Es un autor argentino, autor de un relato denominado "Me van a tener que diculpar", sobre Maradona, que algunavez he puesto en el foro.
Bien, pues este tio escribe un blog en El Mundo durante el mundial, y es una delicia.
Aqui os dejo la ultima entrada, sobre la Seleccion Espaniola:
La virtud de la paciencia
La primera imagen que se me viene a la cabeza cuando pienso en el mediocampo de la selección española es la de la Iniesta, Xabi, Fábregas y compañía, desplegando un juego bonito, preciso y efectivo, que hace de la paciencia una virtud que sus rivales no logran, en general, contrarrestar.
Cuando veo jugar a España tiendo a confirmar mi hipótesis de que la vieja polémica (muy gastada aquí en mi país) entre efectividad y belleza es estéril, y que más bien se trata de virtudes que marchan juntas, antes que separadas o antagónicas.
No digo ninguna genialidad si afirmo que, en el fútbol actual, con la velocidad que se despliega, los espacios son mucho menores que en el pasado. Es como si los campos de juego tuviesen treinta metros menos de longitud, y diez o quince menos de ancho, que lo que tenían hace veinte años.
Claro que esto es sólo una sensación, producto del dichoso asunto del vértigo que le imprimen a la cosa los jugadores actuales. Estos días, en particular, son buena ocasión para las comparaciones. Porque mientras esperan el inicio del Mundial, los canales deportivos emiten un buen número de partidos de mundiales anteriores. Es evidente que se jugaba a otra velocidad. Y que los defensores y mediocampistas ofrecían otros espacios. Vemos así a las estrellas del pasado recibir el balón, adelantarlo un poco para tenerlo del mejor modo, levantar la cabeza, y luego decidir: ¿Avanzo con una gambeta? ¿Descargo en un compañero hacia atrás? ¿Coloco un pase profundo? Y mientras el que lleva la pelota toma esas decisiones, el rival lo espera, en el más lato sentido de la palabra. El cuerpo encorvado, la mirada fija en la pelota para evitar amagues. Y recién cuando el atacante inicia el movimiento, el defensor reacciona a su vez.
¡Atención nostálgicos y modernos! No estoy abriendo juicios de valor sobre el ayer y el hoy. Ni estoy diciendo que los cracks del pasado no pudieran adaptarse al estilo de estos días. Me limito al dato objetivo de que, en estos tiempos, la condición atlética es determinante, y la velocidad que despliegan los futbolistas es vertiginosa. ¿Y cuál es la relación que establezco entre esta constatación y lo que empecé diciendo sobre el mediocampo de España?
Pues que, a mi entender, España ha encontrado el mejor modo de contrarrestar ese vértigo desatado. Porque: ¿cuáles son los caminos para llegar al arco de enfrente, si siempre hay ocho o nueve rivales dispuestos casi a morder los botines de los que atacan? La gambeta vertical, hacia el arco de los rivales, es una herramienta fenomenal, pero sólo algunos virtuosos pueden recurrir a ella con éxito y con frecuencia. El pelotazo al área suele ser la opción más manida: y los defensores la resuelven, en general, sin que se les caigan los anillos.
Creo que España, con los estupendos mediocampistas que posee, ensaya una alternativa. Tocar la pelota, y volver a tocarla, y otra vez, y otra, siempre un segundo antes de que los marcadores rivales lleguen al cruce, señala un camino de lo que puede hacerse. Porque así, en el toque lateralizado y parsimonioso, la cancha recupera sus antiguos y nunca bien ponderados setenta metros de ancho, y en la desorganización que el toque bien realizado produce en los rivales, está la clave para que se puedan meter esos pelotazos profundos y a ras del piso que le devuelvan sus cien metros de largo.
En otras palabras: la gran virtud de España es su capacidad para sobreponerse al vértigo. O mejor dicho, su capacidad para posponer el vértigo hasta el momento preciso: cuando en las líneas rivales se vislumbra ese mínimo espacio para que una estocada profunda conduzca hacia el arco rival, y no hacia un embrollo de piernas y pelotazos.
Desconozco si esa virtud es cualidad suficiente para ganar un Mundial. Pero entre las poquísimas verdades que creo conocer del fútbol, está la que dice que si uno juega bien al fútbol (y “bien” aquí quiere decir dándole la pelota a un compañero, y a otro, y a otro) se ganan más partidos de los que se pierden. ¿Será el caso de estos siete partidos inminentes? No tengo la menor idea. Pero me simpatiza esa paciencia
Bien, pues este tio escribe un blog en El Mundo durante el mundial, y es una delicia.
