Gregorio Morán (Oviedo, 1947) es uno de los periodistas españoles más solventes, tanto por sus numerosos libros sobre periodismo de investigación, como por sus colaboraciones en distintos medios. Militó en la oposición antifranquista desde el PCE, vivió un tiempo en París, donde realizó también estudios de arte dramático, y se estableció posteriormente en España, residiendo en la actualidad en Barcelona. Su obra se ha caracterizado por un rigor poco habitual por estos pagos, y sin concesiones a la corrección política y al tratamiento benévolo de determinados hechos y personajes. Esto le ha costado con frecuencia haberse visto marginado de los grandes medios, tanto catalanes como del resto de España. Sólo así se puede entender que un personaje de su talla ocupe una posición relativamente marginal en el mercado de los medios de comunicación de este país.
Entre sus obras principales, destaca “Adolfo Suárez: historia de una ambición” (1979), “Los españoles que dejaron de serlo: Euskadi, 1937-1981″ (1982), “Miseria y grandeza del Partido Comunista de España 1939-1985″ (1986), “El maestro en el erial: Ortega y Gasset y la cultura del franquismo” (1998), “Los españoles que dejaron de serlo: cómo y por qué Euskadi se ha convertido en la gran herida histórica de España” (2003) reedición revisada y ampliada de la obra de 1982, “Adolfo Suárez: Ambición y destino” (2009), segunda parte de la publicada en 1979, y “La decadencia de Catalunya, contada por un charnego” (2013).
A la vista de la cantidad de antiguos militantes de izquierda que hoy en día están en el independentismo ¿podría decirse que hemos renunciado a Marx para volver a creer en los reyes magos?
No creo, aunque es una formulación que no está mal pensada, además, me parece divertida. Yo creo que, en el caso catalán, lo mismo que en todos los nacionalismos, hay que ver sus características. Quizás sea más bien un tema de supervivencia. Aquí se ha constituido una especie de movimiento nacional que tiene una serie de ventajas indiscutibles, para quien esté dentro de él, desde el momento en que una parte importante de la llamada inteligencia catalana se ha hecho independentista. Porque en realidad, se han hecho funcionarios del estado nacional nuevo. Formar parte de la «Patum» tiene un montón de ventajas. Por lo tanto, no se trataría tanto de un desplazamiento de la izquierda tradicional hacia posiciones nacionalistas, sino que el nacionalismo está recogiendo todo lo que inicialmente había concentrado esta izquierda. También hay quien no tiene otra salida para ganarse la vida que integrarse en este movimiento nacional. Un caso típico sería el de la etapa final de Josep Benet, a quien conocí, y que fue patético.
Si has perdido, y aceptas las reglas del juego, te colocan, pero esta colocación tiene unas condiciones. Benet que había sido el senador más votado de la izquierda en toda España, al final acabó convertido en un modesto funcionario que llevaba una biblioteca en las Ramblas. Eso tiene sus obvias servidumbres; siempre y cuando fuera muy crítico en sus opiniones personales, pero moderado en las públicas, podía sobrevivir. Así pues, no se trataría tanto de conversiones como de formar parte de la «Patum».
Tu último libro “La decadencia de Cataluña contada por un charnego”, es una compilación de artículos tuyos escritos a lo largo de unos cuantos años. En cierto modo, de su lectura podría colegirse que tal decadencia empieza precisamente con la obtención de la autonomía. ¿A qué atribuyes esta decadencia?
Sí, por cierto que con el título hay gente muy cabreada, porque eso del «charnego» se consideraba algo del pasado, olvidado y enterrado. Vamos a ver, la idea de una decadencia no significa que antes haya habido una época de esplendor, pero sí que algunas de las características de una sociedad, como la catalana en este caso, se han ido perdiendo de manera incontestable, la clase política, la discusión política…
La vida intelectual, por ejemplo, en este momento es mucho más pobre que al comienzo de la transición. Incluso es cuestionable, yo lo cuestiono al menos, que la inmersión lingüística haya favorecido al catalán, al contrario, yo creo que le ha quitado competitividad. Si cualquier escritor catalán está subvencionado por principio, o los periódicos, porque si no, no existirían, esto es un inconveniente. Cuando nació el «Avui», por ejemplo, la gente casi se mataba por comprarlo, pero claro, el entusiasmo duró quince días, lo que tardaron en percatarse que era infumable desde todos los puntos de vista. Lo mismo TV3, que tuvo sus momentos buenos, sus momentos regulares… pero claro, al ser un órgano público de gobierno, se instrumentaliza según las necesidades que tiene el poder. Y esto empobrece.
