Las brillantes actuaciones de Thiago en el Europeo sub 19 y con la selección sub 21 le han colocado donde se le suponía desde chaval: como un jugador especial, de los que generan enormes expectativas. Sus recursos técnicos son exagerados. Su confianza, ilimitada. Es uno de esos futbolistas que no atienden a edades, ni a jerarquías. Se sienten cómodos en el centro del escenario, cualidad que resulta indispensable para jugar en equipos como el Barça o en la actual selección española. Se necesita una buena dosis de ego –no de vanidad hueca- para triunfar en el fútbol. Por lo que parece, este rasgo del carácter no es un problema para Thiago.
Una cosa es el ego, y otra el ego desbocado. Thiago se encuentra en una fase crítica de su carrera, a pesar de su juventud. No es fácil controlar esa especie de caballo salvaje que es la fama temprana, la adulación de la prensa y la presión del mercado. Lo fácil es distraerse. El mundo del fútbol está lleno de tempranas víctimas, de jugadores que no cumplieron con los pronósticos o fueron devorados por una maquinaria muy poco piadosa con los errores. A Thiago y su entorno les corresponde manejar con sensatez una situación muy delicada para un chico de 19 años.
Al jugador le beneficia la tutela de su padre, el fenomenal Mazinho, uno de los mejores y más inteligentes centrocampistas que ha producido Brasil, y un hombre de mundo, también. No es un momento sencillo de resolver. Salta a la vista que a Thiago se le queda un poco corto el Barça B y un poco lejana la titularidad en el Barça de Guardiola. Se encuentra, por tanto, sometido a todo tipo de tensiones. Está en una encrucijada difícil de resolver. No sólo su entorno más próximo tendrá que adiestrarle y protegerle. Gente como Guardiola y Luis Enrique deberán actuar con la dosis justa de sensatez y generosidad.
El caso es fascinante porque hay un acuerdo casi unánime sobre Thiago. Es un centrocampista diferente, no sólo definido por el metódico modelo del Barça, sino por su tendencia a las decisiones geniales, irreverentes, las que califican a un jugador como potencial estrella. Sin despeinarse, es capaz de pasar de lo sencillo a lo imposible, de reclamar el peso del juego en los momentos más difíciles y de moverse con soltura en las situaciones que miden el carácter. Y añade además, una cualidad muy difícil de observar en el fútbol, la del centrocampista que limpia a un rival y destroza una línea con un desbord imparable. Thiago te ataca, te regatea, aclara el panorama y tira el pase ganador. En ese sentido, estamos ante un lujo de futbolista, uno que algún día deberá multiplicar las posibilidades ofensivas del Barça y de la selección.
Una cosa es el ego, y otra el ego desbocado. Thiago se encuentra en una fase crítica de su carrera, a pesar de su juventud. No es fácil controlar esa especie de caballo salvaje que es la fama temprana, la adulación de la prensa y la presión del mercado. Lo fácil es distraerse. El mundo del fútbol está lleno de tempranas víctimas, de jugadores que no cumplieron con los pronósticos o fueron devorados por una maquinaria muy poco piadosa con los errores. A Thiago y su entorno les corresponde manejar con sensatez una situación muy delicada para un chico de 19 años.
Al jugador le beneficia la tutela de su padre, el fenomenal Mazinho, uno de los mejores y más inteligentes centrocampistas que ha producido Brasil, y un hombre de mundo, también. No es un momento sencillo de resolver. Salta a la vista que a Thiago se le queda un poco corto el Barça B y un poco lejana la titularidad en el Barça de Guardiola. Se encuentra, por tanto, sometido a todo tipo de tensiones. Está en una encrucijada difícil de resolver. No sólo su entorno más próximo tendrá que adiestrarle y protegerle. Gente como Guardiola y Luis Enrique deberán actuar con la dosis justa de sensatez y generosidad.
El caso es fascinante porque hay un acuerdo casi unánime sobre Thiago. Es un centrocampista diferente, no sólo definido por el metódico modelo del Barça, sino por su tendencia a las decisiones geniales, irreverentes, las que califican a un jugador como potencial estrella. Sin despeinarse, es capaz de pasar de lo sencillo a lo imposible, de reclamar el peso del juego en los momentos más difíciles y de moverse con soltura en las situaciones que miden el carácter. Y añade además, una cualidad muy difícil de observar en el fútbol, la del centrocampista que limpia a un rival y destroza una línea con un desbord imparable. Thiago te ataca, te regatea, aclara el panorama y tira el pase ganador. En ese sentido, estamos ante un lujo de futbolista, uno que algún día deberá multiplicar las posibilidades ofensivas del Barça y de la selección.