Aqui os dejo la ultima entrada, sobre la Seleccion Espaniola:
La virtud de la paciencia
La primera imagen que se me viene a la cabeza cuando pienso en el mediocampo de la selección española es la de la Iniesta, Xabi, Fábregas y compañía, desplegando un juego bonito, preciso y efectivo, que hace de la paciencia una virtud que sus rivales no logran, en general, contrarrestar.
Cuando veo jugar a España tiendo a confirmar mi hipótesis de que la vieja polémica (muy gastada aquí en mi país) entre efectividad y belleza es estéril, y que más bien se trata de virtudes que marchan juntas, antes que separadas o antagónicas.
No digo ninguna genialidad si afirmo que, en el fútbol actual, con la velocidad que se despliega, los espacios son mucho menores que en el pasado. Es como si los campos de juego tuviesen treinta metros menos de longitud, y diez o quince menos de ancho, que lo que tenían hace veinte años.
Claro que esto es sólo una sensación, producto del dichoso asunto del vértigo que le imprimen a la cosa los jugadores actuales. Estos días, en particular, son buena ocasión para las comparaciones. Porque mientras esperan el inicio del Mundial, los canales deportivos emiten un buen número de partidos de mundiales anteriores. Es evidente que se jugaba a otra velocidad. Y que los defensores y mediocampistas ofrecían otros espacios. Vemos así a las estrellas del pasado recibir el balón, adelantarlo un poco para tenerlo del mejor modo, levantar la cabeza, y luego decidir: ¿Avanzo con una gambeta? ¿Descargo en un compañero hacia atrás? ¿Coloco un pase profundo? Y mientras el que lleva la pelota toma esas decisiones, el rival lo espera, en el más lato sentido de la palabra. El cuerpo encorvado, la mirada fija en la pelota para evitar amagues. Y recién cuando el atacante inicia el movimiento, el defensor reacciona a su vez.
¡Atención nostálgicos y modernos! No estoy abriendo juicios de valor sobre el ayer y el hoy. Ni estoy diciendo que los cracks del pasado no pudieran adaptarse al estilo de estos días. Me limito al dato objetivo de que, en estos tiempos, la condición atlética es determinante, y la velocidad que despliegan los futbolistas es vertiginosa. ¿Y cuál es la relación que establezco entre esta constatación y lo que empecé diciendo sobre el mediocampo de España?
Pues que, a mi entender, España ha encontrado el mejor modo de contrarrestar ese vértigo desatado. Porque: ¿cuáles son los caminos para llegar al arco de enfrente, si siempre hay ocho o nueve rivales dispuestos casi a morder los botines de los que atacan? La gambeta vertical, hacia el arco de los rivales, es una herramienta fenomenal, pero sólo algunos virtuosos pueden recurrir a ella con éxito y con frecuencia. El pelotazo al área suele ser la opción más manida: y los defensores la resuelven, en general, sin que se les caigan los anillos.
Creo que España, con los estupendos mediocampistas que posee, ensaya una alternativa. Tocar la pelota, y volver a tocarla, y otra vez, y otra, siempre un segundo antes de que los marcadores rivales lleguen al cruce, señala un camino de lo que puede hacerse. Porque así, en el toque lateralizado y parsimonioso, la cancha recupera sus antiguos y nunca bien ponderados setenta metros de ancho, y en la desorganización que el toque bien realizado produce en los rivales, está la clave para que se puedan meter esos pelotazos profundos y a ras del piso que le devuelvan sus cien metros de largo.
En otras palabras: la gran virtud de España es su capacidad para sobreponerse al vértigo. O mejor dicho, su capacidad para posponer el vértigo hasta el momento preciso: cuando en las líneas rivales se vislumbra ese mínimo espacio para que una estocada profunda conduzca hacia el arco rival, y no hacia un embrollo de piernas y pelotazos.
Desconozco si esa virtud es cualidad suficiente para ganar un Mundial. Pero entre las poquísimas verdades que creo conocer del fútbol, está la que dice que si uno juega bien al fútbol (y “bien” aquí quiere decir dándole la pelota a un compañero, y a otro, y a otro) se ganan más partidos de los que se pierden. ¿Será el caso de estos siete partidos inminentes? No tengo la menor idea. Pero me simpatiza esa paciencia