En este sentido, el término decadencia viene dado porque había, frente a una sociedad como, por ejemplo la madrileña, una vida mucho más rica. A propósito de esto, el otro día leí algo que en la transición hubiera sido impensable, pero que ahora con, estos «niñatos» independentistas, parece ser una constante. Se trataba una nota realmente memorable, en un recuadro casi editorial de La Vanguardia, que informaba sobre los límites de contaminación ambiental en Barcelona, peligrosos para la salud, que están superando todas las medidas; pero, eso sí, concluía la noticia: Madrid tiene más. O sea, que cuando te ingresen jodido por el asma, encima tendrás que estar contento porque, vaya suerte, en Madrid es peor. Esta especie simplicidades, que pertenecían al acervo más de Pitarra, para entendernos, esto, había desaparecido. Era una sociedad competitiva, culturalmente con unos progresos importantes. Ahora, en cambio, hemos vuelto a ello.
Los escritores de los últimos períodos de la transición no tienen comparación con la cantidad de idiotas que han venido después, que los leen en sus casas y, además, como tú sabes muy bien, las escuelas tienen la obligación de comprar sus libros, así venden, organizan sus charlitas y coloquios… a todo esto es a lo que me refiero cuando hablo de decadencia.
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En un artículo reciente, decías refiriéndote a la clase política catalana, “en realidad no han cambiado más que cargos y lugares, pero las personas siempre se mantienen la mismas” ¿El país no da más de sí?
Este es un país singularísimo, con singularidades divertidas, pero alarmantes. No hay que olvidar que Jordi Pujol, cuando sale de la cárcel, no crea un partido, crea un banco, algo inédito en la historia de la humanidad. No conozco a nadie que cuando sale de la cárcel como luchador por las libertades de su pueblo, cree un banco. Quizás en Azerbaiyán haya algún caso parecido, pero en el Occidente conocido, no.
Desde luego, la clase política se ha deteriorado muchísimo, a unos niveles deplorables. Sólo hay que ver las edades… Si vemos algún joven en política es porque es un trepa y no tiene ninguna otra posibilidad más que ser un trepa. Ello es válido para la política catalana y para la española. Pero esto, que es obvio, se considera una particularidad nuestra. La clase política catalana es lo más similar que se pueda uno imaginar a la clase política española. Por eso se llevan tan bien, además, fuera de las discusiones aparatosas que gustan tanto a la gente, son muy parecidas.
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Del “España va bien” y una sociedad casi «encantada de haberse conocido» -o esto es como mínimo, lo que se nos presentaba- hemos pasado a la crisis y a más de seis millones de parados ¿Cómo ves el pulso de la sociedad española y catalana?
Al España va bien de Aznar, Pujol respondía “somos los mejores”. Recuerdo que fue un lema de campaña de Convergencia. Luego, además, resultó que pactaron cuando tuvieron necesidad uno de otros. Yo creo que una de las razones fundamentales de la inquietante situación política que vivimos, como la decisión de convocar un consulta o referéndum, viene dada porque ha quebrado la sociedad, ha quebrado la Generalitat, pero no sólo económicamente. No es que no haya quebrado la sociedad española, que también, sino que aquí se ha quebrado además de una manera mucho más rotunda. Los gastos, los despilfarros y la corrupción son similares aquí o allá. Lo único que podríamos discutir es si el Sr. Bárcenas robó más que el Sr. Millet o al revés. Pero hay una diferencia más que notable. El Sr. Millet puede pasearse por aquí sin que le pase nada, mientras que el Sr. Bárcenas tiene mala fama. Porque el Sr. Millet es uno de los «nuestros», mientras que el Sr. Bárcenas no. Allá, en cambio, Bárcenas sería en su momento uno de los suyos, pero ahora está apestado.
