A las cinco de la tarde de ayer, los controladores cerraron el espacio aéreo con una salvaje huelga encubierta. Los equipos que debían jugar hoy montaron planes de viaje alternativos. El Atlético alquiló un autobús (el suyo ya estaba en Valencia) y llegó después de la medianoche tras seis horas de viaje. El Valencia, afectado por una huelga de interventores de trenes, se desplazó a Madrid también por carretera. Los equipos de Segunda improvisaron sobre la marcha para llegar a tiempo. Y el Barça, con el país sumido en el caos de transporte más importante que se recuerda, mantuvo su plan de viaje: el sábado, a las 10:30, en avión, pese a que Pamplona está a sólo 487 kilómetros de buena carretera, con el auxilio de un AVE hasta Zaragoza que tarda menos de dos horas. Estos son los hechos.
Y esta la realidad: el Barça campa a sus anchas en la Federación desde que Laporta acudió en auxilio de Villar en unas elecciones federativas que se le habían puesto en japonés. Se retiró de una Copa sin recibir castigo, nunca cumplió los dos partidos de clausura del Camp Nou, jugó un partido ante el Sevilla de madrugada, el colegiado que concedió un gol con la mano de Messi recibió el premio de pitar la siguiente final de Copa...
¿Se hubiera atrevido el Barça a no viajar a un partido europeo? Naturalmente que no. De hecho, ya ocurrió en la pasada edición de la Champions, cuando el impronunciable volcán islandés impidió volar en gran parte de Europa. El Barça aguantó diez horas de autocar a Milán para jugar las semifinales de la competición. Sabía que no llegar a tiempo le supondría la eliminación y un castigo ejemplar. Aquí estaba seguro de que, hiciera lo que hiciera, no perdería los puntos, pero el escándalo superó a la Federación, con la que todo parecía pactado. La firmeza de Izco evitó que el Villarato hiciera cumbre y que Guardiola nos tomara a todos por tontos y ensuciara, innecesariamente, la imagen de unos futbolistas excelsos.