INDEPENDIENTE CAMPEÓN
El Rojo está de vuelta
Después de ganar 3-1 al Goiás, de sufrir muchísimo en el alargue, de que Hilario tapara un par de pelotas, Independiente finalmente se consagró en los penales metiendo todos y es campeón de la Sudamericana. Y vuelve a ganar una copa internacional después de 15 años. Pateó Tuzzio y hubo explosión. ¡Salud!
Volvió una noche, señores... Una noche de Copas, como manda su historia, como dice ese apodo que es orgullo en el mundo. Volvió el Rey de Copas, después de 15 años y después de mucho sufrimiento. Porque hasta ese penal final de Tuzzio que viajó directo a la red, y a la eternidad, el Rojo pasó de todo. Pasó de las decepción del 2-0 en Goiana a la esperanza de la revancha. Pasó de un susto al dominio absoluto. Del 1-0 que presagiaba una noche a ritmo crucero a un empate que sembró dudas. De ese estupor a las carambolas. De la amenaza de goleda a las peores sensaciones del final. Y de la tensión a la felicidad más plena, al grito contenido durante 15 años en estas cuestiones internacionales, al Dale campeón que dejó todavía más rojas esas miles de gargantas de diablos. El Rojo volvió al mundo. Sumó la Copa que le faltaba, se metió en la Libertadores 2011 y, de paso, dejó nada menos que a Racing sin esa Copa. ¿Qué más se puede pedir?
La noche empezó con un susto, grande, cuando Goiás llegó a fondo a los dos minutos y el remate de Douglas, de frente al arco tras aparecer vacío por derecha, se fue por arriba del travesaño. Media hora después, ese hincha que se agarraba la cabeza, que contuvo la respiración con el tiro del brasileño, que presagiaba una noche difícil y se encomendaba a todos los diablos, deliraba de emoción y pronosticaba el número final de la goleada. Se le escapaba el cuore del pecho. Se bañaba en esa caldera en la que se había convertido el Libertadores de América luego de una ráfaga de fútbol, goles y suerte, o mística, o historia, o ponele como quieras… Daba para eso esa media hora de Independiente. Porque el Rojo, que era puro nervios, pura ansiedad por poner la serie 2-2 antes que el partido 1-0, encontró la llave tras una jugada de laboratorio perfecta. El tiro libre buscó a Matheu mientras otros salían para distraer, pecho y remate, y el rebote le cayó a Velázquez. Pero ese entusiasmo, ese envión que presagiaba que el Rojo lo podía dar vuelta ahí mismo, se diluyó súbitamente dos minutos después. Así, tan de repente, como esa escapada por izquierda de Goiás que terminó en centro para la cabeza de Moura, quien la puso con toda su categoría en el palo más lejano de Hilario Navarro. La carucha de Mohamed, derrumbado en el banco de suplentes, era la de esos 38.000 hinchas que reventaron el estadio en busca de la Copa internacional que se negaba hacía 15 años.
Pero así como Moura, gol y peligro constante, era el símbolo de ese Goiás que llegó a la final de la Copa, el equipo brasileño en el arco propio tenía Harlei, símbolo del Goiás que se fue a la B hace dos semanas en Brasil. Y era la noche del Rojo. Y la noche de Parra… El delantero metió uno de carambola, tras un rechazo de un defensor que le pegó en la pierna y superó al arquero. Y luego otro pura clase, incorporándose en un segundo, puro reflejo, para acomodarse tras una caída y para colocarla con clase junto a un palo. Y parecía que ahí sí, que ya estaba, si en apenas 35 minutos la final ya estaba igualada, si Cabrera había tenido el cuarto con un remate cruzado en el último minuto de la primera parte, parecía que ya estaba… Pero no. Hubo que esperar. Y hubo que sufrir. Y contener la respiración en los tres aciertos del línea, un gol de Goiá sincluído, cuando levantó la banderita por off side. Y se tuvo que revolcar Hilario, otra vez ante esa pesadilla llamada Moura, que enganchó y enganchó hasta que le quedó el remate franco que Navarro alcanzó a tapar con el cuerpo y mandar al córner. Y volvió a revolcarse ante otro tiro desde lejos de Moura, a cinco minutos del final, que paralizó corazones. Y el arquero miró, pasmado y vencido, el disparo a quemarropa de Moura, a los 44, tras un lateral, que milagrosamente salió desviado. Y el suplicio del alargue. Y el cabezazo en el palo. Y los penales... Y el regreso. Independiente está de vuelta. Como manda su historia.