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En tu libro sobre los vascos, hablabas ya en el título de los españoles que dejaron de serlo. ¿Estaría pasando algo parecido aquí en Cataluña?
A ver, la sociedad vasca tiene unas características muy peculiares. Cuando escribí el libro, recuerdo que amigos míos del PNV me decían que cómo que habían dejado de ser españoles si no lo habían sido nunca. También hemos de tener en cuenta que las sociedades vasca y catalana no se han entendido nunca. Pueden tener problemas económicos o políticos con respecto a España similares, pero como sociedades son muy diferentes. Las relaciones entre Cataluña y Euskadi siempre han funcionado mal, no se han entendido nunca. Todo esto de Galeusca, por ejemplo, nunca ha funcionado. Para Sabino Arana, el problema catalán era un problema entre españoles, lo suyo, en cambio, era otra cosa.
La sociedad vasca es muy distinta y tiene características muy peculiares. No hay que olvidar que ciertos sectores del nacionalismo vasco sostuvieron en su momento que la lengua de Adán y Eva era el vasco. Esto aquí no funcionó así… Bueno, no había funcionado hasta ahora. Es cierto que hay algún memo que anda diciendo por ahí que Cervantes escribió el Quijote en catalán, pero es más bien un tema para psiquiatras.
Lo que sí es cierto es que el problema de la «españolidad» sí guarda unas ciertas analogías y que en los últimos años si que se ha agudizado hasta ser prácticamente igual que en el País Vasco. No se cita nunca a España, sino al Estado español. Recuerdo que en Egin, incluso en la sección de deportes cuando hablaba de la selección de natación, hablaba de las nadadoras del estado español -es decir, en rigor funcionarias todas-. Eso forma parte del lenguaje y expresa un desapego. En el fondo es una concepción de origen religioso, si no mencionas al adversario, no existe, es como si no existiera. Es genial.
Lo más curioso es que eso del Estado español lo inventó la izquierda en los años de la lucha contra el franquismo. Por cierto, una de las ocurrencias más patéticas de la izquierda española. En los nacionalismos vasco o catalán jamás se hablaba del estado español, se hablaba de Cataluña, de Euskadi… Ahora utilizan esta expresión inventada por el marxismo leninismo.
Esta usurpación del lenguaje de la izquierda por parte de los nacionalismos es de lo más divertido. Pasó en Euskadi y pasa aquí. Pero como decíamos antes, mucha gente de la izquierda se han hecho funcionarios del nacionalismo. Josep Ramoneda y Muriel Casals, por ejemplo, hoy independentistas, fueron en su momento representantes de la extrema izquierda, el primero de Bandera Roja, luego en el PSUC; la segunda del sector más leninista y duro del mismo PSUC. Y es de suponer que algo se traerían con ellos.
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El tu libro “El maestro en el erial”, describes la trayectoria de Ortega durante el franquismo. A propósito de Ortega, la displicencia y cierta sorna con la que acostumbraba a abordar el tema catalán, siempre ha sido polémica. En un juego de acciones y reacciones ¿Piensas que estas actitudes pueden haber favorecido el entramado actual?
No sólo él. Ortega, aunque naciera en Málaga, se enmarca de lleno en una tradición conservadora y muy madrileña, castiza. Pero esta displicencia hacia Cataluña, no sólo era recíproca, sino que también había una cierta displicencia en el mundo catalán más nacionalista hacia una inteligencia catalana más conservadora, como sería el caso de Eugeni d’Ors o Joan Estelrich.
El franquismo fue un elemento que lo desmochó todo. En este sentido se está produciendo un fenómeno muy curioso. Hoy en día, los libros de texto, ya sea en Cataluña, Euskadi o Valladolid -cada cual con sus peculiaridades- se tiende a achicar cada vez más el franquismo y a alargar la transición. A veces hasta se diría que el franquismo duró cinco o seis años, y la transición cuarenta o cincuenta. Esto tiene un significado, las responsabilidades con el franquismo de las clases dominantes castellanas, catalanas, andaluzas, vascas, es fundamental. Ganaron la guerra, la posguerra y la transición. El entramado actual es el resultado de esto.
