Pedro y Tomasa tuvieron diez vástagos en las décadas de los diez y los veinte del siglo XX. De la citada decena, cinco fueron varones y otras tantas, hembras. Los dos mayores, Tomás y Carmen, nacieron en la Casa Ybarzábal de la vizcaína localidad de Munguía; el resto de los chiquillos vinieron al mundo en la Casa Estación de Asúa, un barrio de Erandio.
Pedro, un bilbaíno casado con la gallartina Tomasa, trabajaba como jefe de estación de sol a sol. Los niños aprovechaban el hecho de que vivían en el mismo edificio donde su padre se ganaba el jornal, para utilizar la explanada trasera para jugar al balón. Al menos, los niños lo hacían.
Corría el primer tercio de la centuria y los tres chicos mayores jugaban al fútbol. El primero y el tercero, Tomás y Domingo, en el Arenas de Guecho. Cecilio, el segundo, en un nivel más inferior en el Ategorri del pueblo. Tomás y Cecilio era porteros. Domingo, extremo.
El penúltimo de los varones entrenaba con Tomás cuando este volvía de competir o entrenar. Estaba enamorado del deporte que practicaban los mayores y comenzaba a demostrar una habilidad especial. Era más de diez años más joven que Tomás y este, pese a ser portero, era el espejo en el que se miraba a diario.
Cuando el pequeño dio el estirón y mostró su interés de poner en práctica sus habilidades, a su padre no le hizo ninguna gracia. Para el jefe de la familia ya era suficiente que dos de su chavales se dedicaran a darle al balón en el Arenas; no quería más hijos perdiendo el tiempo en ese deporte inglés en el que los chicos se ponían perdidos de barro y rompían sus alpargatas cada vez que jugaban en la trasera de la estación.
Tomás era un buen guardameta y como quiera que el histórico Arenas era uno de los diez clubes que fundaron la Primera División de la liga española, debutó en el inicio de la que hoy sigue siendo la competición nacional deportiva más importante. Disputó las cuatro primeras temporadas con la casaca rojinegra y su buen rendimiento hizo que el Valencia le quisiera fichar como arquero titular. Una lesión en el dedo anular de una de sus manos dieron al traste con su traspaso al club levantino y tras recuperarse, acabó sus días como portero disputando tres partidos en el Oviedo y otros 18 en el Osasuna. La guerra civil cortó la competición y allí se ahogó la carrera deportiva del bueno de Tomás.
Tomás, que llegó a disputar seis ligas, conoció el cénit de su carrera en el curso 30/31, cuando defendiendo los colores del Arenas disputó 14 de los 18 partidos de los que constaba aquella liga de 10 equipos. En aquella liga recibió 27 goles para una media de 1,92 tantos encajados. Se convirtió en el meta menos goleado de la competición por delante de mitos como el propio Ricardo Zamora —que acabaría dando nombre al trofeo que distingue al guardavallas menos batido— o Gregorio Blasco.
Domingo, el otro hermano en disputar la liga con el Arenas, tuvo una carrera mucho más corta e inadvertida en el primer nivel nacional. Jugaba como extremo y alcanzó a disputar 4 partidos en la máxima competición contra el eterno rival de los rojinegros, el Athletic Club, y ante el Sevilla, el Oviedo y el Español. Era la temporada 34/35, la penúltima antes del parón por la guerra. Y fue la misma contienda civil la que acabaría poco después con su vida. Domingo murió en el cruento frente para desolación de su familia.
A pesar de aquellos peros del padre, el chavalín que iba a todas partes con un balón bajo el brazo acompañando a su hermano Tomás, acabó siendo futbolista. Comenzó en el Pitoberetxe, de ahí paso al Erandio —donde coincidió con su hermano Cecilio— y en la 40/41 debutó con el Athletic Club. El eterno rival del club de sus hermanos. Poco más cabe escribir hoy aquí de él salvo que se llamaba Telmo y hoy sigue manteniendo el récord de seis Pichichis logrados en Primera División (44/45, 45/46, 46/47, 49/50, 50/51, 1952/53).