El Rojo está de vuelta
Después de ganar 3-1 al Goiás, de sufrir muchísimo en el alargue, de que Hilario tapara un par de pelotas, Independiente finalmente se consagró en los penales metiendo todos y es campeón de la Sudamericana. Y vuelve a ganar una copa internacional después de 15 años. Pateó Tuzzio y hubo explosión. ¡Salud!
Volvió una noche, señores... Una noche de Copas, como manda su historia, como dice ese apodo que es orgullo en el mundo. Volvió el Rey de Copas, después de 15 años y después de mucho sufrimiento. Porque hasta ese penal final de Tuzzio que viajó directo a la red, y a la eternidad, el Rojo pasó de todo. Pasó de las decepción del 2-0 en Goiana a la esperanza de la revancha. Pasó de un susto al dominio absoluto. Del 1-0 que presagiaba una noche a ritmo crucero a un empate que sembró dudas. De ese estupor a las carambolas. De la amenaza de goleda a las peores sensaciones del final. Y de la tensión a la felicidad más plena, al grito contenido durante 15 años en estas cuestiones internacionales, al Dale campeón que dejó todavía más rojas esas miles de gargantas de diablos. El Rojo volvió al mundo. Sumó la Copa que le faltaba, se metió en la Libertadores 2011 y, de paso, dejó nada menos que a Racing sin esa Copa. ¿Qué más se puede pedir?
La noche empezó con un susto, grande, cuando Goiás llegó a fondo a los dos minutos y el remate de Douglas, de frente al arco tras aparecer vacío por derecha, se fue por arriba del travesaño. Media hora después, ese hincha que se agarraba la cabeza, que contuvo la respiración con el tiro del brasileño, que presagiaba una noche difícil y se encomendaba a todos los diablos, deliraba de emoción y pronosticaba el número final de la goleada. Se le escapaba el cuore del pecho. Se bañaba en esa caldera en la que se había convertido el Libertadores de América luego de una ráfaga de fútbol, goles y suerte, o mística, o historia, o ponele como quieras… Daba para eso esa media hora de Independiente. Porque el Rojo, que era puro nervios, pura ansiedad por poner la serie 2-2 antes que el partido 1-0, encontró la llave tras una jugada de laboratorio perfecta. El tiro libre buscó a Matheu mientras otros salían para distraer, pecho y remate, y el rebote le cayó a Velázquez. Pero ese entusiasmo, ese envión que presagiaba que el Rojo lo podía dar vuelta ahí mismo, se diluyó súbitamente dos minutos después. Así, tan de repente, como esa escapada por izquierda de Goiás que terminó en centro para la cabeza de Moura, quien la puso con toda su categoría en el palo más lejano de Hilario Navarro. La carucha de Mohamed, derrumbado en el banco de suplentes, era la de esos 38.000 hinchas que reventaron el estadio en busca de la Copa internacional que se negaba hacía 15 años.
Pero así como Moura, gol y peligro constante, era el símbolo de ese Goiás que llegó a la final de la Copa, el equipo brasileño en el arco propio tenía Harlei, símbolo del Goiás que se fue a la B hace dos semanas en Brasil. Y era la noche del Rojo. Y la noche de Parra… El delantero metió uno de carambola, tras un rechazo de un defensor que le pegó en la pierna y superó al arquero. Y luego otro pura clase, incorporándose en un segundo, puro reflejo, para acomodarse tras una caída y para colocarla con clase junto a un palo. Y parecía que ahí sí, que ya estaba, si en apenas 35 minutos la final ya estaba igualada, si Cabrera había tenido el cuarto con un remate cruzado en el último minuto de la primera parte, parecía que ya estaba… Pero no. Hubo que esperar. Y hubo que sufrir. Y contener la respiración en los tres aciertos del línea, un gol de Goiá sincluído, cuando levantó la banderita por off side. Y se tuvo que revolcar Hilario, otra vez ante esa pesadilla llamada Moura, que enganchó y enganchó hasta que le quedó el remate franco que Navarro alcanzó a tapar con el cuerpo y mandar al córner. Y volvió a revolcarse ante otro tiro desde lejos de Moura, a cinco minutos del final, que paralizó corazones. Y el arquero miró, pasmado y vencido, el disparo a quemarropa de Moura, a los 44, tras un lateral, que milagrosamente salió desviado. Y el suplicio del alargue. Y el cabezazo en el palo. Y los penales... Y el regreso. Independiente está de vuelta. Como manda su historia.