quintero, Bardón
y santa María del puerto)
su quintaesencia es la causa:
si esta renuncia es la sombra
¡cómo deslumbra su luz!]
fernando arrabal
qué porte lleva en su puerta,
imitando a Federico
el poeta para el pueblo.
Qué maravillas compuso
en el retablo del arte
dando cita a los portentos,
de los versos del primor.
Me encanta cuando callado,
heredero de De Paula
y el poeta de Granada,
lo hace todo muy despacio:
muy despacio en sus andares,
muy despacio con sus gestos,
muy despacio dibujando
cada paso y cada pase
con rumbo hacia el infinito
dándole tiempo al tiempo
en su larga duración.
Mucho flamenco le cabe
mucho cante de su Lorca,
mucho aire de guitarra,
mucho quejío y desgarro:
Se inspira por bulerías,
se alegra por alegrías,
qué solo por soleás,
qué tono de tonadilla,
seguido por seguidillas
y sevillanas del Río
de La Puebla en que nació.
«Qué blando con las espigas»,
como dijo García Lorca.
Qué esencia de la existencia.
Qué burladero sin burlas.
Qué casta para castillos.
Qué magia para el magín.
Me encanta cuando callado
se escucha como Cúchares;
y cambia con Lagartijo
para sus largas cambiadas;
cuando el frasco se derrama
con fragancias de Frascuelo;
cuando se planta engallado
con el duende de Gallito;
y nos cagamos de gusto
con, de Cagancho, su clon.
Qué gran poeta del mundo
desde la Ceca a la meta,
desde lo poco a la pica,
con Buñuel y con Dalí,
cuando cuajó, cojonudo,
la poesía de la emoción.
Me encanta cuando callado,
perfecto como la joya,
purifica al más impuro
el purista del Parnaso,
con la mona y con la moña
de su traje de poeta ,
con la chorra y con la chota
en un choque de chorreras
entre Breton y Artaud
y el choc del electrochoc.
Qué cid para el magno Carlo.
Qué diez para el sabio Alfonso.
Qué trono para el tronío.
Qué lord para Buckinghám.
Qué rey del verso más libre,
de la república y corte.
Qué zar, sultán y micado,
del embrujo y seducción.
Qué sangre de Federico.
Qué boda para García.
Qué novela de Kundéra.
Qué Soljenitzín de agosto.
Qué Houellebécq de la isla;
Qué Beckétt para Godót.
Qué teatro de Jarry.
Qué Wittgenstein del saber.
Qué cocina de Topór.
Qué pánico para Goya.
Qué romancero de Lorca
Qué lanzas para Velázquez
con borrachos de pitón.
Qué terrenal de galaxia.
Qué marciano de la tierra.
Qué cuernos para la luna.
Qué agujero sin el negro.
Cómo se monta en el carro
de la Virgen y Santiago
y Federico García.
Cómo sube al firmamento.
Cómo estalla con la estrella.
Cómo planea, planeta,
con la luz de los luceros
con querer de querubín
con querencia y quemazón.
Me encanta cuando callado
el jugador de La Puebla,
el Borges de la corrida,
se abre con la española:
la apertura de los guapos
del extremeño Ruy López;
recomienda el repertorio
como Múrphy de Orleáns;
sin enrocarse en la roca
tal un Kámski de Newyórk;
protegiendo a su cuadrilla
como Cárlsen de otra orilla;
y dando jaque a la muerte
como Físcher del tablero,
con ansiada precisión.
Qué sabio entre monosabios.
Qué naranja del indulto.
Qué pañuelo para el blanco.
Desde Méjico hasta Dax
todo arenero presente
o mulillero de arrastre
pueden vivir el instante
de la infinita faena
por Federico y su don.
Me encanta cuando callado
el mítico de La Puebla
se arrima al compás del ritmo
a la tarima del mito,
monolito para el rito
de mármol o bien de barro.
Todo gusta y hasta asusta
en su cita y ceremonia:
culminando su cultura
con su culto y con su culo,
su secreto para Ortega
(el torero y don José),
su ciencia y su tradición.
El día de beneficencia
Madrid se benefició
del diluvio de su empeño
abierto a las cataratas.
Cayendo chuzos de punta,
ensopados los presentes,
y apenados los penes,
el Neptuno de los toros,
como quien oye llover,
se sirvió del temporal
para trenzar la faena
de aspirante a Poseidón.
Qué historia para la Historia
Qué parra muerto Parrita.
Qué Melilla ¡maravilla!
con cuatro deístas sillas
de sus cuatro religiones
en terrenal paraíso.
Qué Miróbriga y Ciudad
con Amadís y Rodrigo;
con Palmerín de testigo,
en plena peña de Francia,
para un franco dramaturgo.
para un ghetto de poesía,
un arrabal de París,
un García insuperable,
un Lorca del Gran Perdón.
[Me encanta cuando no lidia
(venga el dios Pan y lo vea
Jesús Quintero, Bardón
y santa María del puerto)
su quintaesencia es la causa:
si esta renuncia es la sombra
¡cómo deslumbra su luz!]
fernando arrabal