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Citas alguna vez a Gaziel. “No han dejado nada que sirva, sólo se han enriquecido“. Por otro lado, frente a la mala suerte histórica de la que se lamentaba el catalanismo, el mismo Gaziel advirtió de la diferencia entre el jugador con mala suerte y el mal jugador, insinuando que el catalanismo tal vez no es que tuviera mala suerte, sino que jugaba mal.
El próximo año saco un libro de ochocientas y pico páginas, que en cierto modo es una continuación de “El maestro en el erial”, que consiste en una reflexión sobre cultura y política de 1962 a 1992. Lo digo porque hay algo en Gaziel que expresa una cierta manera de ser de una cierta burguesía catalana. La columna vertebral ideológica de Gaziel se rompe con la república y, sobre todo, con guerra civil. Es un personaje lúcido y crítico pero hay un cierto desentendimiento. Hay una cosa que mucha gente no sabe: su obra se publicó póstumamente por voluntad propia.
Esa actitud de esa burguesía catalana que ejemplariza Gaziel es muy significativa e ilustrativa. En privado lo que quieras, pero compromiso ninguno; simplemente aguantar el tirón lo que dure. Por eso, su autoridad moral es relativa. En Gaziel está ciertamente el talento, pero no el ejemplo. Ahora, claro, estos «chicos» han descubierto a Gaziel…
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En un artículo tuyo, llamabas a Snowden «héroe de la democracia» ¿Es para tanto? A la vez, Los encuestados estadounidenses le consideran, el 39%, un traidor; el 35%, un héroe. A continuación afirmas algo así entre nosotros es absolutamente impensable.
Desde luego y sin ninguna duda, es un héroe de la democracia. Es un caso prototípico de libertad de expresión y del valor de un hombre frente a un sistema. En cuanto a las encuestas, este equilibrio aquí sería imposible porque la nuestra es en realidad una sociedad mucho más intransigente.
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Afirmas que “nuestros políticos son mansos como corderos y glotones como gorrinos”. Ni el CNI tiene interés en espiarlos.
Es un tema muy delicado. El desdén hacia los políticos por parte de los servicios de información es total y absoluto. Además no necesitan espiarlos porque ya lo saben todo. Sólo hay que ver la que se ha montado a raíz de una comida entre la relevante, o irrelevante, líder del PP en Cataluña y la ex amante del hijo de Pujol. Organizada además por una sociedad de detectives que parecen Mortadelo y Filemón.
Si hubiera interés, estas cosas se hubieran montado de otra manera. Claro que quizás entonces no lo sabríamos. Lo que han robado ya lo están sacando los jueces. Con la policía basta.
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Volviendo al independentismo. La tesis fundamental del nacionalismo sería que Cataluña es un país ocupado por una potencia extranjera, España. A veces, se diría que la réplica de ciertos personajes allende el Ebro parece darles la razón, como mínimo en la medida que parece que presenten una simetría especular con respecto al nacionalismo. ¿Son tan especularmente simétricos?
Esto diría que pertenece a las clases subsidiarias, a la gente de nivel mental y cultural más bajo. ¿Ocupación? La Caixa y tantas otras empresas están en España, no parece que esto se ajuste a un país ocupado.
Es una especie de patochada política que, eso sí, funciona muy bien. Inventarse un enemigo en regímenes identitarios es fundamental. Umberto Ecco lo desarrolla muy bien en La construcción del enemigo. Pero insisto, se trata de generalizar tópicos para cohesionar las propias filas. Y siempre hay sectores dispuestos a creerlo. Cuentan que cuando Tony Blair y Aznar se reunieron en vísperas de la invasión de Irak, Blair le comentó a Aznar que calculaba contar con un apoyo de, más o menos, el 43% de la opinión pública británica. Aznar, con su chulería habitual, le dijo que a él le apoyaba casi 5%, a lo que Blair replicó diciendo: ¡Anda! el mismo porcentaje que cree que Elvis Presley no ha muerto“.
Si hay gente dispuesta a creer que Elvis Presley no ha muerto, significa que la hay dispuesta a creer cualquier cosa. Pero insisto, son tópicos que se usan como arma arrojadiza y para cohesionar las propias filas construyendo al enemigo.
29 de abril de 2014