Artículo que me ha gustrado en líneas generales de Antonio Ramírez (El Reformista).
Leire, no contenta con la imposición que supone la Ley del Tabaco, aunque mejor sería llamarla Ley de los Malos Humos, pues tiene a hosteleros, fumadores, y personas de bien en general, absolutamente quemados, ha decidido emprender la cruzada anti insulto. Que el español es un individuo social, es una evidencia. Los turistas que nos visitan ponderan nuestro carácter abierto y se sorprenden, a la vez que les encanta, cómo hacemos vida en la calle. Y es que nuestra idiosincrasia impregnada de bares, pitillos, toros, fútbol, tacos y vino, resulta muy atractiva para el foráneo. Este gobierno, y en especial doña Leire como máximo exponente de la ineptitud que lo caracteriza, ya ha defenestrado a los bares, a los toros, al tabaco, y perseguido al vino que, en breve, dejará de ser considerado alimento de nuestra dieta, para incluirse en el capítulo de bebidas espirituosas, con el mismo rango que un whisky escocés ó un ron dominicano.
No contentos con esto, ahora doña Leire, nos quiere colocar para el 2013, la llamada Ley de Igualdad de Trato y No Discriminación, que es como se denomina la memez supina que la ministra ha parido. Según esta ley, se podrán imponer multas de hasta medio millón de euros, por tratos humillantes relativos” a la raza, el sexo, la religión, la opinión, ó cualquier otra condición ó circunstancia personal ó social”. Ello incluye motivos como el aspecto, apariencia física, la obesidad, la fealdad, el tamaño, la enfermedad, el color de la piel ó la discapacidad.
Bien haría el gobierno en mirarse el ombligo, si no quiere ser multado por obra y gracia de la nueva ley. Su persecución a la iglesia católica, a los medios de opinión contrarios a la ideología única impuesta por ZP, ó a aquellos ciudadanos que objetan ante leyes como la del aborto ó la del matrimonio homosexual, deberían ser sancionadas de igual manera. Pero no. Ya se sabe que, con la izquierda gobernando, sólo es susceptible de ser castigado, aquel que no sigue a pies juntillas, los designios impuestos por Papá Estado y su gobierno de progres baratos.
Esta ley, amén de constituir la legalización de la persecución del contrario, es además, una norma que pretende defenestrar al adjetivo. Las personas, le guste a doña Leire ó no, son guapas, feas, altas, bajas, gordas, delgadas, cojas, mancas, ciegas, sordas, mudas, etc. El aplicarles algún calificativo de estos, no constituye una humillación per se, sino que se trata de una mera descripción de la evidencia. Otra cosa es el tono que se aplique a la palabra en cuestión. Y claro, aquí sí que la podemos liar, porque si el oyente de la cualidad descriptiva es como la ministra, es decir, tonta, lela, mema, estúpida, estulta, zote, borrega, imbécil, idiota, boba, majadera, mentecata, necia, tontaina, zopenca, papanatas, ó cualquiera de los tres mil sinónimos que recoge nuestro diccionario, puede interpretar un tono despectivo, donde sólo habita la mera descripción.
Y es que mucho me temo que, lo que doña Leire pretende con esta ley, no es tanto acabar con la discriminación, como evitarse calificativos poco agradables, relativos a su persona. Porque doña Leire es consciente de lo fea que es, por ejemplo. Y ello, no es un insulto, sino la descripción de una cualidad. Doña Leire también sabe que, desde que ascendió a los altares ministeriales, se ha echado encima un par de arrobas, y corre el riesgo de ponerse como su predecesora en el cargo, doña Trini, que luce una figura que recuerda a las de las mesas camilla. Y esto es sólo descriptivo, pues el engorde es evidente, y la similitud, aproximada.
Por ejemplo, dice el Diccionario de la RAE que, guarro es aquel que es sucio y desaliñado; también el grosero ó sin modales; ó el ruin y despreciable. Si la ministra presenta un aspecto desliñado por mor de un cabello excesivamente graso y un discutible gusto en el vestir; carece de modales llegando a la grosería en numerosas ocasiones; y con absoluta ruindad persigue al contrario sólo por no pensar como ella, ¿estaría insultándola si le aplico el vocablo que el diccionario designa específicamente para sus actitudes y aspecto? Pues según la nueva ley, apuesten a que sí.
Pretender que España sea Finlandia, lugar en cuya capital existen tan sólo dos bares, y la gente se emborracha en casa, es de chacota. Suponer que el español va a variar su forma de ser, que incluye enterarse de los insultos en cualquier idioma, antes siquiera de empezar a aprender dicha lengua, definitivamente es soñar. Aún recuerdo como de chavales, estudiando inglés, al recibir nuestro primer diccionario en el citado idioma, todos buscamos en el mismo, aquellos términos que tenían que ver con el insulto ó con las partes pudendas. Y tan sólo éramos niños. Todavía de adultos, cuando nos topamos con alguien de fuera, le preguntamos como se pronuncian las palabras más escabrosas en su idioma natal, al tiempo de encargarnos de que aprenda, todas las que ofrece el castellano, que en el capítulo de insulto y sexualidad, son casi infinitas.
Si de doña Leire dependiera, hoy Quevedo y Góngora acabarían multados. Y porque la mejor manera de apreciarlo, es ver cómo se las gastaban dos grandes de la literatura española, aquí queda esto:
De Quevedo a Góngora:
Yo te untaré mis obras con tocino
Porque no me las muerdas, Gongorilla,
Perro de los ingenios de Castilla,
Docto en pullas, cual mozo de camino
Apenas hombre, sacerdote indino,
Que aprendiste sin christus la cartilla;
Chocarrero de Córdoba y Sevilla,
Y en la Corte, bufón a lo divino.
¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo sólo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?
No escribas versos más, por vida mía;
Aunque aquesto de escribas se te pega,
Por tener de sayón la rebeldía
De Góngora a Quevedo
Anacreonte español, no hay quien os tope.
Que no diga con mucha cortesía,
Que ya que vuestros pies son de elegía,
Que vuestras suavidades son de arrope.
¿No imitaréis al terenciano Lope,
Que al de Belerofonte cada día.
Sobre zuecos de cómica poesía
Se calza espuelas, y le da un galope?
Con cuidado especial vuestros antojos
Dicen que quieren traducir al griego,
No habiéndolo mirado vuestros ojos.
Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
Porque a luz saque ciertos versos flojos,
Y entenderéis cualquier gregüesco luego.
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