'Alcorconazo'
http://www.elpais.com/articulo/deportes/Alcorconazo/elpepudep/20091027elpepudep_14/Tes
Hay partidos que invitan a reflexiones esenciales. ¿Qué es el fútbol? ¿Qué significa jugar bien? ¿Cuándo estamos ante un gran equipo? ¿Qué es el poder? En ese viaje traumático a las profundidades del Sur suburbano, el Madrid se descubrió a sí mismo y lo que encontró no le gustó nada. El equipo que le expuso a sus miserias fue el Alcorcón, un grupo armadito y alegre que salió a divertirse. Consiguió con creces su propósito. El Alcorcón se lo pasó en grande. Jugó con el orden y la complicidad que caracteriza a los equipos de barrio. Y en los barrios, ya se sabe, el fútbol es una cosa muy seria. Sólo así puede comprenderse su asombroso despliegue, su respeto por el juego y sus ganas de corresponder con esfuerzo a la emoción que sentían. Para los chicos de la Agrupación Deportiva la visita del Madrid fue un regalo. La gente celebró su dedicación con una ovación cerrada que fue en aumento con los minutos. En este ámbito, el Madrid aparentó estar compuesto mayoritariamente por gente molesta, incómoda, arrastrada a un andurrial por las bravas. La conclusión fue natural. El Alcorcón jugó como un gran equipo y salió vencedor.
No hace falta tener figuras para cuidar la pelota. Basta con tener un buen equipo con gente con oficio y habilidad. Para arrimar el hombro en el Alcorcón están el mediocentro Rubén Sanz, firme y ordenado: el mediapunta Sergio Mora, preciso y claro, y el astuto Borja Pérez. Éste le había hecho cuatro goles al Madrid en otras ediciones de la Copa en otros clubes. Explotó las incursiones de sus compañeros por la banda derecha para desencajar a los centrales del Madrid y abrir el marcador.
El primer gol llegó anunciado. El Alcorcón salió a hacer lo que suelen hacer los equipos que causan problemas al Madrid. Apretar arriba, robar y abrir el campo rápido buscando el centro y el remate. Nada nuevo en este negocio. Para ejecutar estas maniobras no es preciso estar a las ordenes de Arsène Wenger. Tampoco es necesario contar con extremos de primer nivel. Basta con manejar conceptos ancestrales. Cascón, Béjar y Nagore ocuparon el carril derecho del Alcorcón con valor y astucia, asociándose con Mora para tirar paredes y llegar a la línea de fondo en oleadas sucesivas. Sus jugadas reflejaron la clase de equipo que es el Alcorcón. Rápido, ágil, valiente y bien trabajado. Las incursiones de sus jugadores por el costado de Drenthe fueron variadas y sorprendentes. Nunca producto de la improvisación. Todo estaba pensado para que fuese así. El pobre Drenthe, abandonado por sus compañeros, no pudo con las andanadas. El Alcorcón remató tres veces entre los tres palos en los primeros cinco minutos. El Madrid estaba perplejo. Al cuarto de hora, Dascón le arrimó un balón a Borja, que se desmarcó a la espalda de Metzelder y buscó el palo largo con un zurdazo medido. Ahí empezó la fiesta. Borja no la terminaría sin gritar otro gol. El cuarto.
El primer gol de Borja confirmó una tendencia que se observa desde hace semanas en el Madrid. Una cierta inclinación hacia la confusión. Pudo servir de reactivo. Pero no todos sus jugadores salieron de ese estado de asombro, esa mezcla de autoindulgencia y fastidio con la que comenzaron la noche. En el palco, Florentino Pérez, su presidente, observó el panorama con incredulidad. Hubo gente, como Granero y Raúl, que parecieron rebelarse contra las inclemencias. Pero tanto en la defensa como en el ataque, el Madrid actuó como un equipo desestructurado. Contemplativo en una faceta, indeciso en la otra. Poco enérgico sin el balón, dubitativo con él. Cada vez que Guti recibía debía dar uno, dos, tres, cuatro toques antes de resolver a quién pasárselo. Y eso que Guti es el más clarividente. Cuando se decidía, un jugador del Alcorcón lo estaba tapando. Era tarde. Y contragolpe del Alcorcón. Rápido. A dos toques. De adentro afuera, de un costado al otro. Buscando los espacios a la espalda de la defensa del Madrid, ese cuarteto desbordado. Así llegó el segundo gol. Se lo metió Arbeloa en propia meta intentando despejar un centro de Mora.
El segundo gol llegó después de otra incursión de Cascón. Centro y remate. Así, ante la ley del viejo fútbol, el Madrid vivió bajo asedio. Apenas salió de su campo con criterio en todo el partido. Procuró abrirse camino con pases largos a Benzema. En el primer intento, el francés se topó con el portero Juanma. Luego, el propio Juanma le sacó un balón con la punta de la bota a Granero. El Madrid se entregó a las aventuras desesperadas. Siempre por el medio. Todas las jugadas por el embudo. El balón acabó casi siempre en los pies de Rubén Sanz. Cuando no, Van der Vaart intentó algún disparo de media distancia, con poca puntería.
En el descanso, Pellegrini reorganizó al Madrid quitando a Guti y poniendo a Gago. El cambio no le gustó al segundo capitán, que salió del vestuario como quien protesta mientras sus compañeros escuchaban la charla. Al cabo de la jornada, los jugadores del Madrid lo dieron a entender con señales evidentes. Para muchos, el suplicio empezó en la concentración. Para muchos, esto es menos fútbol que otras cosas. Para los jugadores y los hinchas del Alcorcón fue el 'alcorconazo'. Por una vez, demostraron que pueden ser más fuertes que los poderosos. Como decía su estribillo: "¡Eo-eo-eo, esto es un chorreo!".
