http://www.elmundo.es/blogs/deportes/championstar/2011/05/27/pep-mou-y-el-poder-absoluto.html
El Barcelona tiene la oportunidad de ganar su cuarta Copa de Europa, la tercera en seis años. En las tres últimas tres temporadas, en las que los éxitos han sido continuados, ha depositado todo su poder en Pep Guardiola, técnico con ADN culé, que se sitúa por encima de la cúpula del club, con plenos poderes. Especialmente desde la llegada a la presidencia de Sandro Rosell, nadie duda de que Pep es el jefe de facto, el hombre más poderoso del club, quien decide estrategias y no sólo en el terreno de juego.
Rosell se limita a no incordiar demasiado y a seguir más o menos las directrices que emanan del presidente in pectore, del que marca los tiempos, del que decide cuándo ofrece una rueda de prensa incendiaria en el Santiago Bernabéu o cuándo se debe responder a los ataques del Real Madrid. La prensa catalana admite esta realidad y la convierte en dogma de fe dentro de la uniformidad que convierte a todo el espectro mediático de Barcelona en simple correa de transmisión del club, en un mero aparato propagandístico. Si Guardiola se viste de cartujo, es bueno. Si lo hace con ropajes militares para lanzarse a la batalla y el barro, es que hay razones suficientes para que Pep pase de monje a guerrero. Siempre tiene razón.
Lo que en el Barcelona es considerado un acierto se cataloga como terrible riesgo en el Real Madrid. Forzado por la cruenta batalla entre Mourinho y Valdano, Florentino Pérez tuvo que tomar una decisión empresarial y prescindir del director deportivo. Ha otorgado plenos poderes en esta parcela al entrenador, tal y como hizo el Manchester con Ferguson o el Arsenal con Wenger, por ejemplo.
Los mismos que en años anteriores pidieron que hubiera un entrenador fuerte en el club blanco, ahora creen que no es buena idea dejar el bastón de mando en manos del técnico. Los mismos que se quejaron de que Florentino era un devora entrenadores, atacan con saña porque en una situación de incompatibilidad manfiesta se ha decantado por el ocupante del banquillo. Si hubiera echado a Mou, los sabios le habrían recordado la eterna inestabilidad del club. Si hubiera mantenido a los dos gallos en el mismo corral le habrían acusado de irresponsable inactividad.
En todas las situaciones, los eruditos y depositarios de los arcanos del fútbol, los que nunca se equivocan porque jamás tienen que tomar decisiones habrían tenido campo abonado para la crítica, deporte nacional contra el Real Madrid. Lo malo para los opinadores de guardia es que el club acierta o se equivoca pensando en sus socios, no en ellos, no en las 24 horas de debates interminables en los que el 80 por ciento de juicios son palos al equipo blanco, sí, ese que cuenta con el apoyo de más de la mitad del país. Y ojo. El 90 por ciento de los aficionados se alinea con el club. Pese a lo que digan algunos esa masa no es ni fanática ni fascista. Se conforma con que su equipo gane y no le humillen en el campo o en los despachos.
El Barcelona tiene la oportunidad de ganar su cuarta Copa de Europa, la tercera en seis años. En las tres últimas tres temporadas, en las que los éxitos han sido continuados, ha depositado todo su poder en Pep Guardiola, técnico con ADN culé, que se sitúa por encima de la cúpula del club, con plenos poderes. Especialmente desde la llegada a la presidencia de Sandro Rosell, nadie duda de que Pep es el jefe de facto, el hombre más poderoso del club, quien decide estrategias y no sólo en el terreno de juego.
Rosell se limita a no incordiar demasiado y a seguir más o menos las directrices que emanan del presidente in pectore, del que marca los tiempos, del que decide cuándo ofrece una rueda de prensa incendiaria en el Santiago Bernabéu o cuándo se debe responder a los ataques del Real Madrid. La prensa catalana admite esta realidad y la convierte en dogma de fe dentro de la uniformidad que convierte a todo el espectro mediático de Barcelona en simple correa de transmisión del club, en un mero aparato propagandístico. Si Guardiola se viste de cartujo, es bueno. Si lo hace con ropajes militares para lanzarse a la batalla y el barro, es que hay razones suficientes para que Pep pase de monje a guerrero. Siempre tiene razón.
Lo que en el Barcelona es considerado un acierto se cataloga como terrible riesgo en el Real Madrid. Forzado por la cruenta batalla entre Mourinho y Valdano, Florentino Pérez tuvo que tomar una decisión empresarial y prescindir del director deportivo. Ha otorgado plenos poderes en esta parcela al entrenador, tal y como hizo el Manchester con Ferguson o el Arsenal con Wenger, por ejemplo.
Los mismos que en años anteriores pidieron que hubiera un entrenador fuerte en el club blanco, ahora creen que no es buena idea dejar el bastón de mando en manos del técnico. Los mismos que se quejaron de que Florentino era un devora entrenadores, atacan con saña porque en una situación de incompatibilidad manfiesta se ha decantado por el ocupante del banquillo. Si hubiera echado a Mou, los sabios le habrían recordado la eterna inestabilidad del club. Si hubiera mantenido a los dos gallos en el mismo corral le habrían acusado de irresponsable inactividad.
En todas las situaciones, los eruditos y depositarios de los arcanos del fútbol, los que nunca se equivocan porque jamás tienen que tomar decisiones habrían tenido campo abonado para la crítica, deporte nacional contra el Real Madrid. Lo malo para los opinadores de guardia es que el club acierta o se equivoca pensando en sus socios, no en ellos, no en las 24 horas de debates interminables en los que el 80 por ciento de juicios son palos al equipo blanco, sí, ese que cuenta con el apoyo de más de la mitad del país. Y ojo. El 90 por ciento de los aficionados se alinea con el club. Pese a lo que digan algunos esa masa no es ni fanática ni fascista. Se conforma con que su equipo gane y no le humillen en el campo o en los despachos.