Tomás y Telmo Zarraonandia Montoya, los dos únicos hermanos en la historia de la liga española en conseguir los Trofeos Zamora y Pichichi. Los hijos de Tomasa Montoya, la de Gallarta.
http://www.jotdown.es/2012/11/pichichi-y-zamora-los-hijos-de-tomasa-montoya/
Pedro, un bilbaíno casado con la gallartina Tomasa, trabajaba como jefe de estación de sol a sol. Los niños aprovechaban el hecho de que vivían en el mismo edificio donde su padre se ganaba el jornal, para utilizar la explanada trasera para jugar al balón. Al menos, los niños lo hacían.
Corría el primer tercio de la centuria y los tres chicos mayores jugaban al fútbol. El primero y el tercero, Tomás y Domingo, en el Arenas de Guecho. Cecilio, el segundo, en un nivel más inferior en el Ategorri del pueblo. Tomás y Cecilio era porteros. Domingo, extremo.
El penúltimo de los varones entrenaba con Tomás cuando este volvía de competir o entrenar. Estaba enamorado del deporte que practicaban los mayores y comenzaba a demostrar una habilidad especial. Era más de diez años más joven que Tomás y este, pese a ser portero, era el espejo en el que se miraba a diario.
Cuando el pequeño dio el estirón y mostró su interés de poner en práctica sus habilidades, a su padre no le hizo ninguna gracia. Para el jefe de la familia ya era suficiente que dos de su chavales se dedicaran a darle al balón en el Arenas; no quería más hijos perdiendo el tiempo en ese deporte inglés en el que los chicos se ponían perdidos de barro y rompían sus alpargatas cada vez que jugaban en la trasera de la estación.
Tomás era un buen guardameta y como quiera que el histórico Arenas era uno de los diez clubes que fundaron la Primera División de la liga española, debutó en el inicio de la que hoy sigue siendo la competición nacional deportiva más importante. Disputó las cuatro primeras temporadas con la casaca rojinegra y su buen rendimiento hizo que el Valencia le quisiera fichar como arquero titular. Una lesión en el dedo anular de una de sus manos dieron al traste con su traspaso al club levantino y tras recuperarse, acabó sus días como portero disputando tres partidos en el Oviedo y otros 18 en el Osasuna. La guerra civil cortó la competición y allí se ahogó la carrera deportiva del bueno de Tomás.
Tomás, que llegó a disputar seis ligas, conoció el cénit de su carrera en el curso 30/31, cuando defendiendo los colores del Arenas disputó 14 de los 18 partidos de los que constaba aquella liga de 10 equipos. En aquella liga recibió 27 goles para una media de 1,92 tantos encajados. Se convirtió en el meta menos goleado de la competición por delante de mitos como el propio Ricardo Zamora —que acabaría dando nombre al trofeo que distingue al guardavallas menos batido— o Gregorio Blasco.
Domingo, el otro hermano en disputar la liga con el Arenas, tuvo una carrera mucho más corta e inadvertida en el primer nivel nacional. Jugaba como extremo y alcanzó a disputar 4 partidos en la máxima competición contra el eterno rival de los rojinegros, el Athletic Club, y ante el Sevilla, el Oviedo y el Español. Era la temporada 34/35, la penúltima antes del parón por la guerra. Y fue la misma contienda civil la que acabaría poco después con su vida. Domingo murió en el cruento frente para desolación de su familia.
A pesar de aquellos peros del padre, el chavalín que iba a todas partes con un balón bajo el brazo acompañando a su hermano Tomás, acabó siendo futbolista. Comenzó en el Pitoberetxe, de ahí paso al Erandio —donde coincidió con su hermano Cecilio— y en la 40/41 debutó con el Athletic Club. El eterno rival del club de sus hermanos. Poco más cabe escribir hoy aquí de él salvo que se llamaba Telmo y hoy sigue manteniendo el récord de seis Pichichis logrados en Primera División (44/45, 45/46, 46/47, 49/50, 50/51, 1952/53).
Tomás y Telmo Zarraonandia Montoya, los dos únicos hermanos en la historia de la liga española en conseguir los Trofeos Zamora y Pichichi. Los hijos de Tomasa Montoya, la de Gallarta.
http://www.jotdown.es/2012/11/pichichi-y-zamora-los-hijos-de-tomasa-montoya/