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Hay partidos que invitan a reflexiones esenciales. ¿Qué es el fútbol? ¿Qué significa jugar bien? ¿Cuándo estamos ante un gran equipo? ¿Qué es el poder? En ese viaje traumático a las profundidades del Sur suburbano, el Madrid se descubrió a sí mismo y lo que encontró no le gustó nada. El equipo que le expuso a sus miserias fue el Alcorcón, un grupo armadito y alegre que salió a divertirse. Consiguió con creces su propósito. El Alcorcón se lo pasó en grande. Jugó con el orden y la complicidad que caracteriza a los equipos de barrio. Y en los barrios, ya se sabe, el fútbol es una cosa muy seria. Sólo así puede comprenderse su asombroso despliegue, su respeto por el juego y sus ganas de corresponder con esfuerzo a la emoción que sentían. Para los chicos de la Agrupación Deportiva la visita del Madrid fue un regalo. La gente celebró su dedicación con una ovación cerrada que fue en aumento con los minutos. En este ámbito, el Madrid aparentó estar compuesto mayoritariamente por gente molesta, incómoda, arrastrada a un andurrial por las bravas. La conclusión fue natural. El Alcorcón jugó como un gran equipo y salió vencedor.
No hace falta tener figuras para cuidar la pelota. Basta con tener un buen equipo con gente con oficio y habilidad. Para arrimar el hombro en el Alcorcón están el mediocentro Rubén Sanz, firme y ordenado: el mediapunta Sergio Mora, preciso y claro, y el astuto Borja Pérez. Éste le había hecho cuatro goles al Madrid en otras ediciones de la Copa en otros clubes. Explotó las incursiones de sus compañeros por la banda derecha para desencajar a los centrales del Madrid y abrir el marcador.
El primer gol llegó anunciado. El Alcorcón salió a hacer lo que suelen hacer los equipos que causan problemas al Madrid. Apretar arriba, robar y abrir el campo rápido buscando el centro y el remate. Nada nuevo en este negocio. Para ejecutar estas maniobras no es preciso estar a las ordenes de Arsène Wenger. Tampoco es necesario contar con extremos de primer nivel. Basta con manejar conceptos ancestrales. Cascón, Béjar y Nagore ocuparon el carril derecho del Alcorcón con valor y astucia, asociándose con Mora para tirar paredes y llegar a la línea de fondo en oleadas sucesivas. Sus jugadas reflejaron la clase de equipo que es el Alcorcón. Rápido, ágil, valiente y bien trabajado. Las incursiones de sus jugadores por el costado de Drenthe fueron variadas y sorprendentes. Nunca producto de la improvisación. Todo estaba pensado para que fuese así. El pobre Drenthe, abandonado por sus compañeros, no pudo con las andanadas. El Alcorcón remató tres veces entre los tres palos en los primeros cinco minutos. El Madrid estaba perplejo. Al cuarto de hora, Dascón le arrimó un balón a Borja, que se desmarcó a la espalda de Metzelder y buscó el palo largo con un zurdazo medido. Ahí empezó la fiesta. Borja no la terminaría sin gritar otro gol. El cuarto.
El primer gol de Borja confirmó una tendencia que se observa desde hace semanas en el Madrid. Una cierta inclinación hacia la confusión. Pudo servir de reactivo. Pero no todos sus jugadores salieron de ese estado de asombro, esa mezcla de autoindulgencia y fastidio con la que comenzaron la noche. En el palco, Florentino Pérez, su presidente, observó el panorama con incredulidad. Hubo gente, como Granero y Raúl, que parecieron rebelarse contra las inclemencias. Pero tanto en la defensa como en el ataque, el Madrid actuó como un equipo desestructurado. Contemplativo en una faceta, indeciso en la otra. Poco enérgico sin el balón, dubitativo con él. Cada vez que Guti recibía debía dar uno, dos, tres, cuatro toques antes de resolver a quién pasárselo. Y eso que Guti es el más clarividente. Cuando se decidía, un jugador del Alcorcón lo estaba tapando. Era tarde. Y contragolpe del Alcorcón. Rápido. A dos toques. De adentro afuera, de un costado al otro. Buscando los espacios a la espalda de la defensa del Madrid, ese cuarteto desbordado. Así llegó el segundo gol. Se lo metió Arbeloa en propia meta intentando despejar un centro de Mora.
El segundo gol llegó después de otra incursión de Cascón. Centro y remate. Así, ante la ley del viejo fútbol, el Madrid vivió bajo asedio. Apenas salió de su campo con criterio en todo el partido. Procuró abrirse camino con pases largos a Benzema. En el primer intento, el francés se topó con el portero Juanma. Luego, el propio Juanma le sacó un balón con la punta de la bota a Granero. El Madrid se entregó a las aventuras desesperadas. Siempre por el medio. Todas las jugadas por el embudo. El balón acabó casi siempre en los pies de Rubén Sanz. Cuando no, Van der Vaart intentó algún disparo de media distancia, con poca puntería.
En el descanso, Pellegrini reorganizó al Madrid quitando a Guti y poniendo a Gago. El cambio no le gustó al segundo capitán, que salió del vestuario como quien protesta mientras sus compañeros escuchaban la charla. Al cabo de la jornada, los jugadores del Madrid lo dieron a entender con señales evidentes. Para muchos, el suplicio empezó en la concentración. Para muchos, esto es menos fútbol que otras cosas. Para los jugadores y los hinchas del Alcorcón fue el 'alcorconazo'. Por una vez, demostraron que pueden ser más fuertes que los poderosos. Como decía su estribillo: "¡Eo-eo-eo, esto es un chorreo!".