Lluís Mascaró | 20.04.2011 | 04:05h
La final de hoy no es una final de Copa cualquiera. Es la final de Copa más importante que ha jugado el Barça en toda su historia. Ninguno de los 25 títulos conseguidos hasta ahora por el club blaugrana en los 109 años de competición han tenido tanta trascendencia deportiva y mediática como el que va a tener éste. Porque esta noche hay en juego mucho más que un trofeo. Se dirime la supremacía de un estilo, de un modo de entender el fútbol. Y, especialmente, un modelo de comportamiento dentro y fuera del campo. El Barça debe ganar esta Copa para aumentar su palmarés, para que el proyecto de Guardiola sea todavía más triunfal, para asegurarse el doblete y encaminarse hacia el triplete, para dejar al Madrid en blanco... Pero, sobre todo, para evitar que gane Mourinho, para evitar que gane la crispación, la caverna mediática, la manipulación, la mentira. La final de esta noche es la batalla final entre el bien y el mal. Entre la educación y la mezquindad. Entre el amor y el odio. Por eso, el Barça no nos puede fallar.
Una victoria blaugrana significaría, desde el punto de vista estrictamente deportivo, el triunfo de la excelencia futbolística, representada por jugadores formados en la cantera, con ADN culé, con un modelo basado en el buen trato del balón y la ambición ofensiva. El espectáculo en estado puro. El Barça ha dignificado el fútbol con las aportaciones que Guardiola ha realizado al estilo de Michels, Cruyff o Rijkaard. Pero también con el arte que imponen especialistas de este estilo como Xavi, Iniesta o Messi. La antítesis de lo que representa, en estos momentos, la propuesta que ofrece el Madrid de Mourinho. Los blancos apuestan por un fútbol ruín, defensivo, basado en el patadón a seguir, el choque y las jugadas a balón parado. Un fútbol en el que predomina la fuerza física sobre la técnica. Donde gana el que es más fuerte, más alto y más rápido, no el que es más bueno. Mourinho ha desvirtuado el fútbol hasta convertirlo en una guerra de guerrillas que se inicia en las ruedas de prensa y que no se acaba nunca. Un fútbol que busca la complicidad del entorno para desestabilizar al rival, por lo civil o por lo criminal. Y eso es lo que debe evitar el Barça con su victoria. Una victoria clara, rotunda, indiscutible.
No me quiero ni imaginar lo que significaría un Madrid campeón con Mourinho, Cristiano Ronaldo y las huestes cavernarias cabalgando por Cibeles. Nos intentarían inocular por vía intravenosa la doctrina del `nacional madridismo¿ que ellos defienden con esa vehemencia tan propia de los talibanes. Una doctrina que no rehuye el enfrentamiento y que aboga por la zafiedad y las malas maneras. Que esta doctrina se viera recompensada con una victoria en la final de la Copa sería el peor favor que se le podría hacer al fútbol. Y al sentido común
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