Descontada la victoria del Melilla sobre el Levante y, si acaso, el empate del Athletic en Éibar, la Copa nos deja una escasez de sobresaltos que nos hace nostálgicos de esas ediciones de principio de este siglo, cuando se jugaba a partido único. Durante unos pocos años vivimos jornadas tremendas, con los desheredados rebelándose, forzando prórrogas, con tandas de penaltis, con eliminaciones estruendosas. Hubo quien, como el Novelda, eliminó un año al Valencia y otro al Barça. A doble partido no es igual, ya se ve, aunque todavía el curso pasado hayamos disfrutado con las machadas del Mirandés.
Madrid, Barça, Atlético, Valencia y Málaga han sentenciado en la ida, prácticamente. Ahora nos metemos en un túnel hasta finales de noviembre, cuando se jugará la jornada de vuelta. Los partidos de vuelta de esos cinco grandes (el Málaga ya merece esa consideración) carecerán de interés. La pregunta es: ¿habrían ganado con tanta facilidad si hubiese estado en juego el pase en un solo partido, como era entonces? Aquello creaba una motivación única en el equipo menor que recibía al grande. Ahora, a ida y vuelta, la dificultad de pasar es tan grande que falta esa motivación extra.
A mí me gustaba aquella fórmula por dos motivos: por esa tremenda emoción (la Copa tiene el encanto de los sobresaltos) y porque aliviaba el calendario. Las televisiones y los grandes hicieron regresar la fórmula de ida y vuelta, por la excesiva facilidad con que caían estos. Y esa idea es defendible. Pero ahora que el Madrid y el Barça se matan por todo, y ahora que los que vienen por detrás saben que la Liga les está vedada, no caerían con tanta facilidad. Creo que bien podríamos recuperar las emociones del partido único. Y de paso aliviar el calendario, que estalla por todas sus costuras.